Por: Josué Martínez

Y yo iba tras ellos como he estado haciéndolo toda mi vida mientras sigo a la gente que me interesa. Porque la única gente que me interesa es la que está loca. La gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo. La gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes sino que arde, arde, arde como velas en la noche.

Película En el camino

El grupo había terminado. La mayoría se disponía a esperar el refrigerio, otros comenzaban a hablar entre sí y a hacerse bromas. Alguien se acercó al portátil que estaba conectado al televisor y comenzó a poner canciones. Canciones de varios géneros, de distintos artistas. Propusieron poner canciones que nos gustaban, viejas y nuevas. Ella propuso Bossa nova y se me ocurrió poner Garota de Ipanema o como se llamó originalmente Menina que passa:

Olha que coisa mais linda, mais cheia de graça

É ela a menina que vem e que passa

Num doce balanço caminho do mar.

La canción por sí misma es bellísima y varias personas comentan lo agradable que les resulta. Pero lo que volvió inmortal ese momento en mi mente fue que, al unísono, ella acompañó la canción hasta el final con su voz, que no logra pasar desapercibida nunca, esté donde esté. Y es que desde siempre esa voz me atrajo poderosamente, su fuerza y su pasión arrolladora. Como cuando controlaba la consola de sonido en sus presentaciones y solía abrir su canal mientras monitoreaba; solo su canal, para concentrarme en sus interpretaciones, siempre acompañada de algo más, siempre sobresaliendo por encima de las demás, siempre captando totalmente mi atención.

Me enviaba audios de canciones que interpretaba. No sé de qué manera, pero los grababa y me los enviaba por audios de WhatsApp. Covers de canciones conocidas, acompañada del piano, de la guitarra y de su voz obviamente. Me perdía mientras las escuchaba. Me pegaba el teléfono al oído y las escuchaba una y otra vez.

Una de esas canciones, la que ella le grabó a un amigo suyo como un favor y para un trabajo de la universidad, se volvió parte de mi playlist por ese tiempo. Las canciones tienen la facultad, más que cualquier otra cosa en el mundo, de marcar, definir y recordar lugares y momentos. Estaba en cuarto semestre tal vez, en jornada diurna y todos los días antes del almuerzo salía de clases hacia la casa. Mientras el Transmilenio avanzaba de mala gana por la Caracas yo iba mirando los edificios del centro de Bogotá a lo lejos y escuchando su canción. Ver repetidamente ese paisaje al tiempo que la escuchaba me hizo querer producir un video. Un video que se grabara desde la ventana de un carro, mostrando los inquietantes y atractivos lugares del centro de la ciudad; los edificios, las calles pequeñas, los tumultos de gente, los comerciantes volviendo un caos el tránsito por las aceras, los puestos de revistas, las librerías, los andenes llenos de libros puestos encima de plástico y estantes improvisados, la carrera séptima, los artistas callejeros, el piano y el pianista, los espectadores, las casonas con arquitectura antigua, las iglesias gigantes, el viejo edificio de El Tiempo, el Eje ambiental, la concurrida y hostil plaza de la mariposa, los vendedores de frutas en cada esquina; los paisajes que se forman bien temprano, cuando las nubes perezosas, se van levantando y van descubriendo la parte alta de los edificios, o el cielo de color naranja combinado con tonos grises y azules que pinta el sol al esconderse allá lejos en el horizonte por las tardes, etc… Las secuencias irían mostrando los mismos lugares, alternando tomas en el día, a plena luz y en la noche. Los mismos escenarios, los mismos parajes, unas tomas lloviendo, otras con el sol resaltando cada color. Y todo va rodando mientras su voz, la de ella, entona alguna canción muy suave, que por momentos sea casi un susurro, como quien cuenta un secreto al oído, profunda, perfecta… Como la canción de Joao Gilberto que me acompaña en este relato. Aún sigo con ganas de hacer el video, pero ya no podré contar con su voz, al menos por ahora.

