El vuelo está programado para dentro de unas horas, a las 8:20 am del lunes exactamente. Son las 9 pm del domingo y recuerdo que no he hecho el ckeck in. No importa cuánto me guste viajar, casi siempre olvido hacerlo y el resultado es viajar casi que en los baños. Y me preocupa, de forma fuerte y extraña el que no pueda viajar en el asiento de la ventana.
Mientras hace el carreteo para ponerse en posición en la pista, a duras penas uno siente que está arriba de un avión, pero cuando está al principio de la pista de despegue, cuando enciende las turbinas, no te quedan dudas de que esa cosa va a despegar. Su fuerza es abrumadora. Y despega…
Hace tiempo, pensaba que por ser en el aire, los aviones iban casi por donde querían pero no es así. Existen rutas aéreas, siempre y dependiendo de su destino, los aviones trazan un mismo recorrido por esa aerovía. En su gran mayoría los vuelos que he tomado, justo después de despegar, hacen una curva y la parte izquierda del avión queda muy ladeada. El ala izquierda queda como señalando el piso y el ala contraria apunta al cielo. Por las ventanas del lado izquierdo se puede ver, como en una gran pantalla de cine, toda la ciudad. Las hileras de edificios delimitados por las delgadas calles y los carros que, cual hormigas trabajando, se van moviendo como pequeños puntos de muchos colores. El Centro Comercial Titán Plaza, se ve tan pequeño, casi que de juguete. Las canchas de fútbol, las zonas verdes. Se comienza a formar un mapa en el lienzo redondo de la tierra. Tan pequeño todo, tan al alcance de la mano, tan irreal.
Todo el panorama se va diluyendo y aparecen las nubes. Se extienden a lado y lado del avión y parecen formar un piso sólido y seguro. Nubes abullonadas, muy juntas una al lado de la otra. Dan ganas de bajarse y caminar por él, hasta donde ese piso de nubes se confunde con el vértice muy azul y muy redondo del cielo, allá lejos, hasta donde la capacidad delos ojos lo permite. Después de un rato, cielo azul, por todas partes, cielo azul encima del avión describiendo la circunferencia perfecta de la gran pelota en la que vivimos; y debajo, ahora más lejos, un telón blanco cubriéndolo todo.
Me atraen las alturas como muy pocas cosas en la vida. A veces sueño cruzando un puente, un puente desvencijado e inestable. En el sueño intento pasar rápidamente pero tengo mucho mareo y siento perder el equilibrio. Pero por más que la pase mal en las alturas en mis sueños, cada que voy a un lugar alto en la vida real, me entra una satisfacción difícil de explicar. No recuerdo cuantas veces he viajado en avión, pero siempre me pego a la ventana como un niño que lo hace por primera vez, y no vuelvo a la posición normal en el asiento hasta que el dolor producido por la tortícolis me obliga. Es una fijación. Los puentes grandes, los edificios. Tengo como referencia la Torre Colpatria o el nuevo complejo arquitectónico BD Bacatá, como rascacielos en mi ciudad. Y siempre que puedo los miro por largos períodos de tiempo desde lejos, o desde cerca. Yendo en moto por algunas vías de la capital y a ciertas horas, las nubes, el sol, el amanecer o el atardecer, mezclados con estos gigantes de acero, cristal y cemento pueden formar paisajes dignos de grandes obras maestras de la pintura, o recrear postales de geniales películas de cine.
El lunes fui a Monserrate por primera vez en mi vida. Por muchas partes, subiendo a este emblemático cerro de Bogotá se abren panorámicas hermosas de la ciudad. Sin embargo, ya de bajada, a unos 500 metros, hay a la derecha una especie de meseta muy pequeña al lado del camino. El sitio es tan perfecto como peligroso. Queda justo al borde de un despeñadero al cual es demasiado fácil caer. Pero su vista es, por demás, fabulosa. Pasé un buen rato ahí sentado, contemplando todo lo que alcancé a contemplar que, seguro fue muy poco. A la derecha, montañas llenas de grandes pinos, en frente el camino hacia la entrada de la montaña y a la izquierda y hasta donde dan los ojos, Bogotá, cubierta de un cielo casi completamente nublado. No me di cuenta en el momento pero Peque me tomó una foto desde ese punto. No me gustan las fotos, o más precisamente, las fotos donde aparezco. Pero para fortuna de todos, solo aparezco una pequeña parte y de espaldas. En la foto, después de mi cuerpo, aparecen cruzándose dos grades montañas, en una estoy sentado, la otra casi que la atraviesa. En seguida y con un tono muy distinto, casi en Sepia, se alzan uniformemente varios edificios y estructuras altas del centro de la ciudad. Esta maqueta de edificios se combina y se vuelve borrosa entre un espeso telón de nubes oscuras o, vaya uno a saber si es solo la polución. Al final, en la parte alta de la foto solo queda un manto de color café claro como coloreado de manera perfecta sobre una superficie muy lisa.
Pienso qué será eso que atrae tanto de las alturas. Sentado en ese pedazo de tierra, con la inmensidad del panorama ante los ojos, me dan unas ganas inmensas de saltar allá al vacío. De desplegar los brazos y volar sobre los edificios y entre las espesas nubes. Es una sensación de pérdida de dimensión, de volver nula la fuerza de gravedad y poner todo de cabeza. Como si haciéndolo, se cumpliera un extraño sueño, se lograra algo importante… por qué no puedo solo hacerlo, de una vez por todas.
Como que, al viajar en avión, siento que lo logro un poco. También al levantar mi mirada hacia el último piso de un gran edificio o al ir al último piso y mirar todo lo que está más abajo. Se me asemeja al verdadero significado de la libertad, siento como que no hay límites. Cuando estoy en un lugar alto, parece que todo se puede y que los grandes sueños y retos están al alcance de la mano. Sueños como el de estar en un gran rascacielos de New York, (rascacielos de verdad) y perderse en la, para mí desconocida imagen que pueda brindar desde allí; o como el de ser un gran escritor y llevar la gente a otros lugares, únicamente, uniendo palabras y describiendo momentos y sensaciones…
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