Por estos días la mayoría de personas que habitamos en este país que puja por la paz, nos hemos visto reflejados en distintos espejos: el espejo de las emociones, el de la indignación, más tarde en el de la serenidad, en el de la desconfianza, en el de la esperanza… Y en este ruido de emociones nos esforzamos por buscar la elocuencia, perseguimos respuestas, asumimos responsabilidades, en todo caso no estamos ajenos y tomamos partido. Hemos tomado partido por la paz. ¿Qué es la paz? La paz es un proceso humano, a través del cual nos planteamos otro tipo sociedad, otra forma de resolver los conflictos.
En tiempos de paz nuestro corazón agudiza sus sentidos para escuchar aquello que nos hace crecer y nos llena el espíritu. Así que, les compartiré algunos pensamientos que guían y orientan nuestra tarea como portavoces de buenas noticias para nuestra vida y la vida de los demás. Somos trabajadores de nuevas relaciones humanas, seres humanos conciliadores, pacíficos, corresponsables en la efectividad del derecho humano de la paz.
Diana Uribe, reconocida historiadora colombiana, nos ayuda en esas reflexiones. A continuación y entre líneas, encontrarán esos pensamientos que sin duda inspiran.
En la actualidad los colombianos tenemos el orgullo de hacer parte de una generación que participa en un proceso de paz. Actualmente en nuestro planeta están en curso 19 procesos de paz. Es decir, hacemos parte de una decisión histórica y de carácter global. Esto nos implica: reorganizar y redistribuir nuestra casa-país. Incluir a las personas con las que estamos en desacuerdo y cuyas ideas y comportamientos no nos gustan. Nos implica avanzar en una transformación profunda a nivel personal, social, política, económica, cultural, ambiental.
Hacer la paz es más difícil que hacer la guerra, porque la paz implica, escuchar al otro y ponerse de acuerdo. En cualquier escenario, ya sea en el de la pareja, la familia, el trabajo, y más aún la sociedad, la paz es una tarea que exige. Al decidir escuchar y atender al oponente, se decide quitar el velo a situaciones, pensamientos, sentimientos que estaban ocultos bajo un conflicto, que impedían reconocerlos. Después de reconocerlos, no se puede seguir igual, se trata de llegar a acuerdos que re-dignifiquen a cada persona implicada en el conflicto por resolver.
Lo más difícil es imaginar una sociedad sin guerra. Imaginar otro tipo de relación entre las personas. Acabar con conflictos armados, genera en todas las personas sin excepción, miedos, incertidumbre, temor a que el micromundo que cada quien ha construido, caigan como cristal roto. Ser constructores de paz es avanzar en la construcción de nuevas relaciones humanas, romper con los impedimentos mentales, cambiar la manera como nos expresamos de nosotros mismos.
Con un proceso de paz que se desarrolle en un país, la humanidad en su totalidad se engrandece. Porque la paz nos engrandece. En este sentido, Colombia contará su historia a los demás para que otros puedan aprender. Y con ello habremos logrado: Liberar a las personas que no han nacido, de conocer el horror de la violencia y la muerte. Liberarnos y liberar de los sentimientos de venganza en cualquier orden, pues se sabe que, al bosque de la venganza se entra de distintas maneras, pero es difícil de salir. Habremos logrado que los colombianos creamos que efectivamente, somos capaces de cosas grandiosas y que juntos podemos decidir cambiar nuestro destino.
La paz implica re-dignificar al enemigo. Ama a tus enemigos y reza por tus perseguidores. Muy seguramente la mayoría cristiana ha escuchado muchísimas veces esto. Es la hora de hacerlo realidad. En un contexto de post-conflicto, es compromiso de toda la ciudadanía, ayudar a re-dignificar a los perpetradores de la guerra, para que puedan pedir perdón, resarcirse con las víctimas y la sociedad, en un escenario de dignidad mutua. Las víctimas de nuestro país nos han dado ejemplo inigualable de este perdón: Víctimas de Bojayá, víctimas de La Chinita, víctimas de sobrevivientes de la familia Turbay en el Huila, víctimas del Club Los Nogales, víctimas como Alan Jara, y así, cientos de personas y comunidades.
Nuestro proceso de paz, el de Colombia, no es perfecto, es el nuestro. El anhelo y el afán por lograr unos acuerdos que nos pongan en sintonía del proyecto de paz nacional, es una realidad. Ésta espera activa, la ha reflejado la movilización de organizaciones víctimas, las mujeres, los jóvenes, los indígenas, los campesinos, estos movimientos humanos son dicientes y fundamentales para la recuperación del tejido social del país.
Podemos entonces constatar que: Los Acuerdos que están siendo revisados, son un paso para alcanzar la meta de la paz estable y duradera. Que los conflictos no definen las personas sino la manera como cada quien y cada pueblo los afronta. Que el sufrimiento de muchos colombianos se da por la guerra, no por las negociaciones que se viabilizan en función de la búsqueda de soluciones y salidas al conflicto armado interno.
Apoyar el proceso de paz es dejar de tener miedo y darle lugar al coraje, a la esperanza, a los sueños de un futuro grande para nuestros hijos y para el país. No permitamos que el proceso de paz se politice con ideologías, posturas económicas, interpretaciones del pasado. La paz está a un nivel más profundo que todo lo demás.
Porque en definitiva, es en el corazón y en el alma de las personas donde realmente se produce la paz, en la disponibilidad de un pueblo para cambiar su rumbo. Y tú, ¿cómo te sumas a este propósito de paz?