El pasado 24 de marzo de 2016 se cumplieron 40 años del golpe militar causante de la desaparición de una generación completa en la Argentina. Para esta fecha el obelisco, el monumento histórico considerado un emblema de la ciudad de Buenos Aires, como la Torre Eiffel en París o la Estatua de la Libertad en Nueva York, fue vestido con tres grandes pancartas que rezaban “40 años, justicia y memoria”, para recordar que la fecha nefasta que dio comienzo a una de las atrocidades más grandes que han acontecido en América Latina.
El 24 de marzo, fecha de conmemoración del día de “Memoria, Verdad y Justicia”, a pesar del calor sofocante, que aún persistía del verano pasado, millares de personas de todas las edades se dieron cita en la famosa Plaza de Mayo para recordar el 40 aniversario del comienzo de la dictadura, fecha que nunca debe quedar ajena y nunca se debe olvidar. Los manifestantes caminaron por las calles portando pancartas con fotos para honrar la memoria de los desaparecidos y con las palabras “Nunca Más”.
Tuve la oportunidad de hablar con una persona que para el año 1976 tenía mi misma edad, 25 años, que recordaba con nostalgia y tristeza aquella época en que la libertad dejó de existir. Esta mujer tuvo que irse del país porque el ambiente se volvió invivible, Mariana estaba en plena flor de su juventud, cuando más se disfruta de las salidas al cine, ir a comer los excelentes helados de la capital y una que otra noche ir a bailar a los famosos boliches porteños.
Al morir Perón en 1974, su viuda Isabel de Perón asumió la presidencia, pero la mandataria siempre fue un títere manejada por políticos y militares. Durante sus veinte meses de su gobierno, en los cuales hubo problemas sociales, políticos y económicos, como las continuas huelgas impulsadas por frentes sindicales, la devaluación del peso argentino, el aumento de la inflación y la aparición de grupos guerrilleros. La mandataria no pudo lidiar con todas las dificultades que acarreaba el gobierno de una Nación que tuvo su apogeo para los años 50 en el primer mandato de su marido Juan Domingo Perón. Fue así que el 24 de marzo de 1976, la Junta Militar, derrocó a Isabel de Perón y comenzó una de las décadas más sangrientas en la historia de la Argentina.
A raíz, de la aparición de los grupos guerrilleros, la Junta Militar tomó medidas militares encaminas a detener la acción subversiva. Se suspendió los derechos de los trabajadores, la actividad política, se prohibieron las huelgas, se disolvió el Congreso y los partidos políticos, se suspendió la vigencia del Estatuto Docente, se clausuraron los locales nocturnos, se censuraron los medios de comunicación y se comenzó la quema de miles de libros que se consideraban peligrosos para la seguridad nacional.
Mientras todo esto ocurría Mariana comenzó a darse cuenta de la implantación de estas medidas represivas en las calles bonaerenses, pues mientras iba camino a la universidad veía militares patrullar por todas partes; durante las clases siempre había un militar dentro del salón escuchando el discurso del profesor fuera de la materia que fuera, para ver si en él notaba alguna palabra que atentara contra el orden militar impuesto. Los lugares a los que iba Mariana con sus amigos estaban cerrados y el toque de queda era lo que más la asustaba, pues luego de las ocho de la noche ya no podía andar nadie por las calles ya que era declarado objetivo militar.
Un día, recuerda Mariana como si fuera ayer (y por su voz noto su angustia como si recién le acabara de ocurrir), lo acontecido cuando ella iba manejando en el carro de su padre acompañada de su hermano y dos amigos más. Estaban en la provincia, a una hora de Capital Federal y ya se acercaba la hora temida. Su hermano comenzó a quejarse de un dolor de muela insoportable. Cuando por fin llegaron a la ciudad, fueron a la única farmacia que a esa hora estaba abierta, pero, debido a la premura de llegar a su casa, cometió el error grave de detener el auto sin apagar las luces. Mientras uno de sus amigos bajó corriendo a la farmacia, los militares que rondaban la zona creyendo tal vez, que traían en el carro un herido guerrillero, en par minutos se vio rodeada de por lo menos una docena de militares con ametralladora en mano.
El jefe de los militares de esa zona la hizo bajar del auto, mientras ella decía que lo único que buscaban era un analgésico para el dolor de muela de su hermano menor. Los militares comenzaron a inspeccionar el carro por todas partes y como en el baúl había unas cajas con 200 baldosas, porque sus padres estaban remodelando la casa, el jefe la hizo separar una por una para ver si no tenían un arma u otro objeto que los comprometiera. Luego, cuando ya iban a subirse al carro, uno de los militares vestidos de civil se le acercó cautelosamente a su hermano y le dice: “y vos dejá de frecuentar la Giralda”. Él era uno de los miembros del Consejo Estudiantil de la Facultad de Arquitectura de una universidad en Buenos Aires y de vez en cuando se reunía con sus compañeros en este café de la capital, por lo que el ejército ya tenía fichados sus movimientos.
Mariana tuvo después varios sustos llenos de angustia y zozobra como el narrado anteriormente, hasta que un día no soportó más y se dijo: “¡No soporto vivir presa en una democracia que no existe!” Y en el año 1978 se fue para Europa donde vivió diez años y sólo cuando retornó la verdadera democracia, regresó a su país. Su hermano menor, luego del incidente en el carro, tuvo que marcharse del país, porque era claro que su vida estaba en riesgo. A su regreso sus padres con lágrimas y un dolor que ha perdurado en sus corazones para siempre, le contaron quiénes de sus amigos de toda la vida habían sido desaparecidos y quiénes habían sido obligados a exiliarse.
Esa generación fue prácticamente aniquilada pues miles de personas entre los 18 y 30 años desaparecieron y sus familias aún siguen exigiendo verdad y justicia, luego de 40 años, aunque nunca se sabrá su paradero. Día a día, las abuelas y las madres de la Plaza de Mayo, recuerdan, que un día les arrebataron su vida entera y sus voces seguirán retumbando en el aire porteño “Nunca Más, Nunca Más.”