Por: Jair Peña Gómez

“La igualdad es un eslogan sobre la base de la envidia”, Alexis de Tocqueville.

El hombre ha buscado la justicia desde su génesis, se puede afirmar que es un valor inherente al espíritu humano, fortalecido en el curso de la historia y depurado en el desarrollo de la civilización universal. El término justicia pasa necesariamente por la noción del bien común, es decir, la vida armónica en comunidad. Santo Tomás de Aquino la define como “el hábito por el cual el hombre le da a cada uno lo que le es propio mediante una voluntad constante y perpetua”. Partiendo de esto podemos inferir que el ser humano posee un status de dignidad, y es merecedor de algo, lo que le es propio.

Por otro lado, nos encontramos con otra palabra muy manipulada y vulgarizada actualmente: igualdad. Políticos, periodistas y académicos la han instalado en escenarios que otrora le eran ajenos, desvirtuándola, por ejemplo, el económico. Connotados investigadores como Piketty, Krugman y Stiglitz, han manifestado en distintas publicaciones que se requieren políticas redistributivas a nivel mundial, puesto que el 10% de la población tiene más dinero que el 90% restante, a su vez afirman que el 1% de ese 10% tiene más que el 9% restante, así, de manera sucesiva ¡sabrá Dios hasta qué millonésima cifra!

Dichos expertos condenan el modelo de libre mercado, que no capitalista (epíteto peyorativo acuñado por Karl Marx), aduciendo que es intrínsecamente injusto y que a lo largo de los años ha condenado millones de personas a la miseria. Lo cierto es que el debate público se ha permeado por el dogma de que la igualdad es necesariamente buena y aplicable a cualquier circunstancia o ambiente, y, por consiguiente, la desigualdad es una maldición venida del cuarto círculo del infierno, según Dante. La realidad es un tanto distinta. Aquí algunos datos obtenidos de Gapminder Foundation y el BRC del caso que nos compete, el colombiano:

Los datos anteriormente citados reflejan que la desigualdad “consustancial” del libre mercado – falacia denunciada hasta la saciedad por la progresía -, no necesariamente significa pobreza o incapacidad de progreso, por el contrario, el deseo de superación y la búsqueda de intereses particulares como lo dijera Adam Smith, impulsan la economía y como consecuencia de esto, se consolidan diversos avances sociales.

Ahora examinemos el muy elogiado coeficiente de Corrado Gini (estadígrafo fascista) con que los organismos internacionales miden la igualdad en el ingreso de los países, y a través del cual instan de manera ordenancista a los Estados a implementar medidas redistributivas. Según esta medición, naciones como Burundí, Etiopía, Tayikistán, Níger, Burkina Faso o Guinea-Bisáu son mucho más igualitarias que Colombia, Chile, México, Estados Unidos, Costa Rica o Singapur. Claramente ser más igualitarios no significa ser más prósperos; no es lo mismo ser pobre en Singapur donde el PIB per cápita el año pasado fue de US$52.960, que, en Burkina Faso, donde el PIB per cápita fue de US$649.

Por tanto, es una gran mentira afirmar que igualdad es un sinónimo de justicia, mucho menos superación de la pobreza. Por supuesto, debe existir igualdad ante la ley e igualdad de oportunidades, sin que ello signifique quitarle una gran parte del dinero a los que tienen mayores ingresos para darle al resto de la población, esto sería radicalmente injusto, pues incluso puede aniquilar los incentivos que tiene el pobre para alcanzar la riqueza.

Es necesario romper con el esquema mental asistencialista, el Estado no es una suerte de Robin Hood que le quita al rico para darle al pobre, la lógica debe ser distinta, el Estado tiene una función de árbitro, debe mantener unas condiciones equitativas en el juego, permitiendo y facilitando que el pobre – por medio del libre emprendimiento – se haga rico sin empobrecer los demás jugadores. Razón tenía Churchill cuando dijo que “el socialismo es la filosofía del fracaso, el credo de la ignorancia y la prédica de la envidia; su virtud inherente es la distribución igualitaria de la miseria”.

Apostilla: la deliberación democrática debe darse con base en argumentos, no con adjetivos. Sin embargo, recordemos, la libertad de expresión es de doble vía. Moderación, moderación…

Twitter: @JairPenaGomez