Por: Josué Martínez

No puedo recordar con exactitud cuál de los dos era más recurrente, si el sueño o el pensamiento, lo que de verdad importa es que es el recuerdo más triste que tengo en mi memoria, no solo de la infancia, porque me sucedía también en la adolescencia y aún después.

Mi mamá moría. En eso consistía ese maldito sueño, de distintas maneras, por distintas circunstancias, en diferentes escenarios, a veces ni siquiera había un hecho en sí, solo lo sabía, me enteraba, lo sentía. Me despertaba el llanto incontenible, la desolación, el dolor profundo. Me daba rabia, impotencia, me preguntaba por qué la vida podría ser, si llegaba a pasar, tan despiadada, tan malvada; no podía concebir la vida en ninguna de sus formas sin mi madre viva.

Al despertar no acababa el dolor, no llegaba la calma por el hecho de asegurarme de que todo había sucedido en la ficción de un sueño. El malestar continuaba y era porque eso, la muerte de mi madre, sucedería tarde o temprano. No era hoy, pero sí iba a llegar el día y no tendría la fuerza suficiente, no tendría razón alguna, no tendría ganas, no aguantaría el vacío, no tendría la capacidad, no entendería, no continuaría…

En alguna ocasión el sueño fue mucho más vívido, con muchos más detalles. Estábamos en la terraza de un edificio como de unos cuatro pisos, recostados en el borde mirábamos hacia la calle, el ambiente era muy raro, todo lo que ocurría estaba difuminado en una especie de nube y todo se movía como en cámara lenta, de pronto, mi madre se estiró hacia uno de los cables que pasaban cerca del muro de la terraza, el gato había saltado desde dentro y había resbalado en el borde. Ella intentó agarrarlo, resbaló y cayó.

Pánico absoluto sería la definición más acertada de lo que sentí en ese momento. De forma muy nítida vi como una de sus piernas soportaba todo su cuerpo al caer, recuerdo haber entendido y pensado el grave daño que había sufrido. Bajé corriendo por las escaleras, desesperado, aterrado, incrédulo; como en la mayoría de los sueños, no avanzaba a un ritmo normal, cada movimiento se hacía tan lento, por más que me esforzara no avanzaba casi nada, moría por llegar abajo, por atenderla.

Una vez con ella, si algo me quedaba de alma se desvaneció por completo. Estaba medio sentada, inclinada hacia su pierna mal herida, se la tomaba con ambas manos, el aspecto de su cara evidenciaba lo peor. Era la cara del dolor, de la derrota, del final. Daba entender su semblante que sufría horrores y era eso precisamente lo que me hacía hervir la sangre, lo que me hacía despertar llorando a chorros, casi sin poder respirar, lo que me partía el alma en dos y me hacía explotar el corazón de impotencia; cómo un ser tan noble, tan bondadoso, tan tierno, tan indispensable, tan puro, tenía que pasar por ese calvario.

Seguía llorando después de despertarme por largo rato sin poder contenerme. Recuerdo haber comenzado a trabajar en controlarme porque en varias ocasiones alguien de la familia se daba cuenta y me preguntaba qué había pasado y desde luego no era algo fácil de contar, máxime si se trataba de un hermano. Trataba también de controlarme porque no encontraba razones suficientes para lo que soñaba y pensaba, mi madre no había estado enferma de gravedad, no la recuerdo nunca en un hospital o en situación de convalecencia, al contrario, la gente siempre le ha resaltado su aspecto joven y vivaz.

Le atribuyo todo el dolor que sentía por esos sueños diabólicos también a la conexión que siempre existió entre ella y yo. Dicen que las madres sienten por sus hijos pero lo de ella se va al extremo. En mis noches más oscuras, y he tenido varias, ella ha llegado a saber que estoy pasando por un mal momento al punto de llamarme a la mañana siguiente, estando muy lejos de donde estoy y preguntarme: qué pasó anoche hijo…

Por estos días circuló en redes sociales un video infame: un niño llora, grita, lanza patadas al aire, al suelo, a una puerta, se agarra la cabeza incrédulo, desesperado, desesperanzado, impotente. Un grupo de personas asiste a la escena a unos metros de distancia, indolentes, pasivos, tal vez acostumbrados, anestesiados de tanto ver la misma escena, habituados a convivir con la muerte como si fuera un familiar más. La madre del niño yace sin vida en frente de la puerta de su casa, fue asesinada delante de sus hijos.

Me vi en ese niño. Su agudo dolor lo pude sentir, era el mismo que sentía yo al despertar en medio de lágrimas cuando soñaba que mi mamá moría. Vi como en un compatriota se hacía realidad el peor miedo del que me acuerde hasta ahora. Sentí como mía su desolación por ver sin vida a la persona que un ser más puede amar en la tierra. Y la desolación más profunda es que este asesinato de personas inocentes es algo que se practica como un deporte en nuestro país. La rabia y la impotencia es saber que ese no es un hecho aislado. El miedo es que, tal y como las personas que aparecen en el video, al parecer estamos todos acostumbrados a ver esto día a día y muy posiblemente ya nada nos sorprenda.

Mientras tanto el gobierno en cabeza de ese pseudo presidente se pasea por reuniones inútiles, festivales de cine y cuanta vitrina ridícula tiene para dar a conocer unos supuestos buenos resultados de su tal economía naranja que, solo ve él y sus secuaces, porque a ciencia cierta no ha podido dar un solo dato correcto en lo que va de gobierno, al contario, cada vez que sale a dar cifras enviado por su patrón, el del mal, cae y vuelve a caer en error tras error, en información equivocada, en falta de verdad.

Deberían dejar ya de mentir, deberían dejar ya de ir a mostrar la cara de Colombia que les interesa que vean. No pueden esconder la podredumbre, no es posible ocultar la realidad de una sociedad en descomposición. Salen a hablar de lo bien que va el país, pero los gritos desesperados de una sociedad que agoniza lentamente no los deja escuchar.

El eslogan de no sé qué entidad hace un tiempo era: Colombia, el riesgo es que te quieras quedar. Aunque no alcanzo a entender qué clase de persona sintiera algún deseo de quedarse hoy por hoy en nuestro saqueado, corrompido, adoctrinado y maltratado país; lo que sí representaría el momento que vivimos, si se es muy sincero sería: Colombia, el país en el que las peores pesadillas se hacen realidad.

@10SUE10