Por: Gisela Matamoros

Veo a muchos colombianos profundamente «indignados» por la muerte de Floyd. Es importante que recuerden que en Chocó (zona que conozco bastante bien) hay muchos «Floyd» y también, alguna vez mereció la pena denunciar sus muertes.

Por mencionar un caso puntual, las Farc torturaron y acribillaron a Manuel Moya y a Graciano Blandón en la orilla del río Caño Claro, en el Carmen de Darién (Chocó). Colombia, no se inmutó… ni siquiera fue un hecho mediático.  Moya y Blandón, también eran negros. No los conocí, porque todavía no vivía en Colombia cuando fueron asesinados, pero todos los que tuvieron oportunidad de compartir con ellos saben que eran unos hombres buenos y decentes que luchaban contra los grupos terroristas y se volvieron objetivo de las Farc.

Vi llorar muchas veces a la Senadora María Fernanda Cabal por ellos: eran sus amigos. Y contando una infidencia, ella siempre lleva en su billetera una foto de Manuel y Graciano. A través de María Fernanda, aprendí a conocer esa terrible cara de mi amada Colombia. En esas zonas, a diario asesinan a los que se oponen a las aberraciones de los narcoterroristas y no pasa nada. Los revoltosos de izquierda solamente salen a las calles a gritar “Uribe paraco”, pero en realidad no se enteran de nada, ni tienen la entereza de condenar las vilezas cometidas a manos de «los suyos». Son tontos útiles de los que colaboran y justifican las barbaries contra gente inocente.

Es una realidad cuando delincuentes violan y asesinan niños, la izquierda calla miserablemente. ¡Hay que verlos votando en el Congreso contra un castigo ejemplar para pedófilos y asesinos de niños! Pero cuando le ocurre algo a un criminal o convicto sí salen en turba a enaltecerlo y convertirlo en mártir.

No justifico las acciones erráticas de la Policía, pero sin duda pasan cosas más injustas, que deberían causar generalizada indignación.

Un solo “honorable” congresista de Colombia asesinó a 100 personas afro, entre ellos 40 niños en Bojayá y, ni el mundo ni los marchantes de siempre, se inmutaron.

Los indignados de la doble moral terminan apoyando paros, saqueos y revueltas.  Así son… acaban con todo y se hacen llamar “progresistas”, como si el progreso tuviera algo que ver con vandalismo y destrucción.

¡Qué la rabia por estas aberraciones no sea selectiva y por moda!

@GiselaMatamoros