Continuando con esta serie, quise traer las vivencias de los muchachos que han vivido bien de cerca el crudo mundo de la drogadicción y que hoy, después de pasar con éxito el proceso de desintoxicación y rehabilitación, están listos para reintegrarse a la sociedad, con nuevas expectativas y con nuevos objetivos. Las siguientes entregas estarán dedicadas a estos valientes muchachos y sus historias.
Diego Alejandro Quiroga Ospina
Parte I
Edad: 22 años
Lugar de nacimiento: Pereira
Procedencia: calles del barrio Santafé, Centro de Bogotá
Estado actual: culminó en febrero de 2018 el proceso completo de restauración y desintoxicación en la Fundación Resplandecer. Es actualmente el Coordinador de la Sede B de la fundación y continuará vinculado a esta institución ayudando a los demás internos en sus procesos.
Nació en un barrio de Pereira, Risaralda en 1995 y creció junto a su madre y su hermano mayor. A los diez meses de nacido sufrió un accidente casero. Vivían en una casa hecha de guadua y cocinaban con una estufa a base de gasolina. Un día mientras su madre manipulaba la estufa, esta explotó. Debajo de la estufa había varias botellas más de gasolina y el fuego se propagó rápidamente hasta incendiar toda la casa. Como consecuencia del accidente, Diego sufrió quemaduras de tercer grado en varias partes de su cuerpo, y tuvo que pasar en repetidas ocasiones por el quirófano en un período más o menos de diez años, mientras era sometido a cirugías en su cuerpo, implantes de cabello, etc.
Alternó su niñez entre viajes de Bogotá (ciudad en la que nacieron sus padres y su hermano) a Pereira, y entre ausencias familiares que aún hoy, recuerda a la perfección. A muy temprana edad se comenzó a inclinar por conocer algún tipo de vicio. A los siete años arrancaba hojas de cuaderno, improvisaba cigarrillos y los intentaba fumar, como veía que lo hacían los mayores. Su padrastro no los quería, ni a él ni a su hermano y los maltrataba, dejándolos sin comida alguna o echándolos a la calle. Su madre para evitar todo esto los enviaba a Pereira y así, en ese ambiente de abandono, en esa falta de sentido de pertenencia por algún sitio o alguna familia, pasaban los días de Diego, que buscaba tratar de suplantar con lo que tuviera a la mano, ese vacío con el que lo había recibido muy rápido la vida.
A los 14 años su madre fue detenida y llevada a la cárcel en Bogotá por líos judiciales. Su hermano mayor, ahora de 16, ya trabajaba como un adulto, y él tuvo que hacer lo mismo, salir a la calle a ganarse la vida de la forma que encontrara. Aunque era un poco diferente ahora por la ausencia de su madre, el de trabajar no era un rol desconocido para él ni mucho menos. Desde sus siete años sabía lo que era trabajar para conseguir el sustento y había desempeñado ya varias labores. Fue vendedor de papel de regalo en la feria del juguete en Bogotá y recolector de café en fincas de Pereira, entre otras cosas.
En la capital del país su modo de generar recursos fue mediante la venta ambulante. Un tío le presentó a un costeño que vendía sombreros y cachivaches en el centro de la ciudad y comenzó a trabajar para él. Vendía durante todo el día en la calle 13 o en la 16 y tenía que darle todo el dinero de la ganancia a su patrón, a cambio de un pago que era casi insignificante. No pasó mucho tiempo para que aprendiera bien cómo funcionaba el negocio, hizo relación con los proveedores y se independizó, trabajando ahora lo mismo, pero recibiendo él solo la totalidad de la ganancia. Fue un tiempo de contrastes porque si bien el trabajo tendía a mejorar, la libertad absoluta a la que se enfrentó por la ausencia de su madre fue contraproducente. Más que libertad había soledad en sus días, nadie que lo dirigiera, aconsejara, guiara o enseñara. No había límites, estribos, lineamientos ni hoja de ruta. Apenas si veía a su hermano, con quien vivía, dejó de estudiar y se dedicó a vender y a otras cosas.
Esas otras cosas comenzaron a ocupar todo su tiempo y sus ganancias. Ya en el colegio se había acostumbrado a formar grupos con sus amigos, que querían tener el control, dirigir su espacio, beber alcohol, fumar cigarrillo y tener a las niñas más bonitas del lugar. Si había otro grupo que quisiera arrebatarles ese dominio, había que enfrentarlo y se formaban fuertes peleas, incluso se enfrentaban dentro de los colegios, con armas blancas. Una cosa lleva a la otra y pronto el gusto por la fiesta, el alcohol y la pérdida de tiempo, lo fueron llevando a no querer trabajar más con juicio, a gastarse el dinero del producido y a no reponer la materia prima para seguir trabajando. Al final sin plata y con esa vida de vagancia y desorden, terminó robando en las calles para suplir sus necesidades básicas y sus vicios. A decir verdad no había razón específica para este comportamiento, era una forma de expresar inconformidad con su realidad y su entorno, lleno de carencias y de disfuncionalidad. Una salida a su situación valiéndose de la violencia, que no es más que un desespero por exteriorizar una imagen que no le pertenecía, la de seguridad, valor y poder.
