Todos los sectores políticos proponen recuperar una senda de crecimiento económico para Colombia; sin embargo, el camino no parece despejado sino más bien desalentador por cuenta de voces populistas y propuestas ortodoxas, como las de siempre, que han impedido un consenso nacional en torno a un verdadero modelo de desarrollo económico.
Para nadie es un secreto que Colombia intenta recuperarse de un periodo de desaceleración que alcanzó una tasa de 1,8% en 2017. Aunque hay signos de recuperación, no parecen suficientes para mantener los logros sociales que se obtuvieron entre el 2004 y el 2014, cuando el país creció a tasas superiores a 4,5%. Frente a ese panorama, propuestas no faltan desde los polos en que la opinión pública se encuentra dividida en nuestros días.
En la izquierda radical, con tono mesiánico y suma ligereza, consideran que debemos abandonar un modelo de desarrollo ‘extractivista’ y en su lugar adoptar uno basado en equidad social y energías limpias.
Esta idea hay que descartarla por inviable, pues para conseguir equidad social e implementar energías limpias, necesariamente hay que incurrir en billonarias inversiones sociales (aunque sean deseables) para las cuales, sencillamente, no hay recursos; y por insostenible, porque no ofrece una alternativa para generarlos, ni tampoco para reponer los que hoy aporta la industria que paralelamente pretende abolir y desincentivar.
Olvida convenientemente que la industria minero energética fue la impulsora del crecimiento durante el periodo 2004-2014, y que sin ella no habría sido posible obtener logros sociales cruciales como la reducción del desempleo por debajo del 10%, la salida de 10 millones de colombianos de la pobreza y el ingreso de otros 5 millones a la clase media.
Ahora bien, proponer abandonar un ‘modelo extractivista’ contiene una muy alta dosis de irresponsabilidad pública, que raya con el engaño y la mentira, pues abandonar no es una propuesta. Abolir y desmontar jamás serán sinónimos de proponer.
Además, Colombia no tiene ni jamás ha tenido un modelo de desarrollo basado en explotar recursos naturales no renovables: no es un país petrolero y la participación del sector en el PIB apenas rodea el 5%; el Estado y la sociedad colombiana no parecen haber tomado la decisión de desarrollarse a partir de las minas y los petróleos, por encima de los demás sectores; y esta industria, más bien, parece haber surgido aquí por razones históricas, asociadas al proceso de colonización, y naturales, relacionadas con la disponibilidad de recursos. Que necesitemos de la industria minera y petrolera, no nos hace ‘extractivistas’.
Una propuesta así dibuja una realidad que no existe, propone lo que no puede cumplir, y en el camino de intentarlo puede socavar las bases de la democracia con nuevas formas de engaño. Signos de populismo no muy lejanos a los que recientemente aterrizaron en México y afortunadamente empiezan a ver el principio de su fin en la vecina Venezuela.
En definitiva, la propuesta que proviene de la izquierda no debería ser si quiera una alternativa; y si lo fuera, habría que descartarla por inviable, insostenible, engañosa y sobre todo por populista, que es lo que la hace más peligrosa.
Por limitaciones de espacio, en esta columna solo puedo abordar una de las dos principales propuestas que se han planteado desde los polos de la opinión pública. En próximas columnas me referiré a la otra y al modelo de desarrollo que Colombia necesita.
Twitter: @izquierdosaave1