Por: Sebastián Zapata Callejas

Más allá de que Colombia no está en una latitud muy convulsionada en comparación de otras ubicadas en África o Asia, sí cuenta con algunos vecinos regionales que representan un peligro a nivel intranacional y una distorsión socio-política en el plano internacional.

Por un lado está Nicolás Maduro. Este es el heredero de Hugo Chávez que desde el año 2013 asumió la presidencia de Venezuela y cuyo fin es continuar con la utopía de la “Revolución Bolivariana”, revolución que tiene a los venezolanos básicamente sumergidos en la miseria. De otra parte está el sandinista y sediento de poder Daniel Ortega, quien maneja a Nicaragua desde hace más de una década y siempre se ha caracterizado por su despotismo.

Ahora bien, si se parte de la definición tradicional de la RAE- esto para no entrar en debates de teoría política-, un tirano es aquel que abusa e impone su poder y su fuerza en cualquier situación, es claro que con el panorama actual tanto Ortega como Maduro tienen la característica mutua de que son los tiranos del vecindario.

Lo anterior se sustenta, porque pese a que no les basta con tener sumergidas a sus naciones en un complejo nivel de convulsión social, dicho par se han apropiado y personificado en el poder sobrepasando los limites legítimos y legales. En otros términos, estos dos con sus acciones antidemocráticas han cruzado la línea que separa al mandatario del tirano.

En la Venezuela de Maduro es común que los hospitales no tengan medicinas; que las fuerzas de seguridad venezolanas en el último tiempo llevaran a cabo centenas de asesinatos extrajudiciales; que la inflación haya sobrepasado limites históricos, de hecho el FMI proyectó una inflación anual que puede llegar al 1.000.000%; que la seguridad ciudadana sea una cosa del pasado; que las elecciones recientes estuviesen marcadas por el fraude y la ausencia de condiciones propias del ejercicio democrático; que la diáspora venezolana ya se cuente por millones, para algunos supera los cuatro millones, no en vano la ACNUR informó que el número de las solicitudes de asilo de los venezolanos solo son superadas por los ciudadanos de Afganistán, Siria e Irak; que la pobreza y la miseria estén en cifras históricas; que la percepción del país en el plano internacional este por el suelo; entre otras penosas situaciones.

En lo que respecta a Nicaragua, Ortega durante su actual y largo periodo presidencial ha centralizado el poder político desdibujando en gran parte la división de poderes, tiene a su esposa de vicepresidenta y otros familiares en altos cargos que influyen de manera directa e indirecta en las dinámicas económicas nacionales, tiene cooptado los medios de comunicación, solo por mencionar algunas circunstancias cuestionables.

Sin embargo, lo más complejo es lo que se ha venido dando en el país centroamericano desde el mes de abril luego del levantamiento cívico que se dio fruto de una reforma social que pretendía bajar las pensiones y subir las cotizaciones. Y es que luego de tal levantamiento social Ortega ha mostrado su peor cara, ya que gracias a sus decisiones para silenciar las acciones de la ciudadanía han muerto más de 300 personas (algunas cifran hablan de más de 500), alrededor de 3000 ciudadanos han quedado heridos, hay más de 500 desaparecidos, se han producido docenas de acusaciones de torturas y ejecuciones extrajudiciales, han proliferado- según denuncias- grupos paramilitares que amedrentan a la población, entre otras violaciones a los Derechos Humanos.

En resumidas cuentas, queda constatado que a los presidentes de Nicaragua y Venezuela no solo los une su afinidad ideológica de izquierda, hay que recordar que los dos son firmes partidarios del fracasado “Socialismo del Siglo XXI, sino que también tienen un común denominador: sus ambiciones de poder y la capacidad de abusar del mismo.

Twitter: @sebastianzc