Por: Jonathan Silva

El 2018 es un año en el que el país tomará las decisiones políticas más trascendentales de su historia. Y sí, es una decisión con un grado de importancia nunca antes visto. Lo más parecido ha sido la constituyente del 91. ¿Por qué digo esto? Es evidente que el país dio un giro después del 2 de octubre de 2016. Vivimos una polarización que se sintió hasta en los hogares, una división que costó hasta el dirigir la palabra.

Después de ese día se ha intentado reconstruir el país de esa polarización, pero ha sido una tarea titánica. Mientras tanto hemos visto el trabajo del Congreso en los dos últimos años, donde se ha estado debatiendo la implementación de los acuerdos. El nuevo congreso llevará el peso de una responsabilidad histórica, y dará los más álgidos debates, se tocarán temas pendientes como la reforma agraria; criticada por sectores que impulsaron el No en el plebiscito de los acuerdos de La Habana.

El nuevo Congreso también debe enfocarse en la lucha contra la corrupción. Hemos vivido la época en la que más escándalos hemos presenciado. Sí, los más fuertes también: un fiscal anticorrupción ¡corrupto!, Odebrecht y los senadores involucrados, cartel de hemofilia, cartel del sida, entre otros. Pero, lo más inaudito ha sido que los partidos políticos dieran el aval a los herederos de muchos de estos clanes de corrupción. La sociedad cada día ve esto, y siente una impotencia fuerte, siente una decepción del sistema político y de los que lo representan.
Pero existe una estrategia de muchos de ellos para hacer ver a la gente que son la “solución”, aun siendo líderes de los partidos que más le han aportado al robo desenfrenado de este país. Aquí no importa si son de derecha o izquierda, si son cristianos, ateos, o “independientes”, no, todo termina igual en la hora de la verdad. Pues su estrategia es simplemente el terrorismo. Muchos se preguntarán: ¿por qué el terrorismo? Así pues, tomé la definición del Código de Estados Unidos. Es una definición de sentido común. Afirma que el terrorismo es «el empleo calculado de la violencia, o de la amenaza de la violencia, para lograr objetivos de índole política, religiosa o ideológica…». Es, en lo esencial, idéntica a la definición oficial británica.

Como vemos en este concepto, el terrorismo no es sólo colocar una bomba y quitarle la vida a miles de personas; el terrorismo también es la amenaza de violencia, sembrar miedo, odio y más polarización. Todo esto con el fin de conseguir un objetivo con réditos políticos. Los principales miedos infundidos tienen que ver con Venezuela. Estamos observando una venezualización del debate Colombiano, cualquier persona que no comulgue con las ideas de los sectores del No, son unos castro-chavistas que quieren los peor para el país. Pero encontramos el otro extremo, donde hay unos que nos llamamos los “defensores de la paz”, y le decimos al bando contrario desde ultraderechistas hasta paramilitares.

Otro grupo, en especial algunos líderes religiosos, con fuerza infunden miedo, diciendo cosas como que están acabando con nuestros valores, la comunidad LGTBI nos va a perseguir, y van a secuestrar nuestros derechos. Los líderes LGTBI juegan a lo mismo y pronuncian frases como: “Si el país cae en manos de la ultraderecha religiosa nos van a colgar, nos van enterrar con todos nuestros derechos”. Y ésta es la dialéctica que vemos día a día, la dialéctica del terrorismo, del miedo, del odio. Una discusión que es anacrónica y no construye sino destruye. Ante la gran responsabilidad que conlleva hacer parte del nuevo congreso, y ocupar la silla presidencial, nos encontramos con unos discursos faltos de propuestas y llenos de división.

Ante este contexto tan negativo, es obvio pensar en una buena respuesta, una respuesta honesta, una respuesta de paz. Aunque muchos hemos promulgado la paz, lo que hemos hecho es ver al que piensa distinto como nuestro enemigo, vemos al otro compatriota como un blanco que debemos atacar.

El apóstol Pablo cuando le escribió a los romanos en uno de sus pasajes les dijo (en palabras mías): “Todos son pecadores, no hay ninguno que se salve de esa calificación”. Dirá el lector, hablar de pecados me suena a religión. Pero el Origen conceptual de la palabra pecado viene del griego hamartia: ‘fallo de la meta, no dar en el blanco’. En hebreo la palabra común para «pecado» es jattáʼth, חטא que también significa “errar” en el sentido de no alcanzar una meta, camino, objetivo o blanco exacto.

En resumen la palabra pecado significa errar al blanco. Siendo así, erramos al blanco cuando odiamos, cuando sembramos temor. Es tan importante que yo como ciudadano, cristiano u otro, no sembrar ese miedo, pues la biblia contiene la palabra “No temas” 365 veces, una por día. El miedo acorrala, el miedo miente, el miedo se mete en lo más profundo de tu cerebro y ataca tu felicidad. Ahora, imagina un país entero sumido en el temor, el cual lo lleva a la angustia y a tomar malas decisiones. Es obvio que también erramos al blanco cuando odiamos a los que vemos como enemigos.

En mi formación cristiana aprendí enseñanzas revolucionarias de Jesús, hay una de ellas que siempre me confronta, y es: “Han oído la ley que dice: “Ama a tu prójimo” y odia a tu enemigo. Pero yo digo: ¡ama a tus enemigos! ¡Ora por los que te persiguen! De esa manera, estarás actuando como verdadero hijo de tu Padre que está en el cielo”. Pero además de ser una enseñanza para los creyentes, también ha sido una enseñanza para la sociedad y para la paz.

Hay que recordar a Mandela, y a uno de sus enemigos, el general de extrema derecha, Constand Viljoen, quien estaba preparando células terroristas por todo el país para cuando Mandela llegara al poder, no sólo logró desarmarlo, sino que hizo que lo adorara. El general ahora habla de Mandela y se pone a llorar. Eran enemigos, pero Mandela un día lo invitó a su casa y él aceptó. Con el tiempo diría que esperaba encontrarse con un monstruo, una especie de Osama Bin Laden en versión sudafricana. Mandela le sirvió el té y ya luego de cinco minutos de conversación él quedó desarmado, quedó admirado y supo que era la reconciliación.

Hoy sólo espero que éste sea el camino que las nuevas generaciones deben tomar, de hablar a través de la esperanza, a través de las ideas. Que no sean argumentos a la fuerza, sino la fuerza de los argumentos. Debemos acabar con los políticos terroristas, pero la mejor forma de acabarlos es no copiar lo que ellos hacen, hay que acabarlos con el ejemplo, y que ellos puedan algún día pedir perdón por tanto daño al país.

Twitter: @silvajonathan01