Por: Alberto Díaz

Convenimos ese sábado beber un café cerca a la 45, me gusta hablar al son de un buen tinto, preferiblemente que el lugar me permita escuchar la voz de quien me acompaña. En este sector de la ciudad hay diferentes sitios para realizar esta actividad, ese día a esa hora ya no había servicio y terminamos trasladándonos al otro lado de la ciudad, para hacer una visita de cinco minutos y luego deleitarnos con un delicioso tinto colombiano y arreglar el país, como si éste tuviera arreglo.

Al cruzar la puerta, y en menos de cinco minutos, nos vimos inmersos en un mundo de padres nuestros y ave marías, debo decir que no soy devoto, ni piadoso, debe ser porque algunos practicantes de estos ritos rezan mucho y actúan poco. Sin darme cuenta me hallé en el sofá, sentado podía ver las caras de aburrimiento de algunos, que al igual que yo, estábamos en el lugar equivocado, esperando que esto pronto acabara para poder salir de allí, fue una eternidad, pero se hizo el milagro, terminaron los rezos y las bendiciones.

Era tarde y en vez de salir a beber un café que era el plan inicial, terminamos en un lugar totalmente diferente, ruidoso para mi gusto y preferí regresar a la casa de la visita, allí pasÉ la noche en el sofá, mientras transcurría la oscuridad daba vueltas de un lado a otro, y me preguntaba, ¿por qué no había tomado la decisión de irme?, el sofá me hizo ver lo ruin y despreciable que era, quise pasar por un huésped educado y tolerante, pero en un mundo de mentiras, de máscaras y apariencias que más daba sacar un poco de mi oscura alma.

Al día siguiente, me enteré de la tristeza que embriagaba el espíritu de una de las personas que estaba en el lugar ruidoso, su esposo le había sido desleal, falso e infiel, en ese momento entendí que todos somos miserables, embellecemos las mentiras, sea para fines comerciales, sentimentales, políticos y demás, damos como válidos comportamientos que deberían ser innegociables con nosotros mismos y para con los otros. Hay momentos donde se debe tomar la decisión de irse, de alejarse para no perder tiempo, es mejor pasar por mal educado que quedarse sentado en el sofá esperando que nada pase.

Me levanté y agradecí a los dueños de casa por su hospitalidad, una de ellas dijo – mijo que pena haberlo hecho dormir en el sofá, yo respondí – dormiría mil veces más en el sofá a rezar nuevamente mil ave marías, ella con un ceño más arriba que el otro dijo – por qué dice eso mijo – y yo dije – el perdón no se logra rezando un Padrenuestro, ni con palabras que se las lleva el viento, sino con actos, dejando el orgullo a un lado, brindándole a las víctimas reparación, justicia y verdad. Me despedí y seguramente esta noble anciana pensaría que soy un hombre miserable y loco, ya que no comparto su religiosidad con rigor, como si lo haría el procurador Ordóñez.

Llegando a casa recordé el ensayo ‘Elogio de la dificultad’ de Estanislao Zuleta donde dice «Acá en el reino de las mentiras eternas, lo más difícil, lo más importante, lo más necesario, lo que de todos modos hay que intentar, es conservar la voluntad de luchar por una sociedad diferente”. De esta manera se puede abandonar el sofá, y demostrar que el cambio inicia cuando empecemos a tener la facultad de hablar y expresar lo que pensamos y sentimos a los demás con nuestra voz de veras, dejando de justificar nuestros actos viles y despreciables.

@betodiazb