Una de las grandes dificultades en la discusión de la alta política, más allá de la distinción entre derechas e izquierdas, es la definición de posiciones respecto al rol del Estado en el funcionamiento económico.
Estamos a pocos meses de tener elecciones presidenciales, y las propuestas económicas de las distintas tendencias deberán trascender la discusión de “Acuerdo de Paz” o “No Acuerdo de Paz”, hacia un detalle de reformas precisas para un mejor funcionamiento de los mercados en distintos sectores, tal y como lo dispuso Rudolf Hommes en su columna de cierre de año “Falsas Verdades” ( http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/rudolf-hommes/falsas-verdades-en-las-campanas-presidenciales-162368). En esta columna de inicio de año, abordaré la discusión profunda sobre el papel que debería tomar el Estado respecto al desarrollo económico de largo plazo, haciendo salvaguarda en que es un ejercicio inicial para discutir diversos temas económicos que no pueden escapar al debate público en un año tan importante como el 2018.
La falacia del debate entre las fallas del Estado y las fallas del Mercado radica en que las soluciones extremas son disfuncionales. En materia económica, la izquierda ha abogado por mayores y más fuertes regulaciones de los mercados, siendo en su extremo, la fantasía del control absoluto del sistema económico por una “junta central planificadora” la cual ha mostrado ser un fracaso a través de la historia debido principalmente a problemas técnicos de información y cohibición de libertades. También se sabe que la derecha económica ha abogado por “dejar hacer, dejar pasar” a los mercados, donde sus versiones extremas también han mostrado fracasos estrepitosos como la gran crisis de desregulación excesiva y desalineación de incentivos en 2007. En economía, el dogmatismo muestra su lado más nocivo, y el pragmatismo científico su lado más útil.
La teoría económica (en la mayoría de sus escuelas) sabe con buena precisión en qué casos los mercados funcionan bien y necesitan de menor regulación, y en qué casos los mercados tienen un desempeño problemático, no obstante, ¿qué es un mercado que funciona bien? Un mercado funciona bien cuando los productores pueden entrar y salir con relativa facilidad y sin mayores costos de transacción, lo cual reduce los costos de localización del capital y trabajo, y permite a su vez, una mayor eficiencia en el uso de los factores de producción. Al mismo tiempo, desde la perspectiva del consumo, un mercado funciona bien si provee las señales correctas para que se haga un buen uso de los recursos con el fin de suplir las necesidades de los hogares con sus decisiones de compra o no compra.
En este sentido, un mercado con buen desempeño es aquel que provee los “precios verdaderos”, los cuales permiten a los hogares hacer el mejor uso de sus recursos, y a las empresas, producir lo que efectivamente las necesidades de la sociedad le requieren (sin sobreproducción, sin escasez). El mecanismo de precios, es entonces la herramienta que genera las señales de ganancias y pérdidas para producir más (o menos), y cuando se distorsiona, o no funciona adecuadamente, se observan patologías económicas como la recurrencia de mala calidad en bienes y servicios, desabastecimiento crónico, sectores ineficientes, pocas oportunidades de emprendimiento, inflexibilidad laboral, baja productividad generalizada etc.
Para la existencia y buen funcionamiento de los mercados se tiene la necesidad de cierta institucionalidad pública. Como mínimo debe existir un sistema de derechos de propiedad bien definido, un sistema de justicia para dirimir conflictos, y una garantía real de seguridad física para las inversiones y transacciones en el tiempo (https://es.wikipedia.org/wiki/La_riqueza_de_las_naciones). Consolidar estas condiciones debería ser un pilar para los próximos años en Colombia, donde tal institucionalidad no está bien definida para todos los sectores económicos (especialmente agricultura), y es la raíz de los problemas de caza de rentas, baja productividad, y no eficiencia en el uso de los factores de producción.
Se debe enfatizar que, aunque a algunos economistas les cueste creerlo, la historia ha mostrado que la riqueza se genera en el sector privado, con un apoyo del sector público en los mínimos mencionados, y a pesar de que países como Corea del Sur iniciaron grandes empresas en la esfera pública, su éxito radicó en una lógica de generación de equilibrio económico, crecimiento y utilidades en el tiempo, es decir, una lógica privada. No hay posibilidad de generar riqueza privada sin una institucionalidad pública mínima, y no hay posibilidad de tener un Estado funcional sin un sector privado que lo financie.
En algunos sectores en Colombia existe cierta lógica de economía política que, en vez de usar la regulación para competir en un nivel en el que no haya necesidad de usar trucos especiales (potencialmente poco éticos o desleales) para evitar que sus competidores obtengan una ventaja competitiva, la utilizan para mantener rentas ficticias, disminuir el nivel de competencia y por lo tanto no obligarse a innovar. La hipocresía de decir que tenemos una economía de mercado generalizada se hace evidente.
He observado dos formas de tener rentas en nuestra sociedad: una, mediante la generación de riqueza vía competencia, innovación, aumentos en productividad y con trabajo de planeación a largo plazo; la otra, mediante la caza de rentas y la cercanía al poder. Tomar decisiones certeras en la generación de mercados más eficientes en la mayoría de sectores es una condición sin la cual no lograremos embarcarnos en una senda de crecimiento de largo plazo con sostenibilidad ambiental, innovación, incrementos en la productividad del trabajo y menor desigualdad.
Aquí se diluyen las diferencias entre derechas e izquierdas, porque hay cazadores de rentas en ambas facciones, y surgen dos preguntas elementales: 1) ¿Cuáles son las reformas necesarias y posibles en materia económica para modernizar nuestro sistema productivo? Y, 2) ¿El empresariado colombiano estaría dispuesto a generar un marco de verdadera competencia para el desarrollo del país?
La primera pregunta queda a reflexión de los lectores y para el futuro. La segunda, me atrevo a decir que muchos empresarios del país, sobre todo los que más sufren los altos costos de formación de empresas y las dificultades para el desarrollo e inversión de capital, sí estarían dispuestos. Al menos, eso espero.