Finaliza un mes más y hoy precisamente no es 13 de agosto, día en que asesinaron a Jaime Garzón y fecha en la que los medios enfatizan en homenajes, columnas, videos, entrevistas, reportajes; sin embargo, después de observar los múltiples homenajes póstumos tras 18 años de su asesinato y el otorgamiento del doctorado en educación de la Universidad Pedagógica, era necesario para mi oficio escribir sobre Garzón.
También en esta fecha en redes sociales se observan diversidad de publicaciones sobre el humorista y se comparte en multitud virtual la conferencia en la Universidad Autónoma de Occidente de Cali (1997) que se viralizó por youtube. Además se vuelve a ver y escuchar el especial transmitido por Señal Colombia (2014), o el programa Hagamos Memoria de Canal Capital dirigido por el periodista Óscar Bustos; y para los que quieren conocer más a profundidad parte de la verdad del magnicidio: el programa de periodismo investigativo “Contravía” dirigido por el periodista y hoy concejal de Bogotá Holman Morris, quien desarrolla la investigación del crimen del humorista en una de sus emisiones (2003).
Creer que vale la pena morir por un país en llamas, hacer reír, extraer carcajadas con los agravios de las tragedias políticas que en todas las esferas afectaron a una Colombia desangrada. Ese fue el pecado, una anunciada condena al silencio eterno.
Si usted estimado lector ha defendido a capa y espada a alguno de los personajes que hacen parte de la “feria” política de Colombia, téngalo por seguro que no ha aprendido nada de Jaime Hernando Garzón Forero, o tal vez nunca le interesó hacer un análisis sobre los contenidos altamente críticos y premonitorios que existían en cada una de las piezas caricaturescas que Garzón expuso en sus programas.
Si no estuviéramos en Colombia sería inverosímil observar que el caso Jaime Garzón haya estado tanto tiempo en la impunidad y aún quede el rompecabezas sin ser resuelto en su plenitud. Ya no es suficiente hacer crónicas, reportajes, marchas, caminatas y homenajes al multifacético personaje; pedir justicia a gritos, seguir año a año recordando sus aciertos y reiterando su grandeza, no es suficiente, es corto, es mínimo, es casi nada. El país debe tomar conciencia y en especial los jóvenes, no pueden seguir existiendo los mismos comportamientos de desinterés en unos, y la misma enfermedad política de otros, apostándole a partidos y líderes políticos que continúan hundiendo al país en la corrupción y desesperanza y aún así tienen el descaro de autodenominarse opositores a la “corrupción”.
Heriberto de La Calle, Dioselina Tibaná, Godofredo Cínico Caspa, Néstor Elí, Compañero Jhon Lennin, Quemando Central, Emerson de Francisco e Inti de La Oz. Todos ellos fueron la voz de un pueblo honesto, alegre, trabajador y que tuvieron el valor y los argumentos para decirle a la “distinguida” clase política que estaban “cansados” o el termino coloquial “mamados” de la desigualdad y la descarada corruptela que en los años 90’s adornaban el país. Lamentablemente en pleno 2017, aquellos problemas que afrontaba la nación y sus dirigentes, los cuales fueron materia prima para Garzón, ahora siguen latentes más que nunca, transformados, transmutados, casi inmunes ante la “justicia”.
En el libro “5 en humor’, la periodista María Teresa Ronderos, realiza una perfilación de cinco de los grandes humoristas políticos que ha dado Colombia. Rendón, Klim, Osuna, Vladdo; y por supuesto Garzón. Allí se encuentra una característica propia de dichos humoristas, vivir en un silencio constante, aislados, sumergidos en melancolía, algunos elocuentes con ese humor ácido y negro, muchas veces con el burlesco hasta de su propia existencia o de su anunciada muerte. Enfrentando día a día amenazas y a la ignorancia política de un pueblo que no avanza, en contravía de la indiferencia de un país y asumiendo las demandas descaradas por injuria y calumnia de los actores principales del detrimento patrimonial. Tal como lo afirma Antonio Caballero en el prologo de este libro: “Y es que la crítica del humor es más difícilmente tolerable por los poderosos que otras formas más académicas, porque va más allá de la simple crítica social y política”.
Garzón ha inspirado a muchos jóvenes para ingresar al maravilloso mundo del periodismo, pero también a diversos estudiantes que inician su recorrido académico en donde se hace relevante el valor y el respeto por el otro, el sueño de una paz venidera, el fortalecimiento de una sociedad con admirables instituciones que forjen el sostenimiento y crecimiento de una nación. Tal vez sea utópico vislumbrar una Colombia diferente, pero con que las nuevas generaciones revolucionen el país por medio del conocimiento, del arte, la familia, las comunidades heterogéneas y las diversas manifestaciones sociales, se habrá dado el primer paso.
“Oiga, Arias, por favor, ¿qué pasó con el programa de humor del que me habló? Estoy en la calle, estoy en la olla. Después de lo de la alcaldía quedé rejodido”. El programa al que se refería Garzón, y por el cual llamaba desesperado a Eduardo Arias, era Zoociedad. Anécdota expuesta por Germán Izquierdo en su libro “Jaime Garzón, el genial impertinente”. Este hecho se remonta al momento en que el Expresidente Andrés Pastrana que en aquel tiempo fuese alcalde de Bogotá, destituyera a Garzón de la alcaldía menor de Sumapaz. Allí iba naciendo lo que fuera uno de los grandes programas satíricos de la política nacional.
Se gestaba entonces un espacio masivo para la crítica política, con Zoociedad entre 1990 y 1993 y Quac el Noticero entre 1995 y 1997. El equipo humano con el que contaba Jaime Garzón le dio todo el respaldo para mantener la calidad en cada uno de los programas, sin embargo, su personaje Heriberto de la Calle en CM& y posteriormente en el Canal Caracol, fue el que más tuvo relevancia y logró cautivar a millones de colombianos que veían en el embolador un hombre honesto, humilde y auténtico; de esta forma logró enfrentar con presunciones y verdades a muchos políticos y personajes de la farándula criolla que muchas veces se mostraron incomodos con la impertinencia del lustrabotas.
A Jaime lo mató el paramilitarismo, ese proyecto diseñado entre políticos importantes del país, grandes lideres de las fuerzas militares y poderosos empresarios. Lo mató un estado cómplice, el DAS con los sus ya conocidos dirigentes, una justicia infame y un pueblo enajenado; lo matamos los colombianos, los que permitimos mediante el voto que sigan subiendo al poder los “honorables” políticos de turno.
Para morirnos de la risa, mataron a Jaime, PARA vivir sucumbidos al miedo amenazan y persiguen periodistas, PARA que la paz no sea percibida por los colombianos se recurre a la falacia, PARA callar el humor un expresidente acusa a un humorista de violador de niños, PARA desviar la verdad un exprocurador (que hace honor al personaje Godofredo Cínico Caspa) denomina mentira a la verdad y verdad a la mentira buscando desvirtuar las críticas de un caricaturista. PARA seguir haciendo de Colombia un país en decadencia, sigamos peleando por políticos corruptos y defendiendo lo indefendible, interesémonos más por el partido de la selección Colombia de fútbol y bailemos al ritmo de des-pa-ci-to mientras llegan las próximas elecciones, en donde los tamales y la lechona, los puestos políticos y dadivas serán otorgados por ese cambio radical que nos merecemos o por ese corazón grande que está en el centro de una democracia desdibujada. Sigamos riendo de nuestras desgracias.