En el día D del proceso de paz en Colombia ¿Qué ha pasado con nosotros?
Me pregunto si algo cambió en la vida o la rutina personal, familiar o social de muchos de nosotros, habitantes de grandes o medianas ciudades, después del hecho histórico en el que, el gobierno colombiano firmó los Acuerdos con la guerrilla de las FARC (día D), para lograr una paz estable y duradera.
Puede ser que a nivel personal, para muchos no haya cambiado… fuera de escuchar a vuelo de pájaro y con más frecuencia en la radio, o leer en las redes sociales, o en la prensa escrita, algo relacionado sobre el asunto. Y, lo escuchamos en espacios como un bus o el carro, o mientras esperamos algo o a alguien; o en la televisión, después de llegar a casa, tras luchar con la movilidad, la convivencia y la supervivencia, experimentables, cuando se vive en centros urbanos, donde precisamente no abunda el espacio y el tiempo.
Y, al escuchar sobre el tema, de cómo avanzan o no, la implementación de los Acuerdos de paz, posiblemente pensemos y demos opiniones a favor o en contra; pero luego, pasa lo inevitable, volvemos a nuestra vida y luchas, que solo cada quien conoce; hasta que un nuevo detonante active nuestra atención sobre el asunto.
Este preámbulo inicial, es un autollamado personal, y para quienes quieran acogerlo. Tiene dos propósitos, articulados entre sí: el primero consiste en invitarnos a realizar un ejercicio de empatía con el país rural (empatía es ponernos en los zapatos del otro). El segundo, defender la paz desde la legitimidad moral, dado que la legitimidad política es débil, manipulable y más aún, en un año preelectoral.
La empatía por el país rural en el marco del desarrollo de este histórico Acuerdo ha traído consigo una serie de dinámicas sociales importantes para la vida en la ruralidad colombiana y los límites fronterizos; dinámicas negativas, positivas y esperanzadoras, otras amenazantes, que de todas maneras, están y seguirán sucediendo.
Colombia como país, es uno solo, más su relieve geográfico, la incomunicación y el profundo olvido estatal de muchos municipios, especialmente de corregimientos, veredas, resguardos, ha conllevado a que Colombia pareciese dos países en uno, pues el desarrollo socioeconómico y cultural (educación), entre el campo y la ciudad, se ha dado de forma tan desequilibrada e injusta, respecto la garantía de derechos básicos y fundamentales, así como del acceso a servicios para una vida digna, entre otros.
¿Cuáles son esas dinámicas sociales positivas en el marco del desarrollo de los Acuerdos? Nuestro país rural (el de los pequeños campesinos), ha dejado de experimentar bombardeos, propios de un conflicto armado. Las madres con seguridad han experimentado menos amenazas frente al futuro de sus hijos, especialmente de niños y niñas en edad de reclutamiento.
Menos soldados hijos del pueblo, hoy, tienen que combatir camuflados entre el miedo, el enojo y la ansiedad, emociones propias de una condición amenazante, violenta, producto de una guerra fratricida. Con seguridad hoy las comunidades rurales ven un poco más de cerca el interés y la obligación del Estado, cuando las instituciones tímidamente llegan a sus territorios a cumplir la tarea olvidada; unida a que posiblemente la población, sienta este tiempo como una oportunidad para salir del olvido y la indiferencia en la que han vivido por décadas.
Hoy habrá menos víctimas por señalamientos y ajusticiamientos extrajudiciales (falsos positivos). Menos desplazados o refugiados en las grandes ciudades, donde el espacio y las oportunidades son cada vez, menos. Más oportunidades para las víctimas en la restitución de la verdad y la justicia. Más desmovilizados caminan, hacia las zonas veredales, para soñar con un futuro distinto al que han visto desde su pubertad y adolescencia. Podría decirse que la vida toma de nuevo su lugar.
El llamado a defender la paz desde la legitimidad moral, dado que la legitimidad política es débil, cuestionable, incierta, manipulable y polarizante, y mucho más en este año electoral, donde muchos tomarán este proceso de paz nacional desde el oportunismo político para mover masas desinformadas en contra de algo que es irreversible.
El medio o recurso actual que tiene Colombia para defender la paz es el cumplimiento de lo acordado en el proceso de paz. Cada parte tiene su responsabilidad capital, el gobierno, los desmovilizados de las FARC, las instituciones del Estado, la comunidad internacional, y la ciudadanía. La paz está de nuestro lado, del lado de la ciudadanía.
Por eso, nuestra contribución como ciudadanos en el proceso de paz, es:
- Ayudar a hacer control social para que el cumplimiento de lo pactado no sea politiquería de turno; tomemos en serio el destino de nuestros hermanos los campesinos, los indígenas, los afrocolombianos. Y esto, desde las organizaciones juveniles, comunitarias, campesinas; desde los medios de comunicación, desde la escritura, desde lo que es y hace cada uno, desde las opiniones que compartimos.
- Mirar el proceso de paz, sus avances y retrocesos, desde la integralidad del proceso, como un todo. Sesgar, recortar las realidades, dar opiniones desinformadas, no ayuda. Solo desinforma más, polariza, divide.
- No dar lugar a la violencia en nuestras vidas. La violencia se define como “acto de destrucción”, que inicia en la mente de las personas y posteriormente, atraviesa las emociones llegando a los actos violentos.
- Desechar toda idea generadora de violencia. Son variadas las ideas que conducen a la violencia: creerse superiores a las mujeres; la idea de que algunos pueblos son “malos”; la idea de que la justicia es solo para castigar; la idea de que la diversidad engendra violencia; la idea de que la violencia se vence con violencia; la idea de que la competencia es esencial para el éxito; la idea de que la vida acaba con la muerte, la idea de que Dios no existe y es irrelevante en la vida humana (Parafraseo tomado de la adaptación: The Fever in the World of the Mind: Unique Dimensions of Human Conflict and Violence, volumen 3 de la serie Education for Peace Integrative Curriculum).