Por: Daniel Correa

Soy un ciudadano común y corriente de un estrato medio que siempre ha vivido en medio del asfalto y la congestión vehicular. No tuve un contacto directo con el conflicto armado que se vivió por más de 50 años en el país más allá de mis bisabuelos que dedicaron su vida en el Ejército y mi servicio militar obligatorio en Bogotá. No fui nunca desplazado, amenazado, extorsionado, intimidado, secuestrado, tampoco pasé noches de terror escuchando ráfagas de fusiles desconocidos y bombas alrededor de mi casa, no me robaron mis animales ni la tierra de mis padres, no me mataron padres ni hermanos ni hijos en frente mío. No tuve que pagar extorsiones por familiares ya muertos ni vacunas por lo que era propio.

Lo que sí viví fue violencia intrafamiliar, matoneo en el colegio, robos a mano armada en la ciudad e insultos por falta de tolerancia de vecinos.

Si uno ha vivido el horror del odio, ¿porqué no querer cambiar? Y si no lo vivió ¿por qué negárselo a las víctimas?

Mi primer recuerdo de esta absurda violencia es en mi casa solo en el cuarto de mis padres viendo el Noticiero de las 7 donde informaban que el peligroso y sangriento Pablo Escobar, cabecilla del cartel de Medellín había escapado de la “cárcel” y que daban una gran recompensa por su cabeza. Lo primero que pensé, fue que se iba a meter a mi casa, que si la policía no podía defendernos, pues íbamos a morir todos, es decir, mi imagen de protección del Estado fue removida de mi conciencia.

Luego cuando empezaba mi adolescencia y empezaba Andrés Pastrana a despejar el Caguán para dialogar con las FARC, una silla vacía marcó de nuevo una frustración que impedía que yo creyera en algo o alguien. Pensé que ni el Estado ni las guerrillas eran lo que decían ser, sólo eran organizaciones amañadas buscando intereses propios y la paz no se veía por ningún lado.

Con esa percepción Álvaro Uribe subió al poder con la promesa de acabar a la guerrilla por la vía de la fuerza y no fue así. 8 años de sangre y corrupción no le alcanzaron y que tocó, pues, negociar.

Ahora después de 4 años de intensa negociación llega una enorme posibilidad de acabar con uno de los conflictos que tenemos en nuestra sociedad. Estoy de acuerdo que no es un acuerdo perfecto, pero sí uno muy con muchas expectativas de mejorar la política esencialmente social, y como todo lo que está escrito, es muy bonito, pero hacerlo realidad va ser difícil y demorado.

Esta campaña por el ‘Sí’ liderada desde presidencia, ha develado la inteligencia política de uno de los “mejores” en el arte de distraer como lo es Santos en un Gobierno que pasará a la historia, pero que ha sido muy, muy, muy flojo. Y esta inteligencia se nota al involucrar al sus contradictores políticos y a la opinión pública, y antagonizar con su ex jefe que no está preocupado por la impunidad, sino por la sed de poder que no lo deja dormir.

El escenario está listo, esperemos a ver qué pasa el 2 de Octubre, si gana el NO, no cesará la horrible noche como lo dice el Himno Nacional. Pero si nos damos la oportunidad de ver otro panorama con el SÍ, al menos lo intentamos. Muchos dicen: “los guerrilleros nos están engañando”, tal vez pero como en una relación, hay que arriesgarse.

El plebiscito arrojará un resultado Sí o No. De ahí en adelante ¿qué va a pasar?

¿Cómo vamos a reaccionar? Si gana el ‘Sí’ y cree en la paz, debe preguntarse: ¿está dispuesto a saludar y hasta trabajar con ex combatientes? ¿Perdonará a militares y guerrilleros que mataron y fueron crueles? ¿Dejará pasar las ofensas para que nuestros hijos puedan pensar en algo diferente al conflicto armado en el campo? ¿Dejará de pelear en su trabajo, cuando maneja su carro o cuando lo empujen en el bus? ¿Dejará de maltratar a su familia y sembrar miedo en sus hijos? ¿Seguirá diciéndoles a los habitantes de calle “Desechables»? ¿Continuará haciendo “justicia por su cuenta? ¿Seguirá siendo vengativo y diciendo que no se arrepiente de nada? ¿Seguirá creyéndose Dios para juzgar a todo el mundo y no aceptar sus errores? ¿Seguirá discriminando y siendo egoísta? ¿Cambiará su actitud ante la adversidad? ¿Seguirá mintiendo y engañando a su pareja? ¿Dejará de ser destructivo para construir?

 
Puede que el conflicto armado con las FARC termine (ya era HORA) pero si usted sigue en conflicto con su vida y con sigo mismo nada pasará y todo será carreta. Y si no está de acuerdo con este proceso de paz y no cambia su vida es aún más “carretudo». Ojalá podamos comprender las palabras del que murió en la Cruz como dice el entonado himno colombiano, eso es amarnos unos a otros y perdonarnos unos a otros…

Twitter. @danielleocorrea