En París, desde el pasado 17 de noviembre, se vive un ambiente de tensión por la llegada de más de 8.000 manifestantes, autodenominados «chalecos amarillos». Estos tienen como finalidad reclamar y negociar con el Gobierno del presidente Emmanuel Macron el aumento de precios en los carburantes y la pérdida de poder adquisitivo de la clase media.
Cabe señalar que la mencionada medida fue tomada por el Gobierno francés como parte de un conjunto de políticas que constituirán la llamada «transición energética». Dicho de otro modo, comienza oficialmente la lucha contra el cambio climático y la polución del aire. Por tanto, el parlamento nacional estaría contemplando nuevas y progresivas normatividades a legislar hacia ese rumbo.
No obstante, la realidad es un poco más compleja, el precio del petróleo ha aumentado considerablemente desde 2014, por lo que hoy Francia es considerado como uno de los principales países de todo Europa donde el precio del combustible es muy elevado. En consecuencia, el Impuesto Interior de Consumo sobre los Productos Energéticos (TICPE en sus siglas en francés) representa anualmente aproximadamente 34 millones de euros.
De manera que la controversia en la población se basa precisamente en que el 20% de este impuesto, se destina a la transición energética y la parte restante se transfiere en iguales cantidades para al Estado y las colectividades territoriales. El Estado podría estar utilizando el rubro de la transición ambiental para otros fines igualmente legítimos, que conciernen en materia vehicular, como la mejoración y adecuación de la infraestructura vial. En efecto, el Gobierno debe precisar y dar claridad a que sector se le esta destinando lo gravado por los carburantes.
Sin duda es un movimiento que acapara semana a semana los tabloides y secciones principales de los medios de comunicación franceses, pero ¿qué hace de este movimiento algo tan particular?
Todo comenzó hace un par de semanas con la indignación masiva en las redes sociales por el alza de precios en los carburantes. La inconforme población francesa, mediante eventos en plataformas como Facebook, Twitter e Instagram convocó a manifestaciones en las principales ciudades del país. De esto resulto, según el ministro de interior Christophe Castaner, que aproximadamente 282.000 manifestantes surgieran por todo el hexágono francés. Convocatorias de este tipo, no antes vistas en el país de la libertad, igualdad y fraternidad.
En su inmensa mayoría los manifestantes son ciudadanos de clase media que habitan en los suburbios, que son jubilados o transportadores. Asimismo, es un movimiento carente de liderazgos sindicales, políticos o ideológicos. Es decir, en la actualidad no existe un actor o grupo representativo de los chalecos amarillos que se siente a negociar con el Gobierno. Sus reclamos y peticiones surgen de una construcción conjunta de objetivos y consignas de ciudadanos libres.
Como lo mencioné anteriormente, estos reclaman a dónde son destinados los altos gravámenes del combustible, pero también existe un componente adquisitivo inmerso en la ecuación del problema. Estos acusan a Macron de aparentemente ser «el presidente de los ricos», por lo que en sus demandas se encuentra el restablecimiento del impuesto de solidaridad sobre la fortuna (ISF), mediante el cual las personas tanto jurídicas como naturales con patrimonios superiores a 790.000 euros se les aplicaba un gravamen del 0,50%. Lo que permitía subsidiar mayores causas de la transición energética, pero propiciaba la fuga de grandes capitales.
En medio de sus manifestaciones sobresale la que ocurrió el pasado 24 de noviembre en París, la cual se caracterizó en principio por una atmósfera de cólera e indignación por parte de los participantes. Sin embargo, se transformó rápidamente en turbas violentas y retoma al orden de la capital por los cuerpos de la armada francesa, en las vías de los Campos Elíseos y Campos de Marte.
En la provincia francesa la historia es muy diferente, se viven manifestaciones más pacíficas. En ciudades como Lyon, Marsella, Tolouse y Lille los chalecos amarillos se reúnen en el centro de la ciudad con pancartas y volantes o cierran vías a las afueras de estas ciudades, sin causar mayores perjuicios.
Finalmente, en las recientes declaraciones dadas el martes 27 de noviembre el Presidente Macron expresó su «entendimiento con la frustración y cólera de sus conciudadanos, especialmente de quienes hacen parte de este movimiento, pero recalcó la importancia de conseguir juntos una ecología popular y forjar un nuevo contrato social». Se podría decir, que el poder ejecutivo francés no cederá en ningún terreno práctico al diálogo inmediato para sanear la desgastada justicia social. Contrariamente, avanza cada vez más en la aplicación de una política verde con la creación de un Alto Consejo Nacional para la Transición Energética (ACNTE).