Por: Lorena Castañeda

No recuerdo haber visitado un circo animal, nunca pedí con insistencia a mis papas para que me llevaran a uno porque nunca me generó ningún tipo de emoción. Por eso me preguntó, ¿qué sentido le encuentran los que pagan una boleta para ver un espectáculo donde el centro de atracción son animales salvajes con vestidos ridículos y haciendo piruetas, que en sus condiciones normales no lo harían? (La misma pregunta cabe para los que asisten con elegancia, arrogancia e ímpetu a las corridas de toros).

Tal vez los que llevan a niños a un circo con animales, no conocen las técnicas crueles con las que logran que los animales encanten al público con sus actos, quizá si supieran el ciclo tormentoso al que se enfrentan desde tigres, leones, chimpancés, focas hasta elefantes y osos, lo pensarían más de dos veces antes de entrar a un mundo artístico que en mi opinión está muy mal planteado.

Lo primero que deben saber es que esos animales son extraídos de su hábitat natural o, ¿usted cree que ellos acuden por voluntad propia a un lugar encerrado y oscuro, dejando de lado sus paisajes, ríos y climas?; segundo, una vez se encuentran bajo el poder de los dueños de los circos, estos animales se ven sometidos a un método de entrenamiento con tratos crueles y violentos, con el fin de lograr la dominación ante sus captores; tercero, el ciclo de violencia contra esos animales nunca termina, al contrario, el uso de elementos como cadenas, látigos y hasta electricidad son el diario de vivir de estas criaturas. ¿Le siguen pareciendo divertido los actos que usted de pronto considera artísticos?

El miércoles de la semana pasada se recordó aquella tragedia del 20 de agosto de 1994, en la que la elefante Tyke decidió escapar del sufrimiento a la que la sometían los cirqueros de Honolulú, duele repetir las imágenes y duele más la reacción tan violenta con la que resolvieron el caos que ocasionó el animal. Eliminarla a punta de disparos era la solución para acabar con la vida de un ser que se cansó de los abusos por años, de un animal que se rebeló y quiso buscar su libertad y  tal vez encontrase de nuevo con los suyos. Ese día nadie entendió que los elefantes no tienen que pararse en dos patas, ponerse trajes ridículos y demás patrañas.  No, nadie entendió que  esa no es su naturaleza, ese día pensaron que la elefante era mala y un peligro para la sociedad. Me pregunto, ¿quién será el peligro en esta sociedad?

Movimientos y pensadores modernos dan cuenta de la necesidad de cambiar la visión sobre los animales, de acabar las corridas de toros, de eliminar los experimentos científicos con ellos,  de fomentar la tradición cirquera sin animales (Colombia, Ley 1638 de 2013), de dejar de lado la vanidad de tener perros de raza y permitimos amar uno sin pedigree, de no envenenar los gatos y perros callejeros. Esa es la idea que toma fuerza, la de comprender que, ser humanos es respetar las demás especies con las que convivimos en el planeta. Por eso espero que el fallo de la Corte Constitucional que definirá el futuro de la Plaza Santamaría de Bogotá, genere un precedente de esta nueva visión humana, espero.

T. @Lore_Castaneda