A simple vista resulta incomprensible que a días de iniciar la campaña para refrendar los acuerdos de paz, propósito fundamental del presidente Santos, éste haya optado por vender ISAGEN, contrariando la voluntad de una inmensa masa que agrupa a ciudadanos de todos los estratos, expresada en medios y redes desde todas las regiones del país y que expone un nivel de indignación tan legítimo, que agrupa además a sectores de todos los espectros políticos. De izquierda a derecha, a partir de sus intereses, se escuchan las opiniones de diversos líderes que se oponen al negocio, en un contexto en el que el presidente demanda el apoyo popular, decide privatizar el agua, y eso, en tiempos de cambio climático, lo han comprendido mejor las nuevas ciudadanías que quienes dirigen el destino de la patria, es irracional, es inverso al sentido común.
Cuando la codicia traspasa los límites del sentido común instala una alarma sobre el ciudadano. En los Estados Unidos, cientos de gringos en bancarrota entendieron que estaban frente a un sinrazón cuando vieron a su gobierno usar sus recursos para rescatar a los bancos que habían causado su calamidad, surgió entonces, una ola de indignados que alcanzó a ocupar Wall Street, protestaron contra la avaricia y la corrupción bajo una consigna robusta e irrefutable: “Somos el 99%”, señalando al 1% restante, dueño de una inmensa porción de los ingresos nacionales. Inspirado en el justo reclamo el premio Nobel de economía, Joseph Stiglitz, publicó un libro titulado “El Precio de la Desigualdad, el 1% de la población tiene lo que el 99% necesita” en el que brinda argumentos técnicos para que el lector deduzca que el fenómeno de las sociedades en las que predomina la abolición de las clases medias es consecuencia de Estados capturados por poderosas y codiciosas roscas, para favorecer sus intereses económicos, estableciendo sistemas políticos que permiten legitimar su fuerza y convertir en deber la obediencia del 99%.
En Colombia también somos el 99%. Estimativos de Alvaredo y Londoño (2012) sugieren que la rosca que conforma el 1% de la población adulta más rica de Colombia, (280 mil personas) concentra el 20,4% de los ingresos, afirma el estudio que los valores pueden estar sesgados debido a la evasión fiscal, las actividades ilícitas, algunos costos y deducciones, si se tuvieran en cuenta estas variables la cifra aumentaría considerablemente, pero basta con decir que la obtenida, denota una concentración de la riqueza más alta que en España, Japón, Suecia o Argentina, dicho en otras palabras, la pequeña gran rosca colombiana es dueña de aproximadamente la cuarta parte de la riqueza total del país.
La mayor parte de los ingresos de la rosca viene en forma de rendimientos del capital y rentas, son expertos especuladores. Esta característica difiere del patrón que se encuentra en los países desarrollados, en las que el aumento de los ingresos ha sido principalmente jalonado por planta ejecutiva y altos salarios.
Reza el adagio que lo malo de las roscas es no pertenecer a ellas, quizás ese anhelo de vida ostentosa que se ha instalado en la cultura popular justifique la tendencia a elegir a los miembros de la rosca para dirigir nuestros designios, ese arribismo nos ha costado caro, Alvaredo y Londoño revelan que el 1% mas rico de la población ha aumentado sus dividendos aún en tiempos de crisis y a coste del acrecimiento de la pobreza de quienes constituimos el 99% restante, deshojando los sueños de algún día ser como ellos. La Comisión De Expertos para la Equidad Tributaria reveló que el gravamen promedio sobre el ingreso que recibe este 1% de la población equivale apenas al 11%, para rematar, el Estado no le cobra a la rosca los impuestos proporcionales a su riqueza, nos aumenta el IVA a nosotros, los del 99.
La rosca se regocija con la trasnochada discusión entre izquierdas y derechas, no le afecta, porque no tiene ideología, pero se asusta cuando la ciudadanía hace valer su condición de poder soberano, cuando se identifican sus alfiles políticos. La rosca es apenas un 1%, pero es también una poderosa caterva con un apetito voraz, traslada recursos públicos a sus arcas, vende las empresas públicas, privatiza el agua, otorga licencias mineras en páramos, urbaniza reservas forestales, destina pueblos a la miseria, a la muerte y nos convence con el cinismo de una sonrisa simpática, de que sus intenciones son: lo “mejor para todos”.
Estar contra las roscas obedece al sentido común.
Alvaredo, F. y J. Londoño (2013), “High Incomes And Personal Taxation In A Developing Economy: Colombia 1993-2010, Commitment to Rquity, Working Paper