“El hombre es ambientalmente, el suicida que se ha lanzado del octavo piso”, Gurden Frank.
La humanidad tiene dos retos centrales para su supervivencia: por una parte, la utilización y promoción de nuevas tecnologías para disminuir el impacto de nuestras actividades sobre la tierra y proteger la vida; por otra, estructurar incentivos y regulaciones precisas para generar un equilibrio entre el sistema de generación de riqueza y el medio ambiente. Si no comprendemos que la tierra es nuestro hogar, y que no podemos destruir nuestro único hábitat posible por ahora, nuestra condena a la extinción será inexorable.
El desarrollo sostenible como un desarrollo que atiende a las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras, para atender a sus propias necesidades, ha sido el objeto de los esfuerzos de las grandes potencias para lograr acuerdos de reducción en grados de incremento en la temperatura global. Empero, con el giro político evidenciado en el mundo entero, y con líderes mundiales negando el cambio climático, es factible que las tareas de la esfera pública para adecuarnos a la nueva situación ambiental, no se hagan.
Suponiendo que no se hará nada, ¿el mercado es capaz de autorregularse ambientalmente? ¿Por pura dinámica económica se crearán y modernizarán las firmas sostenibles y se cambiarán las preferencias de consumo, que apoyen una matriz productiva capaz de permanecer en el tiempo?
El esquema de preferencias de consumo no podrá cambiar radicalmente. Los bienes con menor impacto ambiental en su producción, son más costosos debido a la inversión tecnológica necesaria, de modo que solo una pequeña elite con capacidad de pago, estaría en condiciones de impulsar este tipo de consumos, lo cual, en el agregado económico, no representaría un cambio significativo. De otra parte, para los productores, dado el problema de precios, no sería rentable incurrir en estos proyectos, la competencia sacaría del mercado en cuestión de meses.
Otro argumento contundente sostiene que la distancia entre el consumidor y el lugar del daño ambiental tanto espacial como temporal, hace cuasi imposible la construcción de una consciencia de consumo que abogue por productos con menor daño en su producción. Este último argumento, es el más razonable dada nuestra racionalidad limitada, de modo que el mercado sí generaría los cambios necesarios, pero sólo hasta que los costos se empiecen a percibir en una proporción importante de la población, de modo que tomaría mucho tiempo, tiempo en el cual los daños, probablemente, ya habrán producido un cambio estructural en contra de nuestra supervivencia.
Al argumento de la distancia entre los consumidores y el lugar de producción, se le agrega un de desigualdad entre costos y beneficios. Los países que tienen su matriz natural intacta disfrutan de productos que dañan el medio ambiente en otros países, de modo que un pacto global liderado por las potencias, es necesario. De no hacerse, el panorama actual de política internacional, sepultará la calidad de vida para las futuras generaciones.
El debate va más allá de las simples discusiones entre socialismo y economía de mercado. Los dos sistemas han mostrado tener consecuencias nefastas para el medio ambiente. La izquierda radical ambientalista en el mundo, sostiene que es el “industrialismo” el que condena al mundo a la debacle ambiental, y que se debe abogar por un “crecimiento cero”.
Esa posición carece de precisión analítica. El problema no es el crecimiento como tal, sino la forma que adopta ese crecimiento. Perfectamente puede haber un crecimiento económico positivo, con una reducción o estancamiento en el nivel de consumo de recursos naturales. El tamaño de la economía importa, pero es más importante la estructura de consumo y de producción subyacente a ese tamaño. Pueden existir dos economías A y B del mismo tamaño, donde una cuente con un equilibrio más fuerte con el entorno y la otra destruya completamente su entorno.
La intensidad de uso de recursos naturales en el mundo se ha reducido en bastantes sectores, es decir, el consumo de recursos naturales por unidad de producción, hoy es menor. Sin embargo, dado la sobrepoblación actual (actualmente somos 7.400 millones y seremos 9.000 en las próximas décadas) la cantidad de recursos utilizados en la generación de riqueza se ha multiplicado, de modo que el problema de expansión demográfica agrava el problema.
En este sentido, hay que superar el debate clásico entre izquierdas y derechas, y construir un cambio ideológico y económico estructural. La política económica, debe focalizarse en promover cambios en el tipo de crecimiento económico, el funcionamiento óptimo de los mercados, y la soberanía nacional. Una nueva economía debe empezar a forjarse desde hoy; los debates sobre desigualdad, propiedad privada, y libertad democrática seguirán vigentes, pero se les añadirá una cuestión adicional que marcará la diferencia: ¿cómo vamos a adaptarnos a un mundo más hostil que de costumbre?
El asunto clave es comprender que la sostenibilidad económica de largo plazo de nuestras sociedades, está íntimamente relacionada con la sostenibilidad ambiental por una razón simple: sin medio ambiente, no hay economía posible. Pensemos en el negocio de la pesca, si la tasa de pesca en un lago está por encima de la capacidad de regeneración de la población de peces, en algún momento iremos a pescar y no habrá nada que pescar, y esto tendría consecuencias económicas, sociales y políticas nefastas.
La posición del tecno primitivismo que nos quiere hacer ir a vivir a las cavernas y dejar morir de hambre a la mayoría de la población, y las del tecno futurismo de la ilustración que sueña con que la ciencia puede revertirlo todo, son absolutamente utópicas e irreales. Lo único que podemos hacer para estabilizar la población es permitir que las mujeres controlen su natalidad mediante educación y métodos anticonceptivos y fomentar políticas amplias de adopción y educación sexual. En la esfera económica, nuestra única opción es abrir la matriz productiva y proponer inversiones público privadas, para adecuar nuestro sistema económico con incentivos para sectores intensivos en tecnología y trabajo calificado, que, a su vez, serán los cimientos de una nueva economía para los habitantes del futuro.