Por donde se le mire, Perú es un país maravilloso, admirable y con unas gentes que dan unas lecciones insospechadas en medio del escepticismo del futuro latinoamericano. En este lado del hemisferio donde los gobiernos de repúblicas bananeras de derecha e izquierda compran votos y cambian las constituciones para aferrarse al poder, sorprende ver y escuchar al recién dimitido exmandatario peruano Pedro Pablo Kuczynski (PPK) diciendo, “pienso que lo mejor para el país es que yo renuncie a la Presidencia de la República, porque no quiero ser un escollo para que nuestra nación encuentre la senda de la unidad”.
¡Qué ejemplo renunciar en medio del lodazal de la corrupción de Odebrecht y la mermelada peruana que es tan dulce como el mango del ceviche o la chicha morada! Como si fuera un acto de decoro del imperio del inca, PPK deja la Casa de Pizarro en Lima sin siquiera cumplir dos años de gobierno e incumpliendo además, el nombre del partido político por el que se hizo elegir ‘Peruanos por el Kambio’, que al final fue más de lo mismo, como ocurre tradicionalmente en Latinoamérica.
Eso sí, la diferencia de Perú con Colombia es que mientras en las tierras de Machu Picchu renuncian, en la Casa de Nariño o en una finca de Rionegro posan de impolutos como si lo de Odebretch no fuera con ninguno y con descaro se mantienen en el Gobierno o peor aún, viajan a Brasil a reunirse con los patrones financiadores y se matriculan de candidatos presidenciales, a saber que no son más que fotocopias de sus barones electorales.
Miren ustedes las diferencias entre Perú y Colombia en términos de justicia punitiva. Mientras el expresidente Alberto Fujimori fue condenado a 25 años de prisión por asesinato y secuestro, de los cuales pagó al menos 10 años y luego fue indultado en diciembre pasado como regalo de navidad por razones humanitarias, según PPK y, Ollanta Humala, el más reciente expresidente peruano preso por lavado de activos, en Colombia pasa todo lo contrario, cogobernar con el paramilitarismo en el Congreso, interceptar los teléfonos de opositores, pasar de agache en las ejecuciones extrajudiciales, acumular casos de corrupción y tener investigaciones en la Corte Suprema de Justicia por montones, da votos por millones.
Sobre justicia y leyes, la interpretación entre los jueces colombianos y peruanos es de miles de kilómetros. Por ejemplo, pese a que hoy en Colombia debería haber regocijo gracias al proceso de paz que, acabó con el conflicto armado con las Farc, el cual permite que Hospital Militar esté casi vacío, el secretariado de la guerrilla pudo hacer política con la generosidad del Estado sin pasar por la Justicia Especial para la Paz (JEP) y con muy poquito de justicia restaurativa. Mientras tanto en Perú, se van al extremo pernicioso, Abimael Guzmán, alias ‘Presidente Gonzalo’ y líder de la guerrilla peruana Sendero Luminoso ya suma 12 años de su cadena perpetua en una cárcel de Lima. ¡Extremos!
Entre tanto, mientras el Gobierno peruano aprobó la extradición del expresidente Alejandro Toledo por tráfico de influencias y lavado de activos, aquí en Colombia se permite que los dinosaurios del poder Conservador y Liberal sigan pontificando y metiendo la mano en los partidos y en las partidas de las instituciones y en los Gobiernos con clientelismo, burocracia y títeres sin sonrojo.
¿Entonces, quién es el de la pollada?