Por: Cristian Torres Rodríguez
Hay una frase popular que ha trascendido Gobierno tras Gobierno: “Buen gobierno, buenas vías”. Entre lo anecdótico, durante el mandato de Ernesto Samper (1994 – 1998), los opositores de aquel entonces minaron de vallas las principales y precarias vías, trochas y huecos con la consigna de: “Una mala vía es un mal Gobierno”…
Hoy, 25 años después, y pese a que la infraestructura vial ha mejorado, la comunicación por carretera entre Bogotá y Medellín, las dos principales ciudades de Colombia, sigue teniendo tramos de travesía y denota el subdesarrollo del que aún no sale el país, a lo mejor por culpa de la corrupción: ese enemigo invisible que a la fecha nadie pudo derrotar.
Con las tecnologías de hoy, no hay cómo echarle la culpa a la topografía Andina, la culpa es de la corrupción y si no lo creen, vayan a Suiza, un país cien por ciento montañoso, y pregunten cómo y en cuánto tiempo construyeron esas autopistas o el túnel San Gotardo de 57 kilómetros de longitud que atraviesa parte de los Alpes.
Colombia es un país que carece de autopistas, no se llamen a engaños con los estrafalarios nombres “Autopista Norte” o “Autopista Sur” con los que bautizaron las principales vías de las ciudades de la patria, por supuesto no escapa la nombrada “Autopista Bogotá – Medellín” que es tan solo un letrero impreso en los mapas, aplicaciones virtuales y señales de tránsito.
Para que se hagan una idea, en una autopista en Estados Unidos usted recorre casi 90 kilómetros durante una hora de viaje (incluso, respetando los límites de velocidad) y en Colombia, en una vía doble calzada, logra 50 kilómetros en una hora y, como es evidente, las dobles calzadas no alcanzan recorridos significativos, pues están interrumpidas por las eternas obras que adornan las vías de un país demorado en la construcción por cuenta de la corrupción.
Pasear por los 400 kilómetros que separan a las dos urbes no debería superar las 5 horas, pero la ausencia de mínimo una doble calzada en varios de los tramos y la inexistencia de puentes y túneles, hace por momentos que el recorrido sea traumático. Otros dirán: “¡Pero es que usted no viajó hace 20 años cuando uno duraba más de 10 horas!” – Pues bien, ¡bienvenidos al siglo XXI! Porque con esa vía y el tráfico en un fin de semana feriado, seguro empata y hasta supera las 10 horas…
Por la vía, un vehículo normal paga 6 peajes y consume un tanque completo de gasolina corriente. En el sentido Bogotá – Medellín la doble calzada es buena hasta Villeta y de este municipio hasta Guaduas hay 33 kilómetros serpenteados de una vía mala, angosta y con uno que otro hueco. Hay que cruzar los dedos para que no ocurra ningún accidente o no encontrar un camión pesado para poder avanzar a más de 30 km/h durante una insoportable hora y media.
Consulté con la Agencia Nacional de Infraestructura (ANI) y la entidad mencionó que hay una Iniciativa Privada (IP) que se prevé ejecutar el próximo año (2021) para adecuar ese tramo que merece urgente atención.
De Guaduas hasta Puerto Boyacá sí hay un ejemplo de lo que deberían ser todas las vías entre las principales ciudades de Colombia. La Ruta del Sol tiene allí un trayecto de 100 kilómetros que se recorre a velocidad de bólido y la dicha termina en Puerto Triunfo, donde en el sector de Caño Alegre se pasean 137 kilómetros hasta el municipio de El Santuario a velocidad de camión de carga. Según Manuel Gutiérrez, presidente de la ANI, en 2021 este sector también quedará adjudicado con una IP.
Una vez en Marinilla, la doble calzada se normaliza hasta Medellín. Ya usted escoge si entra al norte por Bello o estrena el nuevo orgullo paisa, a $16.900 el peaje por la pasada del Túnel de Oriente, el más largo de América que facilita la llegada de los viajeros del Aeropuerto de Rionegro…
Así se transcurre en la vía, donde se podría afirmar que casi el 50% carece de doble calzada y en donde la hay, los controles de velocidad no permiten superar los 90 km/h, pese a que en unos sectores se puede conducir a 120 km/h sin problema. Entonces, es hora de completar la vía y flexibilizar los controles de velocidad en ciertos lugares para optimizar los tiempos entre ambas ciudades y apuntarle al desarrollo si se quiere ser competitivos, pues no solo el turismo transita, también el comercio.
No olvidar que más allá de la vía Bogotá – Medellín, en el futuro se estima llegar al Puerto de Necoclí y al túnel El Toyo que está en construcción para completar la vía al mar de Antioquia, es decir, pensar en más allá de Medellín hacia el occidente, pero esta ya es otra obra.
Hoy sería impensable que la Interestatal 95 (I-95) de Miami a Nueva York con sus 1278 millas (2056 kilómetros) estuviera incompleta o si consideran un recorrido más modesto, qué tal fuera calzada sencilla de Río de Janeiro a Sao Paulo, los 435 kilómetros (distancia semejante a la de Bogotá – Medellín), se transitan en 5 horas y media. ¿Podrá Colombia?
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