«Hay que darle más plata los burócratas y políticos porque estos arcángeles de los dioses sí sabrán cómo manejar nuestras vidas y nuestros asuntos» ¿Absurdo, no? Pues, básicamente de eso se tratan los acuerdos de paz o las constituciones políticas a las que, de hecho, les llaman tratados de paz.
Ludwig Von Mises comentó que en el primer cuarto de siglo XX los jóvenes alemanes idolatraban al Führer Nazi, Hitler. No se engañen si X sociólogo o médico del último cuarto de siglo pasado, de una familia prestante y de tradición política de una zona exclusiva de Bogotá, excitado por la revolución cubana no se hubiera ido al monte de guerrillero. Igualmente estaría hoy de congresista. El congreso está lleno de esos.
Hoy, cuando las Farc se pretenden de estadistas y nos los encontramos en el Congreso; cuando al Eln se le dio por más terrorismo; cuando los politiqueros -de manera oportunista y manipuladora- dijeron «es mejor la paz que la guerra», resulta la pregunta: ¿y el poder para qué?
La respuesta es simple, para hacer y deshacer sobre la vida de los demás. Para crear leyes que beneficien intereses particulares, ya sea para el campesino, el indígena, el taxista o la multinacional.
Parece que lo que no permite salir del anacronismo es el orgullo, no admitir que estaban equivocados, que se les ha ido la vida en causas inútiles, que han invertido miles de millones en políticas que no han servido. Repartir la riqueza (¿de quién? ¿La de los demás?) es inmoral cuando, por costumbre, la politiquería decidió que todos debían vivir en el punto de equilibrio de la miseria: “Que al menos tengan para comer”… “es solvente y sostenible hasta que no reviente”. Y aquí hablo del comunista empedernido, del neo-marxista que es emulación de burgués con sentidos de culpa; y de toda una serie de círculos sociales progresistas y liberales modernos, “intelectuales” de la lírica jurídica complaciente y satisfactoria.
Después del acontecimiento terrorista del Eln, y comprendiendo el tipo de organización celular basada en milicias urbanas y de enclaves, es preciso analizar las declaraciones de las partes, así como la percepción de la opinión pública, pues es importante para las dinámicas políticas. La puerta abierta que queda por ahora es la desmovilización, pero es válido recomendar que se puede reanudar un acuerdo estratégico desde la misma desmovilización que permita el desmantelamiento de disidencias.
Los activistas por la paz han pensado que es suficiente simplemente pedir la paz y denunciar la guerra. Sin considerar qué instituciones fomentan la paz. ¿Y qué fomenta la paz? Libertad. ¿Y qué socava la libertad? la guerra. Entonces, como dirían Tom G. Palmer y Amartya Sen, las libertades económicas, en satisfacción de las necesidades, suceden las libertades políticas.