Por : Laura Amaya

Pasará a la historia de la humanidad la temporada en que el mundo entero tuvo que confinarse en sus casas para luchar contra un virus letalmente microscópico, pero se nos olvida que la sociedad misma se ha contagiado desde hace cientos de años con otro tipo de virus que a su vez cobran día a día la vida de gran parte de su población, en efecto, de la más vulnerable.

Mucho se ha especulado y debatido sobre el porvenir económico y gubernamental de los países, pero salta a la vista que el coronavirus no nos afecta a todos por igual. Las grandes brechas de desigualdad y pobreza hoy afectan más que nunca a una parte de la población que vive de la informalidad, donde los migrantes no son parte irrisoria de este grupo. Además de sufrir las causas económicas, por falta de regularización y oportunidades, estos no han podido cotizar en el sistema de salud.

De igual manera, y tal vez con un mayor agravante, muchas mujeres se encuentran en el ojo del huracán, al tener que convivir a tiempo completo con sus potenciales agresores. El Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres, afirmó que “en Sudáfrica, las autoridades recibieron casi 90,000 informes de violencia contra las mujeres en la primera semana de aislamiento, en Francia las tasas de violencia doméstica aumentaron en un tercio en las primeras semanas y por su parte, el gobierno de Australia informó que las llamadas a su línea de apoyo a la violencia doméstica han aumentado en un 75 %”.

El panorama en América Latina es sumamente desolador y de extrema preocupación. De acuerdo con monitoreo permanente que hace la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) a las diferentes formas de violencia de género en la región, en Brasil se registró un 17 % de incremento en las denuncias de violencia domestica tras las medidas de contención de la epidemia. Igualmente, en Chile, las llamadas por violencia intrafamiliar se incrementaron en un 70 % las últimas dos semanas de marzo.

Los Estados han centrado todos sus esfuerzos en campañas como “Quédate en casa”. No obstante, pocas son las medidas adoptadas para difundir los canales de atención para las mujeres en riesgo de violencia. Lamentablemente dicha difusión, acentúa aún más las brechas entre las mujeres urbanas, quienes cuentan con servicios como internet, y las mujeres rurales, con capacidades diferentes o indígenas.

Adicionalmente, la falta de estrategia de los gobiernos para atender la multiplicidad de casos de violencia de género, da a lugar escenarios como el de México en el que hasta el pasado 13 de abril cobró las vidas de 367 mujeres, que fueron asesinadas durante la contingencia sanitaria. Asimismo, en Perú se reportaron durante los primeros 17 días de confinamiento, 34 casos de mujeres víctimas de abuso sexual, de las cuales 27 de estas eran menores de edad. Por su parte, Colombia, durante este mismo periodo ha sufrido 19 feminicidios, de los 54 que han ocurrido a lo largo del año.

Resulta imperioso que, en este contexto, las autoridades nacionales pertinentes incorporen un enfoque interseccional y de género frente a todos los mecanismos de respuesta temprana a la violencia domestica. Así como las líneas de atención de emergencias para la mujer, logren divulgar sus servicios mediante mensajes de texto o anuncios en los supermercados y farmacias, con la finalidad de dar respuesta oportuna a las condiciones que puedan potencializar la vulnerabilidad a la que las mujeres están expuestas. Entonces, ¿necesitaremos acaso de una pandemia mundial como el coronavirus para entender que la violencia de género también lo es?

Twitter: lau_amaya28