En cualquier democracia decente, Andrés Felipe Arias habría renunciado ante el escándalo de Agro Ingreso Seguro, lo propio habría hecho Santos, en su momento, con el escándalo de los ‘falsos positivos’. Ejemplos sobran en este gobierno y en los precedentes, pero queda claro que en Colombia, tristemente, no tiene una democracia decente.
Lo corrobora la actitud pusilánime del ministro Juan Carlos Pinzón ante el escándalo de las Fuerzas Militares y, cómo no, la cobardía cómplice de Santos para tomar decisiones al respecto. Lo que se ha venido revelando en los últimos días no es nuevo, aunque no por ello, menos grave.
El escándalo de “Andrómeda” alertó sobre una desconexión clara entre el presidente y la cúpula militar. Especulación al margen, advirtió sobre las grandes trabas que tiene que enfrentar la paz en Colombia. Luego, el escándalo por “contratación irregular” o lo que se conoce en castizo como corrupción en la adjudicación de más de 900 contratos, supuso apenas la salida de seis generales del Ejército. A todo ello se sumó, en menos de un mes, el testimonio del capitán Pinzón en “Las 2 Orillas” sobre falsos positivos y otras “perlas” de altos mandos militares.
En cualquier democracia decente, Pinzón habría renunciado, pero no es este el caso. Santos está metido en una camisa de once varas y no sabe qué hacer, no con Pinzón, sino con todo lo que éste representa, es decir, una facción más enquistada en el belicismo que, aunque se piense, no solo está en el uribismo, sino incluso también dentro del mismo santismo.
Es claro que Santos ha intentado desligarse, precisamente, de ese sector más guerrerista de su clase, es decir, consciente de su imposibilidad de ganar la guerra, ha intentado llevar a buen término la necesidad del capital financiero por colonizar territorios estratégicos hoy inaccesibles debido a la dinámica de la confrontación bélica; pero también es claro que sigue indisolublemente atado a los intereses de los perdedores de esta guerra de 50 años, esos mismos que hoy lo chuzan y con quienes ha compartido cocteles, copas y falsos positivos. Por ahí se puede explicar, no solo la continuidad de Pinzón, sino también ese guiño que representa la elección de Vargas Lleras como fórmula vicepresidencial.
Así, en 2010 Santos necesitaba desmarcarse de la ultraderecha que le dio su voto de confianza, nombrando al otrora sindicalista Angelino Garzón, quien aunque ya distante de la izquierda, trató de significar un mensaje conciliador. Ahora, con la ultraderecha chuzándolo a él y a sus delegados en La Habana, no le queda de otra que enviarle mensajes y hacerle guiños. Para eso están Pinzón y Vargas Lleras.
Por ahora, las Fuerzas Militares serán su nuevo dolor de cabeza y allí deberá tratar de ganar mayor incidencia, para evitar, al menos, que lo chucen. Sin embargo, el ministro de los falsos positivos poco o nada puede hacer para fungir como autoridad moral en medio de este escándalo y su única posibilidad es poner pañitos de agua tibia ante los escándalos que apenas se le tapan con los titulares sobre Venezuela.
De fondo allí, hay una discusión sobre la doctrina militar, que será central para medir los avances reales del proceso de paz. Por lo pronto, seguirán las chuzadas, los falsos positivos, la “contratación irregular” y Santos, en sus encrucijadas, se seguirá lavando las manos. ¿Y Pinzón? ¿Bien gracias? No: ¡Qué renuncie!