Por: Daniel Rojas

Sin mayor pretensión que la de compartir un sentimiento, abuso de este espacio que gentilmente me ha ofrecido Palabras Mass, para en vez de opinar sobre la mala hora por la que atraviesa nuestro país, permitirme el derecho a desahogar un despecho, motivado por las letras de un abogado de La Jagua de Iribico que hizo jurisprudencia cuando sentenció que, «quien nunca ha estado ausente no ha sufrido guayabo y que hay cosas que hasta que no se viven no se saben».

Me refiero a la 15 edición del Festival de la Leyenda Vallenata que debiera realizarse mientras escribo, pensando que en condiciones normalizadas que no son condiciones normales, esta noche, sería para mi una noche de disfrute en la que, según mis planes, frustrados por un virus que vino de oriente y tiene el tufo de ser la puesta en escena de la fase actual de una guerra entre hemisferios, sería una bella noche de compositores.

En aras de mitigar el guayabo acudí al hijo del telegrafista de Aracataca y me encontré con un escrito en el que, con un exceso de modestia, se libera injustamente de su responsabilidad en la creación del festival y a la vez, en un derroche de vanidad, presumiendo sus tropezones con Escalona, Colacho o Leandro Díaz, describe con la sensibilidad con la que solamente él podría, la mística del festival vallenato, y la magia popular que emana del folclor que se hizo para contar cantando.

Quien crea que debe reprocharme por distraerme tiene toda la razón, cientos de trapos rojos guindados en terrazas donde habita el hambre no admiten añoranzas, pero hoy mi espíritu me reclama concentración en la dificultad decorosa que implicaría un duelo de compositores, verseadores y acordeoneros, para así, vivir el folclor dentro del sendero que nos sugieren las leyes que emanan de la leyenda, sin profanar el olimpo donde habitan los juglares como lo indicó el sabio de Aracataca.

En ese mismo texto, leí un reclamo que, si en vez de leerlo me lo cuentan, creería que proviene de alguna frase proverbial de mi abuela materna y que tiene que ver con las convicciones cuando son sustentadas por el sentido propio de la realidad, pienso en la responsabilidad social que le fue otorgada al vallenato cuando se le encargó a Francisco el Hombre trasegar de pueblo en pueblo para contar fidedignamente las situaciones en la región.

Como si fuera una condición que asegurara la veracidad de los hechos, el juglar debía narrarlos acompasado con notas de acordeón que él mismo debía ejecutar y los versos que de su voz salieran tendrían que coincidir con la rítmica. El folclor era el único notario de la franqueza, la vocación parecía un don necesario para confiar en sus buenos oficios, cuenta la leyenda que ni siquiera tentado por el diablo, el juglar incumplió con el deber social que implicaba su labor: la genuinidad de su canto.

Dicen que después de la pandemia el mundo no volverá a ser igual, seguramente volverá el festival, volveré a sentir mi cuerpo sincronizándose con el ambiente cuando de nuevo pise suelo vallenato y el bálsamo del cañaguate florecido se meta por la ventana del taxi mientras me maravillo mirando los monumentos en las rotondas que atraviesa la Simón Bolívar, como si fuera la primera vez, lo añoro deseando letras que nos cuenten esta crisis, con el don literario que deviene del folclor y la responsabilidad social que brota de la leyenda: La magia de la realidad.

@DanielRMed