Por: Juan David Escobar Cubides

 Las drogas constituyen un cáncer que debemos vencer. No puede haber lugar a vacilaciones frente a un flagelo espurio que despedaza los cimientos más sagrados de la condición humana. Para la decadencia social, observamos que la droga destruye hogares, familias, sueños, metas, proyectos, ilusiones y todo aquello que sea positivo dentro de la coexistencia social. Y es así puesto que la drogadicción es como un demonio que corroe el bienestar y la integridad de las personas, pues son pocos quienes salen bien librados cuando caen en el consumo de estas.

Además, ningún ser humano puede desempeñarse y relacionarse debidamente en la sociedad padeciendo deficiencias mentales por consecuencia del consumo de alucinógenos. Y, efectivamente ello es lo que ocasionan las drogas: enfermedades mentales desastrosas, puesto que las neuronas y el sistema nervioso disminuyen sustancialmente en su idóneo funcionamiento. La capacidad de circulación se estanca y la energía vital del ser humano se desvanece con alterados comportamientos de ira, depresión, pereza y desidia. ¡Una realidad preocupante!

Por tal razón, tenemos, en nuestra opinión, que apoyar con vehemencia la política antidrogas planteada por cualquier gobierno, toda vez que es menester comprender tres aspectos vertebrales.

  1. Es un asunto de salud pública, por ende, nos compete a todos en general como integrantes del conglomerado social. La situación no es de unos ni de otros, porque nos afecta a todos en su totalidad. La problemática es general y abstracta.
  2. Este flagelo compromete el buen trasegar de la economía colombiana, pues bien sabemos que el microtráfico y el narcotráfico son enemigos potenciales de las sanas finanzas, generando de dicha manera desempleo, corrupción, violencia y alteración en la comunidad.
  3. Siendo lo más deplorable, encontramos como día a día nuestros niños, jóvenes y adultos recaen en vicios negativos que los motivan a delinquir y a destruir las familias colombianas. De esta manera, incrementa la delincuencia organizada y se alimentan las estructuras criminales al servicio del narcotráfico, utilizando a nuestros jóvenes como carne de cañón.

Motivos de sobra para decomisar la dosis mínima que porte cualquier ciudadano, pues de esta manera contribuimos con la lucha y evitamos mínimamente la degeneración de las generaciones venideras. Por supuesto, teniendo en cuenta, también, que es deber del Estado garantizarles a los consumidores en su calidad de enfermos mentales, rehabilitación y resocialización ya que muchos queriendo curarse no cuentan con las posibilidades socioeconómicas para someterse a un tratamiento determinado.

Twitter: @JuanDaEscobarC