Ella era también una especie de guía musical para mí. Amigos músicos me envían canciones, me recomiendan grupos y demás. A mí pueden gustarme o no, pero no conozco los detalles técnicos, no sé si el que canta está en el tono o no, si es muy talentoso o si le falta, no sé si realmente estoy escuchando algo que vale la pena o es una canción del común más; ella sí. Las aprobaba si eran muy buenas o me resaltaba sus errores si los tenía. En cierta ocasión tuve que cubrir un evento empresarial a través de la emisora para la que trabajaba. Pasaría cinco horas en vivo entrevistando asistentes, organizadores y algunos expositores. Pero me quedaría mucho tiempo con vacíos y necesitaba música acorde a la necesidad, mucha música. Pasaban las diez de la noche cuando solicité su ayuda, y revisando cada grupo de diferentes tipos de Jazz que ella me recomendó, y mientras terminaba de editar el material, me dieron las 5 de la mañana. Esa música no solo cubrió de sobra el tiempo que necesitaba durante la transmisión, sino que de allí saqué varias pistas para múltiples trabajos de producción más adelante o simplemente para escuchar, en cualquier otra ocasión.

Con ella, como con mi hermano Mauricio, podía pasar el rato poniendo música en Youtube. Ella ponía una canción y yo ponía otra. Recordábamos esas canciones que significaron mucho, o que nos gustaban por determinada razón. Coincidíamos en algunos géneros y entre más hacíamos memoria, más salían del baúl de los recuerdos esos himnos de nuestra infancia o esas canciones de artistas nuevos que marcaban diferencia. Yo ponía, por ejemplo, una canción viejísima que escribieron Michael Jackson y Lionel Richie en 1985 con fines benéficos y que interpretaron un grupo selecto de estrellas americanas. El contraste de esas prodigiosas voces, el sentimiento que los artistas imprimieron en la canción y el coro sublime, conformado en su mayoría por cantantes afro, me hacen todavía emocionar. Ella ponía después una versión acústica de una canción de Beyonce. Es un video casi casero, en donde la artista canta a capela, junto a un gran grupo de personas que a su alrededor la acompañan en la interpretación; personas, como no podía ser de otra manera, afro descendientes. Y así, una tras otra, aparecían las canciones en el reproductor.

Hablé de ella en algún otro artículo y esta vez solo quería recordar lo grato que era su compañía. La energía que le acompañaba cuando de hablar de su pasión se trataba. De lo emocional y apasionada que era para cantar, para la música, para su familia, para la vida. No considero que sea un error ser pasional o emocional. Estamos llenos de gente cuerda que permanece fingiendo tener todo bajo control y que viven en una sobriedad aburridora, deprimente y sobre todo, falsa. Como la frase del escritor protagonista de la película a la que me refiero al principio, me gusta esta gente. Gente que entiende desde temprana edad que no va a poder eliminar el riesgo de sus decisiones, de sus pasos, de su vida. Gente que no se escuda tras una religión o una providencia divina para no tomar decisiones y encarar la vida de frente. Gente que va por lo que quiere, que a pesar de tener miedo se tiran y si sale mal buscan la solución; que se lanza, que decide, que arriesga, que vive.

Si por algún motivo ella lee esta columna, me gustaría que supiera que respeto su decisión y que me enorgullece lo que hace. Que desde que la conocí, supe entender su forma de ser y la sigo entendiendo. Que si eso que decidió es para bien suyo y de las personas que quiere, entonces está bien para mí también. Que no se canse de ir a por la vida. Que no deje que los aburridos y los que nunca hacen nada a causa del miedo, aplaquen su locura, sus ganas de hacer que las cosas pasen, su ímpetu y su pasión. Que no se canse de equivocarse porque es así como ha aprendido tantas cosas. Que esa insatisfacción que sé que aún permanece en ella, la siga llevando a estar en constante movimiento, siempre hacia adelante, siempre en busca de nuevas cosas, en camino al crecimiento. Así es la gente de la que me gusta escribir. Esas personas que revolucionan la vida y que, desde luego, son incómodas para la gente normal. Que no caben en los parámetros convencionales, que dan de qué hablar, que marcan la vida de los demás, para bien o para mal, pero la marcan, como me marcó a mí, en este caso por supuesto, para bien.

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