Bogotá, la capital de la República no sólo lleva esta denominación por ser el centro político del país, también lleva con orgullo el liderazgo en muchos temas, tanto buenos como malos y tiene la bandera de ser el lugar de las oportunidades y también de ser la ciudad más visitada por los extranjeros; bien sea por turismo, negocios, por tráfico o conexión, servicios médicos o asistencia a eventos, el número de visitantes rodea el millón de personas extranjeras que vienen a Bogotá. A la cifra se le suman cerca de siete millones de visitantes nacionales que también acuden a la capital por las mismas razones, según cifras del Instituto Distrital de Turismo.
Cuando menciono que Bogotá lleva el liderazgo nacional en temas buenos y malos, quisiera hacer énfasis en el transporte, tema que para muchos ha resultado ser un desastre y que para unos muy pocos, es motivo de orgullo.
Pues bien, la ciudad capital ha pasado por varios sistemas de transporte, desde autobuses urbanos, tranvía, hasta algunos medios alternativos, soluciones de transporte público sin éxito prolongado. Es entonces, cuando en la Alcaldía de Enrique Peñalosa, se dio prioridad a un sistema masivo de transporte público que además tuviera prevalencia sobre el transporte particular. El 13 de octubre nació lo que hoy conocemos como Transmilenio, S.A., (esperando que el capricho de Petro de cambiarle el nombre, no prospere), un sistema de transporte que cuenta con 115.5 Kms de vía en troncal en operación, 11 troncales en operación, 131 estaciones y 9 portales, movilizando así, un promedio 1.926.985 pasajeros diarios. (Ver Datos).
Algunos expertos dicen, “Transmilenio fue tan exitoso que colapsó”, imágenes con personas literalmente oprimidas en un mismo articulado, han sido una crítica y un problema social que varios alcaldes han tratado de solucionar, entre ellos Samuel Moreno, quien hizo campaña con la absurda promesa de un Metro para Bogotá, sólo que nos dejó metros y centímetros de corrupción y escándalos pero lejos una solución a la demanda de transporte público.
Llegó entonces, la idea de un Sistema Integrado de Transporte Público (SITP), inspirados un poco en la ciudad de Curitiba (paraíso brasileño del urbanismo), desde el 2012 Bogotá ha tratado de implementar una modalidad de transporte moderno que a su vez se conecta con Transmilenio, estos buses urbanos, además de permitir que personas altas, como yo, no tengamos que encorvarnos mientras hacemos uso de ellos, trata de incluir a todos los sectores de la población y también a aquellos que hacen uso de la bicicleta, claro que lo último hasta el momento, sí que ha sido un desastre.
En todo caso, tengo esperanza en este modelo, a veces se me escapa cuando veo buses varados en todas partes o cuando los señores conductores no paran en las estaciones, también cuando conducen con demasiado afán, aún así son detalles susceptibles de corrección y que con varias capacitaciones, se pueden sanear.
Mi esperanza radica en que con este modelo estamos generando una verdadera cultura del transporte, donde cedemos el puesto a quien lo necesita, a esperar la ruta del bus en lugares seguros y en horarios específicos, en una inclusión social a la persona con discapacidad, a un ambiente sano y lo mejor de todo, a respetar al usuario y no tener que soportar la famosa competencia del centavo. Son muchas las falencias, no lo niego, sin embargo creo que depende de todos que el modelo funcione y así dejar atrás el colapso en la movilidad y tener sin duda una calidad de vida mejor a la que hoy tenemos.
Señoras y señores, no es vano que las demás ciudades quieran copiar nuestro modelo de transporte, pero no dejemos que copien lo malo, pues la cultura ciudadana es vital para que nuestra Bogotá funcione mejor y eso sin duda, depende de todos nosotros.