Por: Leonardo Urrea

Se cree que gran cantidad de problemas de nuestro país cuentan con el hecho de estar sobre-diagnosticados. No obstante, en materia de educación, en las altas esferas de debate público y privado no hay un acuerdo sobre un asunto elemental: ¿para qué diablos sirve la educación? Desde una perspectiva que defiende la libertad como condición elemental del desarrollo humano integral para Colombia, el debate no puede caer en dicotomías falsas o en simplificaciones poco útiles.

¿Debe educarse exclusivamente para el trabajo y dar herramientas para competir en un mercado laboral cada vez más demandante de saberes prácticos?, o, ¿es necesaria una educación que forme en un espíritu crítico que cultive ciertas virtudes morales y políticas? Intentaré explicar por qué de tajo hay un error en las dos posiciones. Empero, expondré antes el cuadro general de la educación en Colombia.

El acceso al sistema educativo y la calidad de la educación son pilares fundamentales para el desarrollo económico. La reducción de pobreza, de tasas de fertilidad, de desigualdad, la creación de una conciencia crítica de la realidad para el buen funcionamiento de la sociedad, y la felicidad de los seres humanos, tienen una relación estrecha con la educación, esto sí, siempre que consideremos la ignorancia como uno de los determinantes de las malas decisiones durante la vida, y de la falta de oportunidades.

Con base en trabajos de investigadores nacionales e internacionales, se sabe que en Colombia los niños pobres y los ricos están separados y en condiciones desiguales (Samper, 2017) . La mayoría de estudiantes de estrato seis van a planteles privados y la mayoría de estrato uno va a instituciones públicas, sumado a que los resultados en calidad van en detrimento de los colegios públicos y en contra de aquellos estudiantes que no tuvieron educación en sus primeros años (Perez 2016) . De este modo, se sabe que el desbalance de calidad del sistema educativo está aumentando las desigualdades sociales como lo han precisado distintos especialistas en la materia (García, 2012).

A estos elementos también se suman los referentes a la formación de maestros, donde las instituciones públicas que cuentan con profesores con maestrías y doctorados muestran mejores resultados en calidad (Gil, 2016). Este asunto, tiene sus raíces en los incentivos para que los mejores profesores estén en el sector privado en demérito del sector público (Compartir, 2014), incentivos tanto financieros como de reconocimiento. Al respecto, vale la pena decir que en Finlandia, un país con uno de los mejores sistemas educativos del mundo, los profesores son altamente reconocidos, y por lo general la profesora de matemáticas de jardín, tiene un doctorado. En nuestro país, las cosas son justamente al revés, aquí casi nadie está dispuesto a hacer un doctorado, se piensa, tal vez con razones válidas que no vale la pena.

Todo esto se sintetiza en que en nuestro país aún importa donde se nace para ser quien se quiere, y no es cuestión sólo del talento, disciplina o habilidad de cada uno. Aquí es donde la dicotomía falsa aparece, unos argumentando que la generación de un espíritu crítico es el objetivo de la educación, y otros diciendo que necesitamos es enseñar más a “saber hacer” y menos filosofía.

Al respecto me pregunto, ¿no es tan importante adquirir el derecho al trabajo y conseguir los medios para una vida digna mediante un aporte a la sociedad, tanto como saber cuáles son los problemas de ésta, y la razón de ser de las cosas? En otras palabras, una sociedad con mejores trabajadores y con ciudadanos críticos capaces de verse por encima de sí mismos, es más capaz de resolver sus problemas y de lograr mayores niveles de prosperidad y justicia. Los dos tipos de educación son necesarios (y no de forma diferencial entre pobres y ricos, sino para todos), la dicotomía, de facto no existe.

Tal vez a un grupo de personas en este país le conviene que la mayoría del pueblo siga en la ignorancia y la miseria, pues la salud de la democracia, depende de la capacidad de crítica y de la habilidad de sus ciudadanos (Corral, 2011), pero estoy seguro que el sector privado de Colombia podría generar mucha más riqueza si tuviéramos trabajadores más calificados y conscientes de los problemas de nuestra sociedad. La educación que debemos luchar es una que forme para el trabajo, sí, pero al mismo tiempo que dé la libertad a todos los ciudadanos para el engrandecimiento de la vida social y cultural (ver).

La educación entonces es el entrenamiento para enfrentar la vida en todos sus aspectos tanto económicos como sociales, filosóficos y políticos, tanto para vivir bien materialmente, como para conocernos a nosotros mismos.

Con todo esto, y para la discusión, el problema va más allá de los profesores, va justo a un cambio de enfoque como sostiene Julian de Zubiría y como lo he practicado en mi corta experiencia como profesor universitario: la educación debe enseñar “cómo pensar” y no “qué pensar”. Así que usemos el lema de la ilustración para construir el futuro de Colombia de nuestros hijos y nietos: ¡sapere aude! –¡atrévete a saber!

Twitter. @Iurrea91