Nuestras casas, ciudades y campos, se han llenado de luces de colores, lo cual nos marca una época especial del año. Cada vez el mercado se especializa en distraernos sutil y plácidamente del sentido de la navidad. Atiborrándonos de cosas, que además reflejan prácticas culturales extraídas de otros lugares, distantes de nuestra identidad y realidad colombiana.
Sin embargo… ¿es eso la navidad?
La navidad es una fiesta de origen religioso. Su esencia está en la observación profunda y desde el corazón (contemplación) de un hecho histórico: el nacimiento de Jesús. Ese pequeño proveniente de una familia campesina por extremo pobre y rechazada, que dadas las circunstancias económicas, sociales y políticas de su época, tuvo que nacer en condiciones deplorables, entre los animales, la suciedad, la marginación y el absoluto anonimato, como tantos otros.
Sin embargo, los relatos bíblicos nos muestran que aquel bebé contaba con una dignidad real, reconocida en primera instancia por sus padres, posteriormente por los humildes pastores (los indigentes de aquella época), y finalmente, por los estudiosos de las estrellas (Reyes magos), venidos de distintas latitudes del mundo en una época totalmente distinta a la nuestra.
Acomodado o no el relato, por cientos de años, las familias cristianas hemos contemplado la verdad revelada. Un Dios que se hace pobre para dignificar a los pobres. Un Dios solidario que espera una humanidad solidaria. Una Dios que no rechaza.
Pero… ¿y qué es la Aporofobia, y por qué la navidad es un antídoto?
Adela Cortina, filosofa española, comprende que todo aquello a lo que se le pone nombre es lo transformable. Razón por la cual encontró la palabra que permite señalar el rechazo al pobre. El término es: aporofobia, el miedo, el rechazo al pobre. Ella dice: “poner un nombre a esa patología social era urgente para poder diagnosticarla con mayor precisión, para intentar descubrir su etiología y proponer tratamientos efectivos.
En realidad, tenemos rechazo al pobre. Y lo hacemos evidente cuando ocultamos a nuestros propios familiares pobres, elevando a quienes están bien posicionados. Cuando deslegitimamos al que es diferente manifestando nuestra superioridad. También al rechazar al extranjero que no tiene recursos, al indígena, al indigente, al campesino. Nos huelen mal, nos incomodan. Sentimos que no nos pueden ofrecer nada y además creemos que no pueden hacerlo.
El rechazo al pobre, es decir, la Aporofobia, nos degrada como miembros de una sociedad. Por tanto es necesario poner antídotos sociales y culturales que nos permitan reconstruir esas dignidades. Una forma es el respeto activo y solidario. Hacer un reconocimiento desde el corazón de esa dignidad oculta entre harapos.
La Navidad como práctica cultural es un antídoto a la Aporofobia, porque tiene un mensaje potente de reconocimiento de la dignidad del otro. La Navidad es centrar la mirada en lo pequeño y el pobre, para transformar las relaciones humanas. Necesitamos reconciliarnos y ser compasivos con los más pobres, empezando por los pobres de nuestra familia. Luego, los del barrio, vereda, comunidad. No desde la compasión que se apacigua dando monedas o ropa usada; sino la compasión dignificante, que educa, reconstruye y genera esperanza de vida.
Los invito a que en esta navidad nos paremos delante de un pobre, y pensemos cómo podemos ayudar a transformar su vida, y será un compromiso para el 2019, que acrecentará nuestra vida y la de nuestro país. Vivir la “ética de la razón cordial”. ¡Felices pascuas!