Con la situación que ya se le salía de las manos y cada vez empeorando más, partió hacia Pereira de nuevo, a terminar el bachillerato y a trabajar. La tía Julieta, hermana de su mamá y quien tenía una finca, lo recibió en ese entonces. Diego siempre ha tenido sentido de responsabilidad y quiere llegar a trabajar por su comida y su estadía en la finca, no acepta estar arrimado en ninguna parte. Durante todo este tiempo trabaja en la finca, recogiendo café, supuestamente pagando su comida sin recibir nada más a cambio. El trabajo era duro, la finca era grande. Había que platear primero, que es limpiar las matas de café y de plátano cuando están pequeñas, con la mano para que se vean; luego desyerbar, cortar la maleza de todo el lugar, deshojar, recoger el café, pelarlo, ponerlo a secar; estaba pendiente de todo el proceso en la finca. El trabajo lo hace con cariño, porque le gusta trabajar, le gusta ver cómo la obra de sus manos se ve reflejada en que todo en la finca funcione, en que la tierra produzca, pero no encuentra retribución a su labor, no solo porque no le paguen, sino porque nunca recibe a cambio de su trabajo ni siquiera un: gracias, al contrario, siempre le manifiestan inconformidad porque supuestamente se demora mucho, porque no lo hace bien.
Lo que no sabe es que su abuela envía plata a su familia en Pereira para su manutención, y su madre, aún en la cárcel, sigue pendiente de él, y trabaja haciendo muñecas allá adentro para mandarle dinero; pero de eso se enterará mucho tiempo después.
Todo eso lo lleva a desertar de este trabajo, aburrido y cansado se escapa de la finca de su tía y se va a trabajar a otra finca, en una vereda cercana. Con la adrenalina de haberse escapado, pero con la esperanza de una mejor realidad, se encuentra con amigos del colegio en donde está terminando su bachillerato quienes le llevan a la finca de un señor que le da trabajo, no sin antes salir de algunas dudas que le asaltan, al ver ante sí, apenas a un niño, solicitando trabajar en su finca. Diego le expone todo lo que sabe hacer, lo que ha aprendido y lo que hace con destreza desde hace ya bastante tiempo, no obstante sus apenas 15 años. Como no tiene donde quedarse, su nuevo patrón le indica una finca, allá abajo del cafetal, atravesando una cañada, que hace las veces de cuartel de los trabajadores. Y era un cuartel literalmente, no había televisión, nada de distracción, solo una cama, una cobija, un baño para ducharse, camarotes en hilera y muchos trabajadores. No le cobraban su estadía en el cuartel pero sí la comida, que eran en ese entonces unos 70 mil pesos semanales, cifra bastante cómoda ya que recibía entre 20 y 25 mil pesos diarios por su trabajo.
La vida sonreía un poco después de todo y Diego continuó estudiando el bachillerato, trabajando y jugando fútbol casi todas las noches; salía a las 9:00 pm a jugar con sus amigos y volvía sobre la 1:00 am al cuartel, tranquilo, sin nadie a quién dar explicaciones, sin nadie a quién rendir cuentas, de nuevo esa libertad aparente, esa neblina que era realmente soledad camuflada que le hacía parecer que todo iba bien y que no había límites en su vida.
Pero la falta de horizonte le hizo perder el rumbo de nuevo. La libertad de hacer lo que quisiera y la posibilidad de contar con dinero permanentemente, lo llevaron a comenzar a asistir a fiestas cada vez con mayor regularidad, fiestas en las que conoció la marihuana.
Trabajaba todos los días y validaba el bachillerato los sábados de 9:00 am a 5:00 pm. En el colegio pronto se hizo en el grupo de los más indisciplinados, tal vez porque, para su edad, ya había tenido que pasar por cosas que pasan normalmente los adultos, no cabía en grupos que conformaban adolescentes de su edad y aunque sus nuevos amigos eran inteligentes y sacaban buenas notas cuando se dedicaban a estudiar, ya estaban inmersos en el mundo de las drogas, consumían marihuana, creepy, pepas, etc. Al principio andaba solo, aislado y ellos lo invitaron al guadual. Era su punto de encuentro para consumir, allí aprendió a abrir huecos con una cuchilla en la guadua, por un lado un hueco grande en donde iba la marihuana en grandes cantidades, por el otro, uno más pequeño por donde aspiraba la droga, mientras algún compañero le prendía candela a la hierba.
Nunca antes había fumado tanto, había probado poco, pero ese día, fue la primer y única vez en donde sintió que estaba volando. No sentía el piso, caminaba pero no sentía nada debajo de los pies, llegó al salón y se vomitó, no perdió el sentido, pero sí la cordura, la vergüenza, todo le daba risa, de manera inexplicable se reía de todo y finalmente, sueño, mucho sueño como si toda la fuerza del mundo estuviera empeñada en cerrar sus ojos. Sin embargo lo volvió a hacer, una y otra vez, y no importa cuánto fumara, no volvió a sentir lo que sintió la primera vez, no volvió a volar. Y de ahí en adelante no paró, al contrario conoció otras drogas, que tenían efectos más fuertes, que estaban elaboradas con otras sustancias y con químicos. Este era el diario vivir ahora de Diego, trabajar, estudiar, jugar fútbol, ir a fiestas, consumir distintos tipos de droga; al principio patrocinada por sus amigos, pero pronto, como ya la buscaba por sí solo, tuvo que empezar a comprarla, entrando en un círculo que lentamente empezaba a conducirlo por una escalera hacia un abismo que desconocía hasta ese momento, del cual ignoraba todas sus devastadoras consecuencias.
Continuará…