Más allá de cualquier ideología, ya sea de derecha, de izquierda o de centro, la violencia contra la mujer es un asunto que nos incumbe a todos. Quizás este tema ahora es “tendencia” por aquellas agresiones físicas, emocionales y psicológicas que sufrió una joven de 22 años a manos de su pareja, un periodista de derecha quien posteriormente saldría con la víctima en un video en el que buscaban frenar todo el espectáculo mediático que se generó tras hacerse pública la agresión. No obstante, lo importante aquí es que, por un lado, así quiera pasar por privada, la violencia intrafamiliar es un asunto público; y por otro, es una agresión que no puede quedar sin castigo por más amigo que el caballero sea de abogados de renombre.
Siempre nos han dicho que aquello que pasa en la casa es asunto de pareja. Pues no. Lo que pasa en la casa, si es violencia de cualquier tipo, es asunto de todos. Deja de ser un asunto privado cuando el perpetrador agrede ya sea psicológica, física o emocionalmente a su pareja. Y es un asunto de todos porque tenemos que empezar a deconstruir ese imaginario del “sapo”, pues aquello que trasgrede los acuerdos mínimos de una sociedad, por ejemplo, el no violentar de ninguna manera a una mujer, fractura a la sociedad como un todo. Entonces, siguiendo con el ejemplo, lo que le pasa a una mujer, nos sucede a todos y todos deberíamos sentir como propio su dolor y en esa medida repudiar tal situación y hacer lo posible para enmendarla (castigando por medio de la aplicación de la ley al victimario, por ejemplo). Es así que lo que pasa al interior de las cuatro paredes deja de ser asunto “de pareja” cuando hay una víctima de por medio. Cuando hay una persona (mujer, hombre, niña, niño, entre otras) que necesita no solo de nuestra ayuda, sino de nuestro apoyo por motivos de violencia, el tema no puede manejarse en privado. Pues justamente dejar sola a la víctima es lo que le impide construir redes de apoyo y superar esa situación, como consecuencia de su soledad.
Para uno es muy fácil salir a juzgar a la mujer. Que se lo merecía, que algo debió hacer, que es su culpa por darle motivos y un largo etcétera. La carga, en la mayoría de casos, la llevan las mujeres. El hombre, siempre que pida perdón debe ser perdonado. Y ese perdón no solo lo debe dar la víctima sino la sociedad, pues él reconoció su “error”. ¡Mentira! Si bien la víctima puede perdonar, el castigo también debe ser judicial. Por más perdón y arrepentimiento que el sujeto manifieste, debe ser castigado de acuerdo a la ley. Y es que es muy fácil para el victimario salir a decir “lo siento, pero ese asunto lo manejaremos los dos”, para luego volver a cometer los mismos “errores” por los cuales se disculpó. Tristemente los ejemplos abundan.
Recuerdo una feria del libro, la de 2015 creería, en la que se estaba haciendo en Colombia el lanzamiento de un libro editado en Perú sobre la violencia contra la mujer. En la primera mitad del libro aparecían las cartas que los victimarios les escribían a sus parejas pidiéndoles perdón por las golpizas que les habían propinado. En la segunda parte, al girar el libro, aparecía lo que había pasado con cada una de ellas. Muchas fueron asesinadas por sus parejas, otras tantas fueron dejadas con lesiones tan graves, que finalmente decidieron dejarlos. Y es que las cifras son aterradoras. Aunque una mujer violentada debería ser suficiente para horrorizarnos, en Colombia –de acuerdo con Medicina Legal– en 2016 (creería que es la cifra más reciente), 731 mujeres fueron asesinadas. En ese informe se señala que cada cuatro días murió una mujer a manos de su pareja. Allí no importa la ideología política que profesa el victimario, ya que la violencia contra la mujer es un problema estructural.
Hay que dejar claro que la violencia de género no distingue ideología política. La lucha de las activistas que defienden los derechos de las mujeres va más allá de una ideología, pues la mujer es, en muchos casos, vista como un objeto o una posesión, independientemente si el hombre es de derecha, de centro o de izquierda. Si bien los discursos de las posiciones de derecha son más evidentes al relegar a la mujer a un segundo plano, las prácticas tanto de la derecha como de la izquierda dejan entrever la concepción que tiene de las mujeres como propiedad o un ser considerado “inferior”. No en vano cabe mencionar que la participación de las mujeres en lo público es inferior a la de los hombres, que sus salarios están por debajo de los de ellos, que su rol en el hogar es despreciado o pasa desapercibido. Y esto va más allá de ser de derecha, de izquierda o de centro. En eso, muchos hombres más allá de la ideología que profesan, se dan la mano.