En este país siempre recordamos las cosas a medias y, en parte, es por eso que nos quejamos de cómo andamos. Hace 15 años mataron a Jaime Garzón, todos los años lo recordamos y lo lloramos (ahora virtualmente con imágenes, tuits y estados de Facebook); hace 25 hicieron lo propio con Luis Carlos Galán y nosotros hacemos también lo propio por Internet. Pareciera que las redes sociales en Colombia fueran el sitio perfecto para llorar cada año, cada efeméride. Lo mismo pasa con Gaitán y, en menor medida, con Álvaro Gómez, Lara Bonilla, Pizarro, Diana Turbay y cualquier otro colombiano del cual algún memorioso todavía guarde recuerdo.
Y no está mal recordar a los que alguna vez hicieron algo bien, pues deberíamos coger lo bueno de los que ya pasaron por acá; lo malo es que no lo hacemos. Sería bueno saber que también la embarraron (y eso tampoco lo recordamos), pero como «no hay muerto malo ni novia fea», casi nadie sabe qué hicieron mal. Yo tampoco. Yo solo les reprocho, a la mayoría de ellos, de sus espíritus, que los mataron por tercos, por dar papaya en un país donde «el vivo vive del bobo». En resumen, hicieron lo mismo que Ingrid Betancourt solo que a ellos sí los asesinaron, o póngase a pensar que a ella la hubieran asesinado en cautiverio… nadie diría que fue su culpa por haberse ido bajo su propio riesgo al Caguán, después de haber sido advertida. Nadie le reprocharía lo que le reprochó Colombia cuando quiso demandar ‘simbólicamente’ al Estado, siendo que la causa del secuestro hubiera sido la misma.
Así como no recordamos que estos personajes estaban advertidos —y aunque suene estúpido, estaban advertidos de no salir a caminar, de no dar discursos en tarimas o de no ir a ciertos lugares—, tampoco recordamos lo que nos enseñaron estos tipos, porque a pesar de que ahora es fácil ver sus discursos y programas en Youtube, no aplicamos nada de lo que intentaron decirnos. Solo ponemos en comillas sus frases, mientras nos colamos en Transmilenio o engañamos a nuestra pareja.
Algunos se creen galanistas: un tal Juan Lozano, que estaba con él en Soacha, dice ser galanista y uribista al mismo tiempo (una especie de hermafrodita político); otros dicen admirar a Garzón, pero cuando critican no se informan, solo repiten, porque siempre va a estar de moda ir en contra del establecimiento, así el Gobierno tenga razones para hacer lo que hace. Por ejemplo, uno de sus ‘amigos’, el del «país de mierda», se la pasa diciendo sinsentidos en una emisora de alcance nacional, como si no supiera algo básico que Garzón enseñaba implícitamente: el periodismo acarrea la responsabilidad de orientar la opinión del pueblo, si usted es un imbécil no lo transmita por radio o televisión.
Se pueden nombrar cientos de ejemplos de las fechas trágicas en nuestro país, es triste, pero lo más triste es que parece que no sirvieron de nada: muchos no sabemos cuál era el fondo. No sabemos por qué la muerte de estos señores llevó a que miles acompañaran su ataúd y a que millones (y millonas, diría un venezolano) lloraran. Incluso, esos que caminaron y lloraron a su lado tampoco lo recuerdan (acuérdense de Juan Lozano). Muchos seguiremos —y me incluyo porque sí— recordando cada año por la Internet estas efemérides y nunca aprenderemos a vivir como si estos señores nos hubieran dejado algo: algunos dirán que son alvaristas y ni se pondrán de acuerdo en lo fundamental.
Lo peor, cada año vamos a ir sumando fechas tristes para Colombia, porque pareciera que las tragedias nos definen, aunque las recordemos a medias. Ahora, el 4 de julio pasó a la historia como el día en que nos robaron en un mundial, pero no recordaremos que la selección jugó mal todo el primer tiempo y parte del segundo, que los jugadores dejaron imponer las condiciones de la peor Brasil de la historia de los mundiales y que, a pesar de que el arbitro pitó muy mal, no fue gol de Yepes.