Por: Erasmo Zuleta Bechara

Nos ha abandonado una gran mujer, una esposa, madre y amiga como ninguna otra. Mi abuela, Saray Castilla de Bechara, mi ejemplo de vida, fue hasta sus últimos días una mujer trabajadora y fuerte que nos deja infinitos recuerdos. Aprovecho para agradecer a todos aquellos que con una palabra o un gesto han manifestado su apoyo en estos duros momentos para toda la familia. A pesar de que lamentamos su partida, también es ocasión para celebrar su vida.

Mi abuela fue cordobesa de corazón pues nació en El Carmen, Norte de Santander. Llegó con 24 años en 1953 al departamento que la adopto como hija y desde ese entonces su sensibilidad social fue la motivación en cada uno de los proyectos que emprendió en beneficio de esta tierra y su población.

Con su partida, innumerables recuerdos pasan por mi memoria. Era una mujer que todos los días buscaba la manera de hacer el bien. Una vez se ingenió la manera de ayudar a un grupo de madres desplazadas cabezas de familia recibiéndolas en su casa, donde montaron un taller de costura para que pudieran sostener a sus hogares. También, creó la Fundación Elías Bechara Zainúm desde donde emprendió diferentes proyectos cómo lo fue uno que ayudó a mejorar la calidad de vida de cientos de habitantes de la margen izquierda del rio Sinú.

Mi abuela, fue también el bastión de mi abuelo. Fue el vivo ejemplo del refrán que dice que “detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer” y eso fue ella. Una mujer que nos enseñó con su vida a luchar incansablemente por lo que queremos, sin importar qué tan adversas sean las circunstancias. Ella y mi abuelo, Elías Bechara, tenían claro que la educación era el camino para que los jóvenes del departamento tuvieran mejores oportunidades y a pesar que se presentaron obstáculos, como la ausencia de apoyo institucional, mi abuela fue el soporte de su esposo durante la creación de la Universidad de Córdoba. De igual modo, sucedió posteriormente con la Universidad del Sinú, institución que hoy día es referente académico en la región, que ha formado a miles de cordobeses y que ya hace presencia en Bogotá y Cartagena.

Desde que tengo uso de memoria he considerado a mi abuela como una de aquellas personas que dejan huella en quienes se cruzaban por su camino. Me enseño a ser mejor persona, a ganarme las cosas por merito propio y a buscar siempre la manera de contribuir en lo social. Pero, ese cambio que tanto anhelamos requiere de una gran revolución que no sucede de la noche a la mañana sino que se va originando en las pequeñas acciones encaminadas a mejorar todo aquello que consideremos.

Al juntar todos y cada uno de los logros que desinteresamente realizó, encontraremos que fue una mujer revolucionaria. Por medio de enseñanzas impactó a cada uno de sus familiares y a quienes tuvieron la oportunidad de acompañarla en lo laboral y lo personal. Su vida fue una labor titánica por lo social y así como se lo reconoceremos tras su partida, tuvo la oportunidad de disfrutarlo en vida con el reconocimiento de Mujer Cafam en 1999 y la condecoración recibida en 2016 por la Universidad Morón, de Argentina.

Tanto mi abuela Saray, como mi difunto abuelo Elías, constituyen el más grande ejemplo de vida que tengo. Hoy ambos pueden descansar con tranquilidad pues cumplieron con su tarea. Ser nieto de ambos, además de un honor, es una responsabilidad muy grande pues hemos heredado su legado. Es nuestro deber, ahora, ser ejemplo para nuestros hijos y nietos.

Gracias por tanto, abuelita.

@ErasmoZB