Con agradecimientos especiales a Lorena Machado y Alberto Echeverri
A diferencia de lo que alguien como Luis Grubert y los demás miembros de FECODE han venido diciendo a lo largo de los últimos años, siempre será bueno y bien recibido que el problema de la calidad educativa tenga dolientes que vienen de afuera de las facultades de pedagogía. En este caso, es interesante ver como una empresa de diseño como Kassani ha empezado a abordar el tema desde su experiencia, lo que se ha materializado en eventos como Aula 360, los cuales tratan de reunir a actores que pueden tener una incidencia sobre el tema para discutir la creación de nuevos y mejores ambientes de aprendizaje. La discusión dada en un espacio como este, y las propuestas asociadas plantean entonces una pregunta sobre la manera en la que la educación pública colombiana aborda el tema de los ambientes escolares.
El gran problema a la hora de hablar de ambiente escolar es que es un término que se usa para significar tantas cosas que a la hora del té no termina por significar nada, invocando una serie de aspectos que aluden a condiciones laborales y cualitativas cuando, en su dimensión más básica, alude a lo que tiene que tener un espacio en el que queremos que los estudiantes puedan aprender de la mejor manera posible y se sientan cómodos haciéndolo. En ese sentido, podría decirse que las ideas alrededor de un buen ambiente de aprendizaje son un poco como descubrir las propiedades ‘mojantes’ del agua: salones grandes pero no muy grandes para que el sonido no se pierda, que estén ventilados para refrescar bajo un calor intenso o que no se acumulen olores desagradables, sillas cómodas para prestar atención (no para tomar una siesta), y otras cosas que cualquier persona que ha estado a cargo de un grupo de escolares de primaria en un salón de clases sabe de antemano.
Si bien estas variables son reconocidas como las que nos ayudan a crear un buen ambiente escolar, también resulta claro que la infraestructura del sistema educativo público de Colombia está, en una gran proporción, muy lejos de cumplir con los estándares que uno asocia con instituciones educativas de calidad. De nuevo, cualquiera que haya estado en un salón de clases de un colegio en alguna región de Colombia puede comprobar como en muchos casos, la pobre ventilación, el espacio reducido o la profesora que acapara el ventilador resultan en niños dispersos, que no pueden poner atención o que están tomando una siesta, lo que pone de manifiesto las graves falencias en infraestructura, tanto por su calidad, como por su cantidad. Incluso en Bogotá, son solo las instituciones educativas construidas de unos años para acá las que tienen un grado aceptable de calidad en sus instalaciones. Resulta interesante preguntarse por qué, el Ministerio de Educación no ha pensado en la creación de un diseño arquitectónico para las instituciones educativas que garantice ambientes de calidad, y el cual, pueda ser adaptado a las necesidades de las regiones; a fin de cuentas, no resulta descabellado pensar que un colegio de Soledad, Atlántico, debe tener algunas diferencias con una hipotética contraparte en Puracé, Cauca.
Esta discusión sobre los ambientes físicos también debe tener en cuenta a quienes los habitan. No tiene sentido pensar en colegios de instalaciones modernas y prácticas a los que se les atestan cuarenta estudiantes o más, acelerando el deterioro tanto de los espacios como de los mobiliarios, y esa es una situación que viene determinada por la visión que pone a la calidad y a la cobertura como indicadores excluyentes. La Colombia más educada requiere ambientes de calidad para todos, y eso requiere que los actores de políticas educativas asuman unas responsabilidades frente a las cuales han tenido una demora que ya pasó los niveles de lo vergonzoso y está llegando a lo irresponsable y negligente.
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