Como profesional en Gobierno y relaciones internacionales, desde que terminé mi pregrado he estado vinculada a entidades del gobierno colombiano; y aunque no he podido disfrutar de estabilidad laboral, sí he podido darme el lujo de empezar a recorrer Colombia.
Antes, solo me movilizaba hasta las ciudades capitales para hacer jornadas de trabajo. Sin embargo, este año he empezado a tener la fortuna de desplazarme a zonas que para ser honesta, no sabía que existían en el mapa de Colombia, pero que me han hecho darme cuenta de lo afortunados que somos quienes vivimos en ciudades capitales y zonas urbanas, porque no solo no nos toca la mano del conflicto armado, sino que disfrutamos de cosas tan básicas como acueducto, alcantarillado agua y energía durante las 24h del día sin parar.
A principios del mes de marzo tuve que desplazarme al departamento de Nariño en donde conocí un municipio que se llama San José Roberto Payán. Se lo comenté a mucha gente e hice una publicación en Facebook, en la que expresaba que de no ser por el proyecto en el que trabajo, nunca hubiera sabido de su existencia y mucho menos, hubiera ido hasta allá.
Roberto Payán es un municipio situado a orillas del río Patía en el Pacífico de Colombia y tiene una población de aproximadamente 23 mil habitantes, de los cuales, según cifras del gobierno(1), el 13% son víctimas del conflicto armado colombiano; todos son considerados afrodescendientes. No obstante, al hablar con los pobladores y teniendo en cuenta el subregistro, la población víctima del conflicto asciende casi al 100%.
Para llegar hasta este punto de Colombia, es necesario coger transporte marítimo y fluvial por alrededor de ocho horas desde Tumaco; o tomar una carretera (casi toda destapada) durante nueve horas desde Pasto o Tumaco, hasta un municipio llamado Barbacoas y desde ahí, tomar una lancha por otros treinta minutos.
Mis compañeros de trabajo y yo tomamos la vía marítima y fluvial, y debo confesar que nunca imaginé adentrarme en el pacífico de esa manera. Yo soñaba con conocer el pacífico colombiano, pero en mi ignorante cabeza solo estaban los nombres de Nuquí y Bahía Solano. Durante el recorrido, pude ver los manglares más hermosos que jamás haya visto y para mi fortuna, en la lancha de pasajeros me tocó al lado de un como compañero de viaje, un “man” de nombre Luis, quien es oriundo de la zona y quien me iba contando cómo se llamaba cada árbol que veíamos, me indicaba el nombre de cada población que atravesábamos y me enseñaba el nombre de los ríos por los que pasábamos. Puedo decir que esa conversación ha sido de las mejores que he tenido en la vida, porque no solo hizo mi viaje menos tortuoso (de estar sentada tantas horas sobre un tabla de madera y pensando que me iba marear), sino que me mostró más de las maravillas que tiene Colombia y me sacó un poco de la inmensa ignorancia en la que todavía vivimos muchos colombianos.
Todo iba bien hasta ahí, y a pesar de las horas y el cansancio de estar en lancha por tanto tiempo, yo iba disfrutando del viaje. Sin embargo, al adentrarnos cada vez más por el río, empecé a notar que los municipios que atravesábamos, no solo eran de una pobreza enorme, sino que, casi todos, tenían en sus entradas banderas hondeando de algún grupo armado, lo cual captó rápidamente mi curiosidad y atención. En ese punto, sentí que finalmente nos habíamos adentrado a la otra parte de Colombia, esa de la que nadie habla y no aparece en televisión.
Faltando más o menos 30 minutos para llegar a nuestro destino final, un hombre, visiblemente armado, hizo detener la lancha en la que íbamos. Qué sorpresa la mía y la de todos los que no éramos de la zona, cuando quien nos detuvo nos solicitó las cédulas a todos y nos hizo bajar de la lancha a quienes no éramos de esa zona. Muy rápido me di cuenta de que nos había parado un grupo armado (cuyo nombre no voy a especificar); pero debo confesar que jamás había sentido mi corazón latir tan rápido; ni siquiera por amor! Luis, quien iba al lado mío en la lancha, se sonrió y me dijo “fresca, que es solo rutina”, pero claramente yo jamás había pasado por algo así y mi cara de susto era muy obvia. El hombre que nos bajó de la lancha se identificó como el comandante de la zona y una vez le explicaron quiénes éramos y qué íbamos hacer en esa zona, nos dejó seguir con la advertencia de que “íbamos a estar vigilados y que no fuéramos hacer nada estúpido”. Yo hasta el día de hoy, sigo pensando qué era hacer algo estúpido; pero bueno, para nuestra tranquilidad, pudimos llegar sanos y salvos para empezar a trabajar al día siguiente en Roberto Payán.
Después, pude entender que ese miedo que sentí en ese momento, no es nada comparado con el miedo que debieron sentir las personas de la zona hace unos años, cuando los grupos armados llegaron a sus casas y los sacaron obligados, cuando tuvieron que vivir la atrocidad de una bomba, o el sufrimiento de que sus hij@s fueran reclutados y demás barbaries del conflicto armado colombiano.
En fin… en el municipio estuve un total de cuatro días y por todo lo anterior, éste ha sido el viaje de “trabajo” que más me ha marcado. La población de Roberto Payán, además de llevar una historia de violencia en los hombros, sufre todas las necesidades causadas por la pobreza. Allá no hay acueducto ni alcantarillado, y la energía llega de manera intermitente. ¡ES UNA POBLACIÓN TOTALMENTE ABANDONADA POR EL ESTADO COLOMBIANO! Pero como si fuera una señal de Dios, durante mi visita conocí a Leonel Ortiz, un exjugador de fútbol profesional quien -con las uñas- logró salir del municipio para jugar en equipos de la B de Colombia; pero que por una lesión de rodilla, debió abandonar el fútbol como profesión y modo de vida. La explicación es muy fácil: o seguía intentado vivir del fútbol, o conseguía plata para su familia de otra forma.
Después de su lesión, Leonel decidió regresar a Roberto Payán para hacer algo por los suyos, y no solo se convirtió en el actual representante legal de uno de los concejos de víctimas del municipio; sino que decidió montar una escuela de fútbol para los muchos niños, niñas y adolescentes que ven en este deporte un sueño y una oportunidad para salir de su condición de pobreza, y para no tener que caer en la desfortuna de empeñar un arma y enfilarse en un grupo armado.
Así que decidí que como debo volver al municipio el próximo mes por trabajo, voy a utilizar a Leonel como un canal para dejar mi grano de arena en esa población.
1 Red Nacional de Información, 2016.