Por: Ana Gardeazabal

Soy del 91, tengo 26 años y hago parte de una generación tan interesante como diferente, llena de información, increíblemente educada, relativista, liberal y totalmente indecisa. Esta es la generación del relativismo, «todo depende de donde tú lo veas», probablemente esta es nuestra fortaleza y nuestra debilidad, eso es lo que nos ha permitido ser tan tolerantes con varios temas que en la época de nuestros abuelos hubiesen sido impensables, no obstante, este relativismo exagerado, y a veces una dosis de egoísmo –muy común en nuestra generación-, nos ha impedido también el hecho de tomar decisiones determinantes como con quién nos vamos a casar, es más, nos ha impedido tomar la decisión de si nos queremos casar. Pero más allá del matrimonio, nos ha impedido tomar decisiones de si queremos amar a alguien. Es allí donde quiero hacer un especial énfasis.

Contrario a lo que nos han vendido toda la vida, el amor más que una emoción es una decisión. Inevitablemente determinados por lo que llamamos amor en estos tiempos modernos, somos creyentes de una falsa idea del amor como un tema de felicidad propia, nos casamos para ser felices y si ya no somos felices decimos: «Se acabo el amor», con ese mismo propósito nos ennoviamos y si ya no somos felices buscamos por otro lado esa tan anhelada felicidad y nos convertimos en unos infieles, todo gira alrededor de la satisfacción propia. Porque hemos creído que el amor de pareja existe con el propósito egoísta y temporal de hacernos felices todo el tiempo.

Pero a diferencia de lo que nuestra generación, soñadora por alcanzar la felicidad y egoísta pensando en el amor como la satisfacción propia, ha pensado, el amor consiste en tomar la decisión consciente de estar con alguien para hacer feliz a ese otro, una decisión consciente de mantener una unión a pesar de las adversidades y de ser fiel a ese otro con quien decidimos, conscientemente, estar.  Entendiendo que la felicidad siempre conlleva amor, pero el amor no siempre es felicidad.

Esa idealización del amor que nos vendieron, se ha convertido en un obstáculo para  tomar decisiones, independientemente de si eres hombre o mujer, nunca creerás que es el momento adecuado de dar el siguiente paso, tienes la idea de que el amor es como un rayo que de repente cae y puede que en algunos casos sea así, pero en la mayoría de los casos el amor se construye, se construye después de tomar una decisión y una decisión que en lo posible no debería estar nublada por el éxtasis de los primeros meses de amistad o noviazgo. Ahora, no somos máquinas para decidir de quien nos enamoramos, el amor es más bien un sentimiento que se construye a lo largo del tiempo, que empieza con una emoción y perdura con decisión.

Me sorprende ver, que la generación de los abuelos casi todos se casaron y un 90% de los matrimonios se concretaban entre los 20 y los 25 años, y aunque, por supuesto, había muchos más casos de infidelidad y machismo, esa generación pasada tomaba decisiones con determinación a una muy temprana edad. Probablemente la libertad, la equidad y el relativismo de este tiempo actual nos ha hecho replantear la idea de vivir en pareja y apostarle cada vez más a una diversión representada en una adolescencia extendida y a una solitaria estabilidad intelectual y económica, que debemos construir, para ahora sí, arrejuntarnos.

Pero, el amor es más de riesgos, de apuestas, de aventura; ojalá este tiempo moderno que ya nos hizo replantear la vida en pareja, nos haga replantear también la idea del amor, porque el amor seguirá siendo el mismo siempre, solo es cuestión de lanzarse de una, sin pensarlo tanto, dando y esperando lo mejor y sobrellevando lo peor, al fin y al cabo el amor termina siendo una decisión.

Twitter: @anamgardeazabal