Hace unos días, me encontré una información por lo más interesante. Se trata de “Érase Dos Veces”, un proyecto de una mamá y un papá en Europa que decidieron re-escribir cuentos infantiles clásicos, de una manera alternativa, anulando machismos, violencias ocultas y explicita en cuentos aparentemente inocentes. Por ejemplo, en la versión del cuento de Pinocho, la nariz les crece a los adultos; en la Bella y la Bestia, la Bella se enfrenta a la Bestia y huye del castillo, no más princesas humilladas por amor…
Inspirada en esa apuesta, pensé en Érase Tres veces, una corta reflexión acerca de las oportunidades en términos de creatividad, propuesta, capacidad crítica, que conducen a la participación del ciudadano colombiano a través de la mínima expresión de la democracia llamada voto. Es pensar en lo que cada uno de nosotros puede aportar, en lo que sería reescribir la historia clásica de la política y la gobernanza en Colombia.
Entre otras cosas, porque el número tres simbólicamente tiene un valor cultural, y es que tres (3), es la última oportunidad, decimos: «¡hasta que cuente 3! dicho el 3, ya no hay opción».
Por tanto, Érase tres veces, en un país llamado Colombia, cuyos ciudadanos, indignados por la corrupción que tenía en crisis su sistema de vida, decidieron salir a votar, a votar por gobernantes alternativos, porque los clásicos, tradicionales y marrulleros, estaban tan incrustados y envejecidos en el poder, que ese solo hecho generaba profundas dudas y desconfianza.
Érase tres veces en un país llamado Colombia, en el que sus congresistas trabajaban en función de proyectos para el pueblo colombiano, entre ellos la Justicia Especial para la Paz, y no para lavar la propia imagen, y desperdiciar el tiempo en conflictos personales o peor aún, envueltos en líos judiciales…
Y sucedió nuevamente que los ciudadanos salieron a votar, y no se dejaron corromper por limosnas que les costaría la salud, la educación, la alimentación escolar, los recursos naturales, el posconflicto, entre otras riquezas que poseía.
Érase tres veces en un país llamado Colombia, donde la mayoría de sus habitantes comprendieron que la paz no es de los políticos de turno, ni de los excombatientes, pues fueron capaces de leer los signos de los tiempos, que en la actualidad se hace con estadísticas. A un año de firmado el acuerdo de paz:
“12.262 excombatientes fueron acreditados por la Oficina del Alto Comisionado de Paz, hay 8.994 armas inhabilitadas por la ONU, más de 40.000 millones de pesos han sido desembolsados para la reincorporación y 112 menores fueron entregados a la Cruz Roja Internacional. De alrededor 3.000 muertos promedio durante las confrontaciones en el 2002, el saldo en el 2017 no supera la centena. Y el desplazamiento se redujo un 79 por ciento” (El Laberinto de la paz, tras un año de la firma, semana.com.)
Por tanto, en lugar de desprestigiar el proceso de paz, decidieron interesarse, y trabajar desde su propio círculo nuevas formas efectivas de vivir en paz, para que esa paz firmada tuviese un clima social viable y estable en cualquier lugar de su país.
Érase tres veces en un país llamado Colombia, donde los niños y las niñas por fin fueron escuchados, atendidos, respetados. La sociedad adulta de aquel país salió a indagar acerca de quién de los posibles gobernantes locales y nacionales, tenía propuestas, traducidas en proyectos y programas orientados a proteger la infancia, a restituirles sus derechos, a administrar con transparencia los recursos destinados a ella, posibilitándoles de esta manera tener una real y verdadera calidad de vida.
Érase tres veces en un país llamado Colombia…