La mayoría de los ciudadanos piensan en Bogotá como un todo y ven problemas y aciertos generales en cada una de las administraciones que ha tenido la capital; sin embargo, no analizan la ciudad en sus partes. Entonces, me pregunto: ¿en algún momento se han detenido a observar los problemas característicos por los que atraviesan cada una de las veinte localidades? Lo digo porque, si bien el mayor responsable del desarrollo o atraso de una ciudad es el alcalde mayor de turno, también lo son sus alcaldes locales. Y para ejemplificar esta afirmación, les voy a contar una pequeña historia.
La localidad 16 de Puente Aranda ha venido a travesando por un problema de ingobernabilidad, lo que ha ocasionado que se continúe con los mismos problemas de siempre: inseguridad, habitantes de calle, microtráfico, contaminación de fuentes hídricas y del aire, presencia de residuos solidos y escombros en varias de sus calles, entre otros tantos.
Pero, ¿por qué ocurre esto? A lo largo de tres años, la localidad ha tenido 7 alcaldes locales (eso es un motón en comparación con los resultados y cambios que no ha tenido la localidad), 5 de ellos en encargo, situación que no garantiza la continuidad de cada uno de los procesos administrativos y de gestión con miras al desarrollo de la localidad. Se trata de alcaldes que han salido por diversos motivos, entre ellos: el estar sometidos a investigaciones disciplinarias, o en su mayoría fiscales, por su gestión o, simplemente, por discreción del alcalde de la ciudad.
Pero el problema real no es ese, sino que radica en la misma elección de estos personajes pues no es complicado notar la cantidad de triquiñuelas políticas a las que recurren para llegar a sus cargos. En este sentido, de nada sirve que tengan que presentar un examen de conocimientos si a final de cuentas los favores políticos son los que logran colocar a dedo a personas que, seguramente, no están preparadas para asumir las responsabilidades del cargo.
Igualmente, el hecho de que el Alcalde Mayor los pueda quitar y poner a su disposición también afecta el desarrollo local, y esto se traduce, a su vez, en un detrimento al desarrollo de la ciudad.
Finalmente, parte de la culpa también la tienen los ediles que, como representantes de la comunidad, deben garantizar lo mejor para la misma; pero que al contrario del deber ser de su función, se dejan impregnar de los dulces encantos de la politiquería al ternar personas únicamente por favores y deudas políticas, sin importar las capacidades y conocimientos que requiere el cargo.
Es por esto que la ciudadanía, como parte de su ejercicio de veeduría -en el marco del control ciudadano- debe hacer seguimiento a la gestión de la administración local, al igual que presionar a sus ediles para que denuncien aquellos casos que tanto daño le hacen a la administración pública, a fin de propender por un desarrollo efectivo de las localidades.