Por: Leonardo Urrea

En estas épocas electorales, paradójicamente, muchos asuntos vitales para la sociedad y la economía se banalizan, se cae en generalizaciones y en propuestas inviables financiera y políticamente. Uno de estos temas banalizados, es la educación.

En un trabajo anterior (ver) concluí que desde una perspectiva de libertad individual, la educación sirve para darle la posibilidad a las personas de conseguir, por mérito propio, una condición material digna, y al mismo tiempo, para formar ciudadanos críticos que no traguen entero y sean conscientes de los problemas de su entorno. Voy a argumentar en este escrito, cómo el futuro de nuestra Nación depende de forma estructural, de una reforma al sistema educativo.

Sin educación es imposible el desarrollo económico. Existen tres perspectivas bajo las cuales se puede analizar el impacto de la educación en la generación de riqueza y de sociedades más justas (no necesariamente igualitarias como argumentan algunos populismos): la cobertura, la calidad y la orientación del proceso educativo.

En cobertura, el país ha tenido un gran avance en los casi 200 años de vida Republicana, para el año 1835 la población en escuelas era el 1,2% de la población total, en 2018, las coberturas netas están alrededor del 80%. No obstante, siguen diferencias significativas entre la población urbana y la rural y en la eficiencia en el uso de los recursos. Una de las razones de estas diferencias es el alto costo de llevar educación a las poblaciones rurales del país. En el mismo sentido, la retención, la cual es elemental para que los niños y jóvenes terminen sus planes de estudios cuenta con problemas como el trabajo infantil, el abandono por pobreza, la ineficiencia y corrupción del Programa de Alimentación Escolar, el déficit en infraestructura de vías terciarias, y la violencia de grupos criminales. Solucionar estos problemas, y el apoyo en nuevas tecnologías para disminuir la necesidad de desplazamiento, son los pasos correctos para continuar los avances de cobertura educativa en este siglo.

En calidad, la pregunta elemental es la orientación, es decir, bajo qué perspectiva vamos a evaluar una educación mejor que otra. Son dos asuntos inseparables. La orientación de la educación, tal y como lo han plateando los profesores Julián de Zubiría y Rafael Campo en distintos espacios, debe estar enfocada en la solución de problemas, en enseñar a los niños a pensar, comunicarse y convivir (ver). Esto no es un asunto menor. En el ejercicio profesional, tener estas habilidades genera incrementos en productividad, acciones más efectivas, y mejores ambientes de trabajo. En los asuntos personales, una educación orientada a la resolución de problemas de forma inteligente, puede sembrar para el futuro y hacer que las vicisitudes de la vida no generen destrucción de familias y del tejido social.

Los resultados de las pruebas internacionales PISA son bastante mediocres en matemáticas y lectura, lo cual es una señal de que la educación no está enfocada en la resolución de problemas generales. Si la población no sabe sumar ni leer bien, no va a tener fácil la búsqueda de soluciones a sus problemas cotidianos, y mucho menos a los complejos problemas del país.

La razón que he podido esbozar para la no resolución es la predominancia de la ideología sobre el practicismo en el debate público. La politización de las soluciones a los problemas estructurales del país, ha generado un escenario de paquidermia muy nocivo para el desarrollo económico.

Un ejemplo de esto es de carácter político y gremial. El estatuto de la carrera docente del año 1979 incorporó la obligación de mantener en el cargo a los profesores independientemente de su rendimiento profesional. Los sindicatos lograron en la reforma de 2001 que los que ya tenían un contrato laboral mantuvieran tal condición independientemente del rendimiento. Este problema significa que tendremos aún 30 años de profesores que no son regidos por los criterios de evaluación de calidad establecidos en 2001. Sin educación, no hay desarrollo. Es paradójico que el gremio de maestros, mediante sus sindicatos esté imponiendo de cierta forma las barreras para la modernización de nuestro sistema educativo.

De igual forma ha pasado con la formación de profesores. De forma práctica y no ideológica, necesitamos que los mejores estudiantes quieran ser profesores. Un problema general que no se ha solucionado por cuestiones ideológicas y de conveniencia política.

El reconocimiento del valor de la educación como factor decisivo en el proceso económico, por parte de la sociedad en general y de los mismos profesores, es un pendiente en la agenda de debate en el país. La productividad, la competitividad e innovación, son el motor del crecimiento económico. La evolución sostenida en estos tres frentes requiere de personas cada vez mejor educadas, para asumir y crear nuevos procesos y tecnologías que mejoran la capacidad de producir más y mejor.

Estamos en un momento histórico, donde se pueden emprender las reformas estructurales que contribuyan a enfocar al país en una senda de crecimiento y desarrollo o hundirlo más en la trampa de ignorancia que solo conviene a unos pocos.

Twitter: @iurrea91