El martes de la semana pasada, Uribe Vélez anunció con bombos y platillos el inicio de una gira internacional para “explicar su oposición al proceso de paz” y que curiosamente empezaría con una visita de Paloma Valencia al Estado de Israel. Un día después, Santos hizo aprobar en el Congreso –a pupitrazo limpio- el TLC con Corea del Sur.
Pensar a estas alturas que la pelea entre Uribe y Santos no es más que una “pelea de compadres” es absurdo, como absurdo es pensar que sus contradicciones son antagónicas o irreconciliables. Está sobreexpuesto ya que ambos representan facciones distintas del bloque de poder y que en términos de lo estratégico sobre la implementación del modelo económico pueden ubicar sus más notorias coincidencias.
Con cierta sorpresa encontré en la edición dominical de “El Diario de Magdalena” una separata de Fedegan, en la que dedican una página completa a explicar los beneficios que –dicen ellos- traerá el TLC con Corea para los ganaderos. Su presidente José Félix Lafaurie –esposo de la tristemente célebre María Fernanda Cabal- ha sido una carta fuerte del uribismo para lanzarle dardos permanentes al proceso de paz, pues este sector –el del gran latifundio y la ganadería extensiva-, siempre ha demostrado no estar dispuesto a ceder una sola hectárea de tierra para allanar el camino de la salida política al conflicto y la reconciliación en Colombia.
Por ello Santos necesita hacer algunas concesiones. El TLC con Corea del Sur, tan nocivo para la industria colombiana de autopartes, plásticos, calzado o electrodomésticos, resulta serle muy funcional. No solamente devuelve favores a su otrora patrocinador Carlos Mattos –presidente de Hyundai Colombia-, sino que además les da un contentillo enorme a ganaderos y latifundistas tan preocupados por lo que su jefe en el Congreso de la República denominó como “52 capitulaciones de La Habana”.
Y para seguir con suspicacias, coincide ahora la gira internacional uribista con el debate pendiente en el Congreso de la República del TLC Colombia-Israel, que no parece ser una discusión muy distante de los intereses de Paloma Valencia y en general de los uribeños, quienes pueden empezar a hacer un cabildeo similar al que hacían congresistas liberales en el Congreso norteamericano para poner algunas condiciones a la aprobación del acuerdo bilateral con ese país. Total, lo que está en juego acá es la importación de tecnología militar, toda vez que Santos ya ha avanzado bastante en Europa en acuerdos para la exportación de hombres en armas.
No es en absoluto inofensiva la gira de Uribe y sus amigos uribeños, mucho menos lo es la agenda legislativa que Santos lleva dos semanas haciendo aprobar en el Congreso sin que medien mayores debates, para lo cual se ha servido construir mayorías con el uribismo, entregando -aquí sí- unas auténticas capitulaciones. Cierto es que al margen de sus destacadas diferencias, en las discusiones neurálgicas sobre el modelo económico, cierran filas en la defensa a ultranza del modelo del despojo, las privatizaciones, la extranjerización de la tierra y la entrega de los vestigios de soberanía.