Por: Juan Camilo Parra

Recientemente las redes sociales se han pronunciado fuertemente sobre la situación política del país del pueblo bravo; Venezuela Sin Democracia es la expresión de indignación de los extranjeros, que como yo sentamos una voz de protesta, y de los nacionales, Venezolanos, que tienen que sufrir cada día las graves consecuencias de un régimen y unas políticas públicas que responden a la improvisación y la imagen, sin sentido ahora, de un caudillo.

Hugo Chávez, y ahora el paquidérmico Nicolás Maduro, han logrado dañar el nombre de la izquierda, creando el imaginario colectivo de que cualquier gobierno de esta ala política será tan radical y tan incompetente como el de Venezuela. El ejemplo de Uruguay con la presidencia de José Mujica demostró lo contrario. Sin embargo, no creo que la radicalización del discurso sobre la redistribución de los recursos sea la excusa para destruir el poco equilibrio del mercado y dejar en manos del Estado los procesos económicos, tampoco estoy dando pié a que el mercado, se convierta  entonces, en la institución que solucione los problemas de inequidad y pobreza, pues ni puede, ni le interesa. Todo lo contrario, he propuesto siempre un punto medio, y Venezuela falla en ese sentido, un sano equilibrio entre Estado y Mercado, donde el Estado intervenga en la economía, solucionando los desequilibrios que el mercado por sí solo no es capaz de prevenir.

La persecución política reinante en Venezuela es sinónimo del miedo que domina al gobierno de Nicolás Maduro, sus incoherencias que han llevado al pueblo a vivir la injusticia como realidad máxima, su probada incapacidad argumentativa y el inminente fin del apoyo social que tanto tiempo sustentó al Chavismo, son ahora la excusa perfecta para cazar y acabar con la oposición política; cuando las discusiones políticas se quedan sin fundamento y el miedo invade el gobierno, sólo queda la persecución como medio para relacionarse con el opositor, quien tiene, por derecho, la crítica. Un país sin garantías para ejercer la oposición crítica y dialogada es un  país que está condenado a la crisis,  prueba de ello son las detenciones de Leopoldo López y Antonio Ledezma. El abuso del poder es de las peores enfermedades que puede tener un país y más aún cuando con medidas populistas se gana el apoyo del pueblo, por lo menos para Nicolás Maduro el tiempo y el apoyo parecieran estar llegando a su final.

Cuando un gobernante tiene miedo hasta de un documento escrito, que invita a la transición de un país sumido en la pobreza, la injusticia, la violencia y la corrupción a uno donde gobierne la solidez de las instituciones, el equilibrio Estado-Mercado, la libertad política y la seguridad social, es la respuesta a la insostenibilidad del modelo reinante. La libertad de prensa no existe en Venezuela, pensar críticamente es sinónimo de delito político, por ello Nicolás Maduro se ha ido lanza en ristre contra la Revista Semana y el caricaturista Vladdo, quienes satírica y críticamente han cuestionado su gobierno. La libertad de prensa no es oír lo que se desea, sino permitir las distintas opiniones, sustentadas en el respeto, convivir en el espectro de lo público, sin discriminación ni violencia. La oposición Venezolana hoy realiza la misma petición, que yo apoyo a través de esta columna, la transición democrática a un gobierno prudente, no es un complot ni un golpe de Estado, es el derecho legítimo de la oposición.

No quiero que en Venezuela se derrame más sangre por la barbarie del gobierno y su modelo fallido, los Venezolanos merecen un gobierno y un Estado diseñados para satisfacer las necesidades básicas del pueblo promover la libre competencia, regulada dentro de su territorio, fortalecer las instituciones y combatir la corrupción reinante y aprovechar tanto dinero que ha ganado su país por el petróleo. El futuro del pueblo bravo y su país tiene dos caminos, o el gobierno decide una transición pacífica y democrática o la situación va a ser insostenible para Venezuela y la comunidad internacional.

Twitter. @PJuancamilo