Por: Cristian Torres Rodríguez

En esta época electoral que ahonda las pasiones y crea más fricciones, la polarización y el arribismo ya no dan para más. Los psiquiatras deben estar de plácemes con tantos clientes (pacientes) cautivos y, seguro deben estar analizando perfiles de los psicópatas de las redes sociales para ofrecer sus atenciones profesionales.

Ese monstruo descomunal y mal utilizado de la Internet que trae más problemas que soluciones en estos tiempos de la globalización, ya no es noticia decir que la red se convirtió en un arma de doble filo, al que algunos trastornados acuden para disparar su odio contra quienes piensan, contra quienes son diferentes o para robar datos como incógnitos hampones de la realidad virtual.

Sin embargo, en medio de ese universo paralelo de intolerancia, gracias a estas herramientas virtuales, por ejemplo, pueden leer este artículo (qué pena con ustedes) y además, se pueden ver y escuchar – por fortuna –  los videos de personajillos impresentables que apelan a la desgastada pregunta de ¿usted no sabe quién soy yo? ¡Aunque sean donnadies y pintorescos! También, en un país como Colombia donde la muerte es paisaje, brillan unos pobres diablos igualados con espíritu de mercenarios del teclado.

Pese a todo ese panorama, recién se presentó una oportunidad que hubiera sido ejemplo para el país, ¡justo en esta época candente de postconflicto!, pero una de las partes no quiso, luego tampoco se le podía exigir a la víctima lo contrario. Cada quien verá, pues el perdón es una libre opción individual.

Entretanto, el frustrado proceso de paz, lo protagonizaron Ariel Ortega, un finquero vallecaucano de teclas tomar – al parecer no de armas tomar –, como tantos otros copartidarios suyos del Centro Democrático y el indudable mejor caricaturista de Colombia, Matador, que en El Tiempo a diario desenfunda el grafito pulverizado de su lápiz contra esa animalandia politiquera.

Mientras La FM, donde habló primero este romántico del paramilitarismo expresando supuesto arrepentimiento, excusas y buscando mediadores para un encuentro con Matador, el caricaturista se negó y en su derecho anunció acciones legales que impidieron dar un ejemplo histórico al país de perdón, reconciliación y de convivencia entre ambos, pese a ser tan distintos.

¡Era una oportunidad de oro como ninguna!, pudo haber sido el ejemplo para que burlones e intimidadores virtuales vieran cómo es posible que entre todos se estrechen la mano o se acerquen vía mensajes de red, pero no fue posible, como se sabe, otra enfermedad característica del colombiano es el orgullo.

Si bien, hay que sentar precedentes para evitar la censura y el silenciamiento a la prensa, también es necesario escuchar al que reconoce cuando se equivoca, por brutal que sea. Por eso, aquí no ganó nadie, pierde ante todo el sujeto, que además de quedar en ridículo, se sumó a la lista de militantes de esa ideología que resultan ser más uribistas que Uribe. Pierde Matador porque se auto silencia en redes y pierde Colombia, porque no pudo ver otro proceso de paz exitoso.

Se acabaron los argumentos y la polarización creció otro punto, el camino es largo y culebrero…

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