Por: Laura Amaya Meneses

Los acontecimientos más tristes y atroces que se vivieron en los años 80’s parece que se están manifestando de tanto en tanto, ante nosotros nuevamente. Es una época de la historia colombiana de inflexión, donde las amenazas y constantes muertes por pertenecer o simpatizar con corrientes políticas distintas, se le suma la frialdad del narcoterrorismo. A pesar de que no viví en carne propia este periodo de nuestra historia, sí he aprendido de ella tanto como me ha dolido.

En aquel entonces, personas de ideologías o pensamientos diferentes fueron sistemática y arbitrariamente silenciadas eternamente. Este fue el caso del genocidio político que padeció la Unión Patriótica (UP) como movimiento opositor al gobierno. Es por ello que las muertes de líderes en diferentes departamentos y municipios del país en los últimos meses, se muestra ante nuestros ojos de una manera muy clara en forma de retrospectiva. Son hechos que han despertado las alarmas de instancias internacionales y ponen en tela de juicio la capacidad de los entes territoriales.

El Estado por medio de sus diferentes instituciones debe desplegar todo lo que está en su poder y dentro del marco de su competencia, para salvaguardar la vida de quienes habitan en su territorio. Es entonces como el Ministerio de Interior, la Unidad de Protección, la Policía y en sus niveles descentralizados la Defensoría del pueblo, la Fiscalía y la misma veeduría ciudadana, juegan un papel de gran importancia. Se necesita desarrollar con urgencia en Colombia un estatuto de garantías a la oposición, en vista de que en más de 25 años, desde la constitución de 1991 cuando fue propuesto, éste no se ha logrado consolidar. Por lo tanto, las herramientas de nuestro sistema político democrático son inútiles, ya que se quedan cortas a la hora de garantizar un derecho fundamental como lo es, la vida.

Las muertes de tinte político no son una novedad en nuestras regiones, sin embargo creo fielmente que ha llegado el momento en que la historia nos ha dado una nueva oportunidad para que las nuevas generaciones no vivan entre odios y estigmas, que tengamos la capacidad de perdonar sin la necesidad de olvidar, pues qué clase de sociedad seríamos si no estamos en la capacidad de asumir y aprender de nuestros errores cometidos en el pasado. No podemos permitir que la intransigencia reine en nuestros corazones, tenemos la oportunidad de demostrar que tenemos la capacidad de solucionar conflictos con la altura de nuestros argumentos sin inmiscuir el dolor que producen las armas.

Por último quisiera terminar con una frase de quién fue un gran ser humano y admirable político colombiano, un mártir, Luis Carlos Galán:

«La fuerza del pueblo está en la conciencia de sus derechos. En la conciencia de sus deberes. En la comprensión de que Colombia está iniciando otra época histórica, y que para que en verdad haya un salto cualitativo en la interpretación del país, en el conocimiento de sus realidades y posibilidades, todo colombiano tiene una tarea por cumplir. El más modesto de nuestros compatriotas, lo necesitamos en esta hora de cambio».

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