La ciencia ha demostrado que la mayoría de conexiones en el cerebro se realiza durante los primeros cinco años de vida. De ahí la necesidad de priorizar el presupuesto en educación, salud y cultura para este rango de la población. (James Heckman, premio nobel de Economía, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID)).
La inversión dirigida a la primera infancia debe ser uno de los desafíos en nuestro país. Raquel Bernal (2013), experta en el tema, asegura que un niño debe tener estímulos tempranos, calidad formativa en los centros educativos o comunitarios, afecto en el hogar, nutrición, lo cual repercutirá directamente en la probabilidad de que ese niño sea exitoso y feliz en el empleo, respetuoso con las normas, productivo.
En Bogotá, aún no vemos mayor compromiso de las instituciones para sacar adelante este objetivo. Un número significativo de menores de cinco años aún no logra acceder a establecimientos donde se les incentive la lectura, el arte, la creatividad.
En localidades como Sumapaz, Barrios Unidos y Ciudad Bolívar, existe un faltante del 22% para garantizar la educación preescolar. De los 723.155 niños y niñas de cero a cinco años que hoy existen en Bogotá, 181.658 se encuentran en condición de vulnerabilidad. Estamos fallando en las recomendaciones dadas por Heckman para tener una sociedad innovadora y competitiva. No estamos escuchando a otros estudiosos del tema como Juan Pungiluppi, del movimiento Alas, quien señala que los niños y niñas que nacen y crecen en situación de pobreza sufren rezagos a lo largo de sus vidas.
En los cuatro años del plan de desarrollo Bogotá Mejor para Todos se invertirán 1,2 billones para atender a los menores de 5 años más vulnerables de los 61,6 billones totales (administración central y establecimientos públicos). Es decir, en estos cuatro años se invertirá en los más pequeños solo el 2% de todo el plan de desarrollo distrital.
Si bien, en algunos aspectos la capital lleva la delantera, no estamos dando ejemplo a otras ciudades. Solo el 78% de los menores de cinco años asiste a un establecimiento educativo. El 20,6% se educa en hogares comunitarios, 16,7% asiste a centros de desarrollo infantil públicos, 15,6% a hogares infantiles del ICBF, y el 11% lo hace en jardines infantiles o colegios oficiales.
Podemos ver que la oferta está concentrada en los establecimientos públicos o comunales. Pero, ¿están preparados estos establecimientos para ofrecer una adecuada estimulación temprana?
Existe una brecha entre lo que se necesita y lo que se produce. En el país total hay 65.000 madres comunitarias, y aunque debe reconocérseles su esfuerzo para contribuir a la sociedad, también es cierto que no han recibido la capacitación necesaria. Se requieren cursos de formación permanente dirigidos a este personal que tiene bajo su responsabilidad el crecimiento de los niños y niñas.
Las consecuencias de una crianza mal dirigida se ven prontamente cuando los niños ingresan al sistema. Un número considerable pierde sus cursos y debe repetir el año. En otros casos, el niño es sometido a castigos y burlas por no tener un ritmo de aprendizaje similar a los demás, perdiendo así el gusto por la educación.
Aspectos de esta naturaleza nos deben llevar a una reflexión urgente sobre el modelo pedagógico que se está implementando. Es necesario ver si debemos cambiarlo por uno que responda a los desafíos presentes y futuros, quizá uno en concordancia con aquel del cual nos habla James Heckman, que estimule la construcción de conexiones cerebrales desde temprana y nos permita salir del esquema errático: Aprenda, memorice, repita.
Una mayor inversión en la primera infancia no es solo un aporte a los niños, es la manera de ir construyendo una sociedad más justa, equitativa, productiva. No en vano, el profesor Antanas Mockus ha dicho y sigue diciendo: Con educación todo se puede.