En su primer mandato Enrique Peñalosa revolucionó la manera como los bogotanos nos movilizábamos. Muy a pesar de la manera como el sistema fue sistemáticamente abandonado por sesgos ideológicos y políticos, y a que hoy se use una estrategia de desprestigio sobre él como herramienta de combate político, Transmilenio representó en su momento un cambio radical en el sistema de transporte de la capital. Quienes recuerdan los tiempos de la guerra del centavo, los trancones de busetas y sobre todo el tortuoso camino que debía emprender un ciudadano de Usme para llegar a su trabajo en Bogotá, en el norte de la capital, no pueden dejar de reconocer que la reorganización del sistema de transporte que promovió en su primer mandato el alcalde Peñalosa fue una revolución con profunda trascendencia social y política para todos los ciudadanos. Este legado fue reconocido nacional e internacionalmente y Bogotá se transformó para siempre.
Transmilenio, por encima de los ataques será siempre reconocido como el legado del primer periodo de Peñalosa y precisamente eso, dejar un legado, es lo que pretenden hacer los grandes líderes cuando tienen la posibilidad de gobernar.
Una revisión del recién aprobado Plan de Desarrollo “Bogotá Mejor para Todos” nos permite vislumbrar sobre qué escenarios se consolidará el nuevo legado que pretende construir el Alcalde Mayor en estos cuatro años de gobierno. Como Democracia Urbana, se concibieron en el Plan una serie de acciones centradas en desarrollar espacios en la ciudad que cumplan con una función fundamental: garantizar la inclusión social y la superación de la inequidad, en una Bogotá donde el acceso a espacios públicos de calidad y a medio ambientes amigables es cada vez más desigual. Este plan de desarrollo se concentra en que el espacio público se convierta en motor de transformación e inclusión social. En él se vislumbra lo que podríamos denominar como la revolución de los parques.
En el cuatrienio se planean construir 75 canchas sintéticas y mejorar o construir 64 parques de todas las escalas, además de la adecuación y ampliación del Centro Acuático y el Parque Simón Bolívar. Además, se construirán 2 centros culturales y deportivos que muy seguramente se ubicarán en las localidades del sur-occidente donde existe un gran déficit de este tipo de equipamientos urbanos. Toda esta oferta, tiene un alto componente social: dinamiza la vida en los barrios, les da a los jóvenes y niños un espacio para cultivar sus talentos, reduce las posibilidades de que sean captados por la ilegalidad y sobre todo envía un poderoso mensaje simbólico: la vida cultural y deportiva no solo es para aquellos que pueden pagar por ella sino que es un derecho que se vive en la ciudad.
Esta es sin duda una política de transformación, a la que los bogotanos debemos hacer estricto control y seguimiento. Generar los espacios es solo el primer paso en una ardua tarea que deberá complementarse con mecanismos de apropiación y oferta adecuada. Una revolución urbana se está gestando en Bogotá, ojalá y sea una revolución efectiva.