El pasado 24 de agosto, el joven periodista Orlando Avendaño publicó un explosivo artículo en el cual documenta los negocios existentes entre funcionarios del régimen de Maduro y el partido Acción Democrática. Avendaño relató con lujo de detalles cómo el expresidente de la Asamblea Nacional, Henry Ramos Allup y uno de sus hijos se enriquecieron con la corrupción de Petróleos de Venezuela (PDVSA).
Este no es el único caso. En junio de 2019, el mismo periodista destapó el escándalo conocido como “el cucutazo”, una trama de corrupción protagonizada por enviados del presidente Guaidó, pertenecientes al partido Voluntad Popular, quienes en lugar de utilizar el dinero enviado para atender a los militares que se rebelaron contra Maduro, lo usaron para su propio beneficio. El caso está siendo investigado por la Fiscalía de Colombia.
En el año 2016, Euzenando Azevedo, alto funcionario de Odebrecht en Venezuela, confesó a través de una videograbación, disponible en YouTube, que había dado dos millones de dólares a la campaña de Henrique Capriles, dirigente del partido Primero Justicia y candidato presidencial opositor.
Hasta el momento, ninguno de los involucrados ha refutado las acusaciones, ni ha presentado pruebas para defender su inocencia. Solo se han dedicado a expresar su molestia y a insultar a quienes los señalan.
A la luz de estas revelaciones, es válido preguntarse si el fracaso de la oposición venezolana en salir de Maduro es el resultado de equivocaciones, o si más bien se trata de una actitud indolente, derivada del hecho que prefieren hacer negocios con el régimen antes que derrotarlo.
Nos remitimos a los hechos, cada vez que la oposición tiene a Maduro contra la pared, debido a la presión nacional e internacional, ciertos dirigentes opositores se sientan a dialogar con el régimen, a espaldas del pueblo venezolano y de sus aliados internacionales. El último episodio fue el del Oslo-Barbados, que ha sido criticado por Estados Unidos, Brasil y Colombia, porque solo sirve para oxigenar a Maduro.
De ser ciertas estas acusaciones, y todo indica que sí lo son, estaríamos frente a uno de los casos de traición más graves de la historia latinoamericana. Unos individuos, con inmenso respaldo interno y externo, cuya misión es enfrentar al régimen, pero que, en lugar de hacerlo, deciden someter a su propio pueblo a un sufrimiento indescriptible, con el fin de ganar unos cuantos denarios. ¡Qué terrible!
Para colmo, su irresponsabilidad tiene consecuencias en las naciones vecinas, que se ven obligadas a recibir y atender a millones de migrantes, porque ellos están ocupados haciendo negocios con Maduro, y no concentrados en lograr el cese de la usurpación.