La existencia de las religiones surge a partir de la concepción del ser dicotómico, es decir del animismo concepto acuñado por Edward Burnett Tylor, en la cual el ser se separa en cuerpo y espíritu, es allí donde se crea la división entre lo mundano y lo sagrado. A través de lo sagrado el hombre tiende a dar explicación a lo que no conoce en el plano terrenal. La religión por lo tanto aparece como un sistema de creencias que suele otorgarle un sentido y cierta certeza al hombre inseguro de su propia existencia mundana. ¿Qué pasa cuando la religión se vuelve la única certeza para un hombre? ¿Hasta qué punto lo sagrado debe transcender más allá de lo terrenal?, como católica no practicante, siempre he asumido una postura crítica frente a un sistema de creencias creada por hombres para hombres.
La religión en sí misma no es mala, pero, ¿qué pasa cuando la fe sirve para justificar, alinear y someter a un individuo a sostener un sistema con alto nivel de individualismo colectivo? En un país que constitucionalmente se profesa laico pero que es fervientemente católico y cristiano en su mayoría, ser ateo es un acto de irreverencia y casi que de herejía. ¿Cómo explicar que aún se profese tener relaciones sin condón cuando existe alto riesgo de contraer enfermedades de transmisión sexual? ¿Cómo aceptar una condición humillante y dolorosa con gratitud? ¿Por qué vivir en la sumisión y en indulgencia para obtener la salvación cuando se vive una injusticia? Las respuestas a estas preguntas no suelen ser lógicas ni racionales, ya que el ser humano se compone de múltiples dimensiones que hacen que no haya una única respuesta.
En el contexto colombiano la iglesia sigue siendo un actor significativo dentro del poder estatal en la cual el estado deja de ser laico para convertirse en un estado cuasi-confesional, por lo tanto, la religión deja de pertenecer a la esfera privada e íntima para ser parte de la vida pública. Cuando se legisla desde la religión se vuelve hacia un estado teocrático en donde no hay distinción entre el Estado y la Iglesia, por lo tanto, la libertad de vivir libremente bajo sus propias creencias y convicciones llegan hasta donde la iglesia lo permita.
En un país con tantos problemas de diferente índole ser fanático religioso no resulta ser descabellado, pero es acaso la única solución frente a la constante incertidumbre social, es ahí donde ser colombiano se reduce a un acto de fe y no de conciencia y reflexión frente a la realidad. La religión debe reservarse únicamente a la esfera privada de una persona , en donde haya espacio para la crítica , ya que la racionalidad también nos permite aterrizar los problemas sin dejar al lado esa fuerza mística que nos impulsa seguir adelante.