Michael Focault fue un teórico social de origen francés, que sin lugar a duda ha sido de los más relevantes y controvertidos en el campo de las ciencias sociales en las últimas décadas. Dentro sus amplios conglomerados de postulados e hipótesis, está uno de los esquemas de análisis más interesantes de la sociedad contemporánea, la teoría de la biopolítica.
Si bien Focault no es muy sencillo de leer por sus muchas abstracciones conceptuales, en términos simples él adoptó el término de biopolítica para referirse a las acciones que realizan los gobiernos para tener basto control y con cierta disciplina los asuntos de la vida de sus ciudadanos.
En términos más sencillos, por biopolítica se entiende aquellas decisiones que un gobierno realiza para intervenir todas las variables que involucran la vida y conducta de una comunidad. Tales variables van desde la natalidad hasta los patrones culturales, pasando por las acciones políticas, las medidas de salud y demás.
Claramente las teorías biopolíticas siempre han tenido, desde las ciencias sociales, juicios de valor más críticos que explicaciones descriptivas. Sin embargo, más allá de ser polémicas, las acciones biopolíticas, en algunas ocasiones, han servido para salvar vidas o para hacer más funcional la subsistencia de las sociedades, como por ejemplo: contrarrestar la sobrepoblación de algunos países- como pasó con la medida del hijo único en China- o las mismas acciones que ejecutan los países para combatir una pandemia, como sucede hoy con el covid-19.
Y es que este último ejemplo, el de la pandemia que se vive hoy en el mundo, puede representar de ahora en adelante la muestra más tangible de lo que es la biopolítica. Este virus que está presente en los cinco continentes desde hace meses y del cual solo se escapa de su presencia unas pocas naciones, trae a su paso un parangón de toma de decisiones que buscan claramente controlar y disciplinar las poblaciones, con una meta universal: salvaguardar el mayor número de vidas y evitar un caos humanitario generalizado fruto de la hecatombe de los sistemas de salud.
En este orden, hoy en el sistema internacional los Estados han vuelto a tomar una alta relevancia en la capacidad de la toma de decisiones, viéndose obligados a llevar acabo múltiples acciones para frenar la expansión de un virus que es altamente contagioso y con una letalidad significativa.
Entre las decisiones que buscan disciplinar y controlar a las sociedades, como lo postula la biopolítica, están unas directrices comunes, como la obligación de mayores prácticas de higiene y asepsia que son bastante simples como el lavado de manos recurrente o la desinfección de ciertos elementos, pero también hay otras medidas que impactan abruptamente en el estilo de vida que normalmente se acostumbra llevar, como lo es el aislamiento social, el uso obligatorio -y en todo momento- de tapabocas, entre otras.
Seguramente, estas generaciones no están acostumbradas a medidas biopolíticas tan draconianas, ya que, desde la pandemia de la gripe española del siglo pasado, no se presentaba un virus tal magnitud que obligara a las autoridades a tomar acciones tan drásticas en el comportamiento ciudadano. No obstante, al ver que en el mundo hay más de media docena de millones de infectados y más de cuatrocientos mil muertos, sin contar los sub registros, se evidencia que las acciones biopolíticas son más que necesarias, algunas veces.
En resumidas cuentas, si bien las medidas biopolíticas -tan cuestionadas por los teóricos humanistas-, que en un mundo ideal no deberían tener cabida o por lo menos tanta cabida como en el presente, en un estado de cosas como el actual es cierto que el individuo necesita parámetros de comportamiento para que la sociedad sea más funcional, más aún en casos extremos como los que se vive hoy fruto del covid-19.