Por: Juan Carlos Velásquez

Demonio, segregador, incitador al odio, camandulero, cínico, lobo, corrupto, tipo… son solo algunos de los calificativos que la señora Mónica Rodríguez ha utilizado para referirse a Alejandro Ordóñez desde el año 2012.

Y los ha usado con la facilidad de quien define a alguien que no conoce. Por supuesto lo hace en Twitter, el escenario perfecto para escribir sin reglas gramaticales o éticas, y sin pensar, sin leer, sin medir. Como quien presenta un programa de entretenimiento en las mañanas y dice lo primero que se le viene a la cabeza, baila lo primero que se le viene a los pies y confunde lo uno con lo otro con repetición y cadencia. Con la tranquilidad de que no se nota, con la frescura que significa la libertad de expresión si solo soy yo la periodista que se expresa, la bailarina que menea su cuerpo, la analista política de redes sociales que canta karaoke y desafina.

Y Mónica tiene derecho a ello, pero ello tiene consecuencias.

La consecuencia fue graciosa y llegó el día 9 de octubre. Alejandro Ordóñez decidió aceptar nuestra sugerencia de por fin responder y, en serio, no tenía idea a quién iba dirigida su respuesta.

La cosa fue más o menos así:

– Jefe, vamos a grabar el mensaje de respuesta a Mónica Rodríguez.

– ¿Y ella quién es?

– La periodista de Caracol, la presentadora del magazín de las mañanas.

– ¿La que me insulta por Twitter?

– ¡Justo ella!

– ¿Y en serio no entiende la diferencia entre una anulación y una destitución? ¿No me dice que es periodista?

Y la pieza de video fue realizada… Toma única de dos minutos. El #EstudieMija fue espontáneo. Será explicado, ojalá, en una próxima edición.

Las repercusiones son plenamente conocidas por la sociedad. Una decena de trinos de @MONYDIAADIA respondiendo a la “terrible afrenta” del exprocurador; su llamado a la solidaridad a todo aquel interesado en también insultarlo; la sonrisa de oreja a oreja de muchos que entendieron que se trataba de algo muy en serio, pero muy en broma; el sorprendente cubrimiento del relevante hecho en medios de comunicación nacionales e internacionales; en fin: una jornada de opiniones, retrinos, carcajadas, atención mediática y angustias.

A eso de las 11:30 de la noche, en Medellín, Alejandro Ordóñez solicitó el balance de la jornada.

– ¿Y qué dijo la gente?

-Les hizo gracia, jefe. El tema tuvo alto impacto en redes. La señora escribió bastante, en muchos de sus textos insistió en que usted había sido destituido y exigía que también lo inhabilitaran. La gente la corrigió. Le tomó algo de tiempo, pero al fin entendió que no es lo mismo.

– ¿En serio? ¿No me dice que es periodista?

-Se lo resumo, jefe: le arruinamos el día a día.

Alejandro Ordóñez se carcajeó. Deseó buena noche al equipo y fue hacia el ascensor con una sonrisa tenue y socarrona. Como el niño que disfruta de su pilatuna. Como el precandidato presidencial que tiene un rato para ajustar cuentas en redes sociales, para recordarle a la gente que incluso para insultar se necesitan argumentos, que respetar es una de esas cosas que no se aprenden en Twitter, en una universidad o en programas de entretenimiento.

Que todo comienza en casa.

Twitter: @spetja