Por: Jair Peña Gómez
Tarde de sábado en Bogotá, 3:45pm. El particular clima capitalino hacía de las suyas, por momentos llovía, por momentos asomaba el sol, y en algún lapso, coincidió la brisa fría con la calidez del astro rey, como preludio de lo que sería un Gobierno de puntos medios para pocos e indeciso para muchos. El exitoso exministro de Defensa Juan Manuel Santos ya se encontraba en la Plaza de Bolívar, presto a hacer el juramento de posesión y recibir la banda presidencial a manos de Armando Benedetti, presidente del Congreso en ese entonces. Afrontaba el reto más grande de su vida, para el que se preparó – según quienes lo conocen – desde la cuna. No era una empresa sencilla, sucedería al mandatario más popular en la historia de Colombia, Álvaro Uribe Vélez.
En el decurso de su administración se distanció significativamente de la visión de país de su antecesor y de la visión del país – así, en general -, que empezaba a creer en la derrota militar del narcotráfico y el terrorismo, a la vez que observaba un crecimiento económico sostenido gracias a la confianza inversionista y un manejo austero del Estado. Sus primeras desavenencias se centraron en temas puramente burocráticos, nada que no pudiera reconciliarse. Sin embargo, la política diplomática de Santos frente a Ecuador y Venezuela, rivales ideológicos del Gobierno anterior, tallaría una grieta entre el bogotano y el antioqueño. La ruptura absoluta se dio con base en los diálogos de la Habana. Algo que el expresidente y más de medio país no le perdonaron en el plebiscito.
Lo indiscutible es que el presidente que sucedió al más popular ha sido el más impopular, su mandato ha estado marcado por medidas desacertadas como las reformas tributarias, la creación de decenas de dependencias estatales para saldar sus compromisos políticos, el gasto desproporcionado en publicidad y el incremento de la deuda pública; además de estar manchado por variopintos escándalos de corrupción, como la venta a dedo de Isagen, los “sobrecostos” de Reficar, la financiación de su segunda campaña presidencial por parte de Odrebrecht, el desfalco en Saludcoop, entre otros. Al día de hoy no existe un santista convencido, todos intentan desmarcarse de él, ni la izquierda radical incondicional al diálogo y al acuerdo, ni la izquierda “moderada” con quien cogobernó desde la mitad de su primer periodo, ni el centro ‘sinoísta’ (ni sí, ni no) representado por Vargas y Pinzón, quieren su espaldarazo. Sobra decir que la derecha tampoco.
En tal escenario, la carrera por la presidencia estará marcada por una crítica constante, pero de parte de algunos inconsistente a Santos, tómese como ejemplo Claudia López, quien apoya las más de las veces los proyectos de ley del Gobierno, aunque frente a las cámaras pose como su más ferviente opositora. Entretanto, el país depende del buen juicio y la sobriedad de los colombianos, pues Colombia no soportaría una prolongación del modelo santista, la economía viene en picada y el debilitamiento de la institucionalidad resulta evidente.
En vista de que nadie puede llegar por sí sólo en el ambiente de polarización que propició Santos, serán cuatro las alianzas que se tejerán de cara a las elecciones de 2018:
- Alianza de extrema izquierda: Petro, Piedad Córdoba y el candidato de las FARC. El exguerrillero del M19 y exalcalde de Bogotá ha sido el más favorable a la asamblea constituyente en Venezuela, sus posiciones no distan demasiado del socialismo del S.XXI, por tanto, una alianza con Piedad Córdoba, una de las responsables de la crisis social en el vecino país y simpatizante de la guerrilla de las FARC, es apenas obvia.
- Alianza de centroizquierda: Esta será quizá la más disímil de todas, pero no por ello contará con menos posibilidades. Estará integrada por Jorge Enrique Robledo (MOIR), Sergio Fajardo (Independiente), Claudia López (Alianza Verde), Clara López (Independiente), Humberto de la Calle (Liberal), Juan Manuel Galán (Liberal), Juan Fernando Cristo (Liberal), Roy Barreras (U) y Mauricio Cárdenas. Todos ellos son defensores del acuerdo de la Habana y representan fielmente el pensamiento del presidente.
- Alianza de centro: Conformada por los candidatos más ambiguos del espectro político, German Vargas Lleras y Juan Carlos Pinzón, no parece tener muchas opciones, serán castigados en las urnas por la indefinición. Vargas como vicepresidente no dejó ver un apoyo decidido al proceso, tampoco se opuso, le costará. Pinzón por su parte, ocupó durante la actual administración el Ministerio de Defensa y fue Embajador de Colombia en Washington, es difícil creer su oportuna separación.
- Alianza de centroderecha: La Gran Alianza Republicana – bautizada así por Rafael Nieto Loaiza – parece ser la más homogénea y sólida. Podría afirmarse que es un hecho y no una mera deducción como sucede con las anteriores. En ella estarán los experimentados políticos opositores: Álvaro Uribe Vélez, Andrés Pastrana Arango, Alejandro Ordóñez Maldonado, Marta Lucía Ramírez, Luis Alfredo Ramos, Óscar Iván Zuluaga y Jaime Castro. A estos se les suma Iván Duque, María del Rosario Guerra, Carlos Holmes Trujillo, Paloma Valencia y Rafael Nieto Loaiza, la gran sorpresa y promesa de lo que yo llamo el ‘conservauribismo’.